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N/A.

Había olvidado lo feliz que me siento al leer sus  comentarios. En verdad gracias por seguir leyendo Espresso, no creí que tan rápido llegarían a leer el capítulo. Repito que no prometo publicar seguido, pero sí me gustaría poder finalizar la historia, lo cual no falta mucho para que pase. De nuevo muchas gracias por todo, no saben lo mucho que logran con tan poco.


Pese a odiar la escuela, Sirius acepta la propuesta de Remus de acompañarlo a las clases que el decano le ha permitido asistir como oyente. Se aburre como nunca en su jodida vida. La voz del anciano que imparte la materia lo arrulla peor que canción de cuna a recién nacido, y el tema podría importarle menos pero sería imposible. Sin embargo, hay algo bueno dentro de todo eso: está con Remus durante todo el día, todo el tiempo a todas horas.

Durante las clases los chicos se sientan en las sillas del fondo, y Sirius aprovecha las pocas oportunidades que tiene para molestar a Remus y despabilarse un poco. Después del mediodía, los chicos comen juntos en un pequeño restaurante que queda cerca de la universidad, y regresan de nuevo a terminar con el horario establecido. Sirius trata de no quejarse, y en más de una ocasión Remus le ha dicho que tal vez sería mejor si entrara a otras clases que fueran más de su agrado. Sirius le asegura que no importa de qué sean, seguirá aburriéndose. Así que prefiere aburrirse junto a Remus. Además, el día no es tan malo. Puede platicar con Remus, puede verlo, sentirlo, olerlo... durante la noche lo único que puede hacer es preguntarse cuándo demonios podrá sacar la frustración que se va acumulando en su cuerpo. Si bien masturbarse frente a Remus lo ayudó solo un poco a aliviarse, no fue lo suficiente. No ha dejado de pensar en lo sucedido en la bodega. Lo recuerda como algo muy placentero y muy caótico. En más de una ocasión se ha tenido que repetir que su primera vez con Remus debe ser única, o al menos en un mejor lugar. Lo bueno es que, después de ese día, su aprehensión por no saber cómo tener sexo homosexual ha disminuido considerablemente. Ahora lo único que necesita es una ocasión y más privacidad de la que el dormitorio de la universidad puede ofrecerle.

El viernes por la mañana, Sirius deja a Remus en su clase y se encamina hasta la oficina del decano. Está de bastante buen humor, así que camina al ritmo de la música que invade su cabeza. Tararea hasta que llega a su destino y llama a la puerta con los nudillos. Sirius no puede perdonar pasar una semana en Oxford y no visitar el lugar con Remus. Así que, piensa darle las gracias al buen decano y la buena nueva que ya no se quedarán más en los dormitorios. Sirius tiene planeado rentar un Airbnb, pasear durante el día y aprovechar la privacidad de la noche. No pasa de ese fin de semana sin probar a Remus como se debe.

Su pequeña charla con el decano no dura mucho, una sonrisa por aquí, un apretón de manos por allá, y sale a tiempo para regresar a la detestable clase en la que se encuentra su novio. Remus no se inmuta cuando Sirius se sienta a su lado. Mantiene su vista fija en el profesor, con la mano lista para escribir cualquier cosa importante que diga el anciano. Gran parte del entretenimiento de Sirius durante las clases es observar a Remus. Ver su rostro sereno, delinear sus rasgos en su imaginación, detenerse en su larga nariz y preguntarse cuánto medirá, si será posible contar todas las pecas que cubren el puente y las perdidas que se encuentran por sus mejillas; si sus párpados están muy caídos o solo ligeramente, o si el café de sus ojos es un marrón o un caoba. Sirius está seguro que nunca tendrá tiempo suficiente para desentrañar todas las incógnitas de ese hermoso rostro.

En cuanto la clase termina, justo después de que Sirius haya agradecido por el fin de su agonía, le informa a Remus sobre su plan. Está preparado para recibir una respuesta de emoción, y es por eso que no entiende la ligera molestia que se refleja en Remus.

—¿Dije algo malo? — Remus no responde hasta que salen del aula y suspira con pesadez. Sus ojos se encuentran con los de Sirius y, por un momento, se pierden ahí. Se quedan en silencio, molestos, serios, comprometidos a decir algo importante.

—Sirius, ya te he comentado que ahora somos una pareja. — Remus hace una pausa. Sirius lo mira con premura. — Y las decisiones hay que tomarlas entre los dos. — Sin poder evitarlo, Sirius roda los ojos. Logra escuchar otro suspiro que Remus reprime a tiempo. Pero, ¿por qué tanto énfasis en eso? Sí son una pareja, y sí es algo en lo que ambos están implicados. ¿Es acaso tan malo un poco de iniciativa? En lo que Remus decide, ya se encontrarían de regreso a Londres. Sirius no puede perder tanto tiempo con la indecisión de Remus.

—Es más rápido así, Remus. — El mencionado aprieta los labios.

—Sólo te pido que la próxima vez lo consultes conmigo primero antes de tomar una decisión. — Sirius está a punto de decir algo, pero Remus continúa: — Tú no sabes lo que yo quiero hacer el fin de semana.

—No pasar tiempo conmigo, claro está. — Habla sin pensar, sin medir sus palabras. Se muerde la lengua en cuanto termina de pronunciar la última palabra. Remus vuelve a suspirar. Esta vez no se reprime. Luce cansado, agotado, como si hubiera envejecido 20 años en 10 segundos. Es cierto que Sirius no entiende cuál es el problema, porque para él no hay ninguno. Quiere pasar tiempo a solas con Remus, relajado y disfrutando una bonita ciudad, y parece que eso es un insulto para el chico. Joder, acaso, ¿siempre fue tan difícil entenderlo?

—Sirius, hay un claro problema de comunicación entre nosotros. Tú no puedes dar por hecho las cosas, y yo tengo que decirte más sobre mis planes. — Sirius frunce el ceño, se cruza de brazos. No está para nada feliz con lo que le ha dicho Remus. Su mente se empieza a arremolinar y a crear pensamientos para nada agradables. Hace todo lo posible por mantener a raya las ideas obsesivas y sin coherencia. Le resulta demasiado, DEMMASIADO complica controlarse y no explotar como está acostumbrado a hacer. Sirius tiene que mirar lo que hay detrás de Remus para darse cuenta que no quiere ocasionar una escenita en la futura escuela de su novio, y que, por sobre todo, no quiere hacer sentir mal a Remus, o al menos no peor de lo que ya se siente.

—Solo dime qué tengo que hacer. — Es más sencillo para Sirius acatar órdenes que razonar en el porqué, al menos por el momento. Ya después podrá darse el lujo de atormentarse en privado. Sin embargo, Remus sí parece querer que Sirius use su cerebro para algo más que el Rugby. Lo ve en su mirada que se baja, en sus hombros que se caen ligeramente. — Es más fácil para mí, Remus. Cuando estemos más calmados, ¿podrías explicarme? — Es sorprendente lo que unas cuantas palabras pueden afectar a alguien. El rostro de Remus se ilumina, no de alegría, sino de un sentimiento diferente. Una leve sonrisa se asoma por sus labios y se lleva una mano a la oreja para recoger unos mechones sueltos que le rozan el rostro. Luce hermoso, luce comprendido y satisfecho.

—Cuando tengas un plan en mente, dímelo primero, antes que otra cosa suceda o antes de que tomes una decisión. — Sirius está seguro que le costará un huevo hacer eso, pero asiente firmemente con la cabeza. Será un dolor en el trasero, pero nada que no pueda hacer por Remus. 

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