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Lo primero que hace Sirius al despertar es revisar su celular. Remus ha respondido con un escueto ok; lo cual no es lo que espera, pero no se queja.  Sabe que Remus es un hueso duro de roer, sin embargo, aunque no quiera admitirlo del todo, también está interesado por Sirius. Y como la persona lista que es, está consciente que interactuar con alguien es fundamental para crear confianza, lo cual, en un futuro, los llevará a poder ser algo más. A Sirius le da igual y, si por él fuera, ya hubiera hecho un par de movimientos más atrevidos. No lo hace por respeto a Remus. A pesar de que le cuesta un esfuerzo enorme controlarse, no puede hacerlo. No después de saber lo que le ha confiado. No después de haber visto la tristeza y el dolor en su mirada. Sirius no quiero arruinar una de las pocas cosas buenas que le han pasado en su vida.
Con el corazón saltando en su pecho, Sirius baja los escalones de la escalera de dos en dos. Llega derrapando a la cocina y se encuentra con Kreach, quien lo mira con el desprecio mutuo que se tienen.
—Mis amigos llegan a las 15. — Sirius se acerca a la alacena, la abre y, haciendo el más posible desastre, agarra galletas y bocadillos para desayunar.
—A la señora no le gustan las visitas de improviso. — Kreach no levanta la mirada de los platos que está secando. No hay necesidad de voltearlo a ver para saber que tiene la boca torcida y esos feos ojos saltones desencajados del esfuerzo por no insultar a Sirius hasta que los antepasados del chico salgan a relucir. Sirius sonríe socarrón.
—¿Sabes qué más no le gusta a la señora? Que sus sirvientes no atiendan a las visitas como es debido, aunque sean visitas de improviso. ¿Qué dirá la gente? ¿Que sus sirvientes no son lo suficientemente aptos? Dios, ¡qué horror! — Sirius se ríe y sale de la cocina, sintiendo la mirada asesina de Kreach sobre su espalda.   

Sirius regresa a su habitación y come lo que ha tomado de la cocina. Se recuesta en su cama y revisa  su celular. Aún faltan 4 horas para que Remus llegue y no puede evitar sentir una agitación enorme en su interior. Su pulso está acelerado; quiere gritar, brincar, correr, saltar, darle diez vueltas a la casa, y volver a hacer todo desde el principio por veinte veces.  

Estar acostado solo lo hace sentir más agitado, así que decide canalizar toda esa energía en hacer ejercicio. Antes de subir al gimnasio, le pide a una de las chicas de la servidumbre que compre cervezas, botanas y cigarros. Está a punto de empezar su rutina de pesas, pero se detiene a observar el paisaje que proporciona la pared de cristal que hay en la habitación. A pesar de que la vista es muy hermosa e impresionante, no llena a Sirius por completo, no como siempre lo ha hecho. Algo le falta. Hace falta algo para que Sirius pueda disfrutar del panorama, de los colores vívidos que hay en ese día soleado de verano; algo un tanto inusual en la siempre nublada Londres. Sirius no se siente lleno, pleno. Hay un pequeño vacío que, mientras más se esfuerza en descubrir qué es, va incrementando su tamaño hasta que su cuerpo se ve invadido por él. Es una sensación completamente nueva y algo frustrante para el pobre chico. 

Con el ceño fruncido y frustrado como nunca, Sirius recibe a Peter. El regordete muchacho lo saluda con una enorme sonrisa en el rostro, la cual Sirius trata de imitar sin mucho éxito. De camino a la psicina, le pide a la misma chica de la servidumbre que lleve las cosas que ha comprado a la barra de bebidas del área en donde van a estar. Peter no duda dos veces en meterse de inmediato a la alberca e invita a Sirius a que se le una. Este pasa la invitación por el momento. Revisa su celular sin noticias de James, o de Remus. Está ansioso, desesperado. El ojete de James no le ha comentado NADA respecto a la situación; si ya llegó a casa de Remus, si ya van en camino, si hubo algún percance... 

No le gusta tener la mente dándole vueltas con ideas cada vez más descabelladas. Así que se zampa dos cigarros de jalón, uno detrás del otro.
Es hasta media hora después que el timbre de la puerta resuena por toda la casa. Sirius se levanta de golpe del camastro y Peter casi tira la cerveza que hay en su mano por el abrupto movimiento  de su amigo. La voz de James saludando a todo aquel que esté a su paso se escucha hasta donde está Sirius, el cual reprime con un esfuerzo inhumano la necesidad de salir corriendo a donde proviene la voz y ver con sus propios ojos que Remus ha llegado. Diez largos segundos después,  el rostro miope de su amigo se asoma por las puertas corredizas que dan a la piscina y, medio segundo más tarde, el rostro de Remus se hace presente. Es ahí que Sirius entiende qué era lo que le hacía falta. El sol agarra una fuerza increíble, el agua de la alberca brilla cegadoramente, los colores a los ojos de Sirius realzan su intensidad y lo deslumbran; aunque no tanto como esa sonrisa tímida que se dibuja en los labios de Remus. Sirius siente que respira de nuevo.
—Ya llegó la diversión, muchachos. — James tiene una mochila en la espalda, de la cual saca una bocina y las luces de ambientación portátiles que lleva a todos lados. Saluda a Sirius con una mirada para nada discreta, y se acerca a Peter para saludarlo también. Remus lo observa, aún en las puertas corredizas. Luce cohibido.
—Hola. — Sirius camina hacia Remus, sonríe también. El mundo desaparece y lo único que queda es ese chico largirucho, pecoso y con una expresión tímida que lo hacen ver adorable.
—Gracias por haberme invitado. —Remus, al igual que James, trae una mochila; y saca de esta un paquete rectangular de tamaño regular. — Mi mamá me pidió que te diera estás galletas como agradecimiento. — Un regalo de la suegra. Sirius toma la caja de galletas y las mira embelesado, como si nunca antes hubiera visto una caja de galletas en su vida. No sabe qué decir. No es tan hábil al expresar gratitud, jamás lo ha sido. Su mente está en blanco. Siente la mirada de Remus sobre él. Por primera vez en 16 años se siente inmensamente feliz por un simple paquete de galletas.
—¿Se van a quedar ahí todo el día? — Es James quien lo devuelve al mundo terrenal. Sirius reacciona con torpeza. Señala con la cabeza hacia donde están sus amigos y Remus lo acompaña hasta allá.
—Ya tenemos galletas para el té. — James y Peter exclaman con alegría, Remus se ríe entre dientes. Sirius deja las galletas en la mesa que está cerca de las puertas corredizas, la que usan cuando quieren comer mientras usan la piscina. Es hasta ese momento que Sirius por fin ve la escena que tiene frente a él: James y Peter adentro de la alberca, platicando con Remus, quien está sentado en la orilla de esta con los pies dentro del agua. Los tres conversan con fluidez, como si llevaran años siendo amigos. Remus sonríe, con los labios, con la mirada, con todo su rostro; inconsciente de la expresión que tiene en ese momento. James se ríe, fuerte y claro, y Peter lo imita. La luz que los ilumina es muy diferente a la que proporciona el sol. Es cálida; una calidez que Sirius solo ha encontrado en ellos. Una calidez que lo hace sentir por fin en un hogar dentro de esa enorme y vacía casa. Es una dicha que crece con cada paso que da hacia sus amigos. Y, cuando Remus lo voltea a ver, con la mirada llena de esa luz, Sirius finalmente siente que está en donde debe de estar.

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