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Después de hacer las presentaciones y papeleo correspondiente, los chicos son guiados a la habitación en la que permanecerán durante la semana que estén en Oxford. La chica que los guía habla sobre la escuela y cosas que a Sirius realmente no le interesan. Por otro lado, Remus parece realmente emocionado e inmerso en lo que dice la chica. Verlo feliz después de la gran molestia que mostró hace unas horas atrás, tranquilizan mucho a Sirius. Aún recuerda el duro y poco amable tono de voz que Remus usó en él. Su corazón se encoge al revivir el momento. No puede evitar admitir que ganas de llorar no le faltaron. Pero ahora que la situación es diferente, solo se preocupa por una cosa.

Para que Remus viva la experiencia completa de estudiar en Oxford, el decano les ha ofrecido un cuarto en la residencia de estudiantes, donde los ambos dormirán por una semana. Los dos. En la misma habitación. Remus a un par de metros de Sirius. En la noche. En el día. Todo el tiempo. Sirius admite que en su plan no venía incluido el hospedaje. Tenía pensado buscar algún hotel y reservar dos habitaciones, seguro que Remus preferiría su privacidad y espacio. Sin embargo, la situación ahora es completamente diferente. No está seguro poder sobrevivir una semana entera sin meterle mano a Remus cuando lo tiene en bandeja de plata. No quiere hacer nada que incomode a su novio, o hacerlo sentir mal, u obligado a corresponderle. Pero Sirius explotará de frustración si no hace algo al respecto.

Para su buena, o mala, suerte, lo que menos hace es ver a Remus. A penas y tienen tiempo de dejar sus cosas, cuando un chico llama a la puerta del cuarto y se lleva a Remus. Obviamente Sirius se indigna de que alguien haya osado llevarse a Remus de su lado, y mucho más cuando es para que su novio se ausente todo el jodido día. Sirius no tiene ni puta idea de qué tanto hace Remus, y le encojona que el señorito no responda sus mensajes. Trata de ser comprensivo y se obliga a pensar que es una nueva oportunidad para Remus y que la quiere aprovechar al máximo, y, POR SU PUESTO, Sirius puede esperar, como el buen novio que trata de ser.

Sirius pasa casi la mitad del día acostado en una de las dos camas que hay en la habitación. Maldice mil veces antes de salir del cuarto y le pregunta al primero que se le cruza si hay un gimnasio cerca. La persona le indica en dónde está el del campus y, sin importarle si puede ir o no, va directo al lugar. Está seguro que todos los pensamientos obsesivos que gritan en su mente se callarán si gasta su energía y se mata haciendo ejercicio. Y así sucede. Tres horas y media después, Sirius está cansadísimo y hambriento. Piensa en bañarse, comer y esperar a que Remus se digne en regresar. Sin embargo, en cuanto entra a la habitación es Remus quien lo recibe. Sonríe en cuanto Sirius cruza la puerta y corre a darle un abrazo. Sirius se queda petrificado en la entrada. Su cansancio desaparece, su hambre, su molestia por no haber recibido respuesta de Remus durante todo el día. No queda nada más que Remus y su olor a vainilla con chocolate, la suavidad de su cuerpo, su calidez, su voz grave y gangosa que le cuenta sobre su día. La emoción desborda en cada palabra que sale de los labios del chico. Sus ojos brillan y su rostro se ilumina de lo feliz que está por la experiencia que está viviendo. Sirius lo escucha mientras piensa en lo tonto que ha sido y en lo desesperado que es. ¿Qué más podría estar haciendo Remus que estudiar y ver por su futuro? La culpa es enorme, la recriminación no se hace de esperar. Y es el mismo Remus quien lo trae de vuelta al presente. Lo toma de la mano, lo aleja de esos pensamientos que lo acribillan sin descanso, que lo hacen sentir miserable pero con Remus ahí, a su lado, con esos ojos de parpados caídos iluminando su vida, nada malo queda. Le pregunta si quiere ir a cenar o qué le gustaría hacer. A Sirius ya no le importa comer o bañarse. Mientras esté con Remus, lo que sea es bueno.


Esa noche pasa tranquila. El ejercicio y la comida logran que Sirius se quede dormido en cuanto toca la cama. Ni siquiera tiene tiempo de pensar en Remus y los pocos metros que los separan. En cuanto despierta al día siguiente, Remus aún está dormido. Son la siete de la mañana, hace un frío terrible y Sirius cree que es un buen momento para ir a correr. Nunca ha sido de dormir mucho, y lo que menos quiere es estar ahí viendo a Remus tan apetecible y sin poder comérselo; y aunque pudiera, no sabe cómo.

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