7

3.1K 504 57
                                    

Remus no se sorprende al ver la moto de Sirius estacionada frente a su casa. Tampoco se sorprende de la sonrisa de satisfacción que ilumina el rostro de Sirius.

-¿Tenías un diálogo preparado o algo por el estilo? – Sirius se ríe, divertido, feliz, una sensación un tanto nueva para él.

- No, si lo hago al natural me sale mejor. – Remus levanta una ceja y saca las llaves de su casa. Sirius lo observa abrir la puerta, se pierde en su rostro, en su ceño fruncido, en su boca apretada, en su mirada confundida y llena de pensamientos que Sirius muere por descubrir. La puerta se abre y Remus deja pasar a Sirius primero.

La casa de Remus es pequeña; su sala se conforma por dos sofás (uno mediano y otro individual), una mesita de centro con una planta en medio, y una televisión de tamaño normal. El comedor y la cocina son casi uno solo, divididos por una pequeña barra de mosaico. Y, hasta el fondo, hay dos puertas negras, lo más probable que sean las habitaciones de Hope y Remus. Es la primera vez que Sirius está en una casa así de compacta, y le parece fascinante, perfecto. Ha vivido dieciséis años en una casa enorme y su vida ha sido un infierno, razón por la cual no le agrada una vivienda tan grande.

-Tú mamá es muy amable. – Sirius siente la mirada de Remus sobre su espalda, analizando su reacción, sus gestos. Remus cierra la puerta y la casa se llena de un silencio profundo. Sirius se gira, y queda de frente a Remus. Lo ve a los ojos, lo ve como nunca ha visto a nadie; y Remus lo ve a él, sólo a él, con esos ojos cafés de párpados caídos que lo vuelven loco, que lo hacen una mejor persona, que hacen que haya valido la pena haber nacido y vivido hasta ese momento, en el que él y Remus están solos, juntos y enamorados. – Me recuerda mucho a la de James.

-¿James? – Remus rompe el encuentro de miradas y camina a la cocina, con Sirius siguiéndole los pasos.

- Es mi mejor amigo. Somos amigos desde que usamos pañales. – La voz de Sirius se suaviza, una sonrisa involuntaria aparece en su rostro, llena de nostalgia y cariño. Remus le indica a Sirius que se siente en una de las sillas del comedor mientras que él entra en la cocina y se pierde en ella.

-¿Iban en el mismo maternal? -pregunta desde el refrigerador.

- Pues nos conocimos cuando empezábamos a gatear, él aprendió de mí, claro. – Remus aparece detrás de la barra de mosaico y deposita un par de cosas que ha tomado de la alacena y del refri. Mira a Sirius sorprendido, realmente curioso por su relación con ese tal James.

- ¿Sus familias son amigas?

- Pueeees, digamos que nuestros padres son socios, y como ambos tenían bebés de la misma edad siempre en las reuniones nos dejaban juntos con una niñera. Aunque, claro, los Potter son otra clase de personas, muy diferentes a mis padres. – Sirius arruga la cara ante el recuerdo de su familia. Remus lo mira por unos segundos y luego se pone a preparar el desayuno con gran destreza. - ¿Qué habrá de desayunar hoy, Chef Lupin? – El mencionado sonríe y levanta la vista, dejando sin aliento a Sirius.

- Es una sorpresa. – Sirius se ríe y bromea. Mientras Remus prepara la comida le pregunta varias cosas: sobre su escuela, su música favorita, su comida favorita, por qué se viste cómo ñoño, si va a la escuela vestido así o usa uniforme; también le pregunta por esa tal Lily Evans, la pelirroja de las malas bromas.

- Nos conocemos desde primaria, pero comenzamos a ser amigos en secundaria, cuando me defendió de unos chicos mayores. – Remus se ríe ante el recuerdo y sus ojitos se arrugan hermosamente. Sirius no sabe de qué se ha sorprendido más: si de la expresión de Remus o de lo que le ha dicho.

- ¿La pelirroja te defendió de unos bravucones?

- Lily es una gran persona – Hay una ligera tristeza en las palabras de Remus, como si no mereciera tener a alguien tan bueno en su vida. Algo parecido al enojo comienza a formarse dentro del pecho de Sirius. No le gusta la expresión ni la mirada de Remus, lo hacen ver pequeño e insignificante. – Tengo mucha suerte que sea mi amiga.

- Pues yo creo que la suerte la tiene ella. – Sirius se cruza de brazos y se recarga en la silla. Trata de sonar gentil pero le es imposible. Remus baja la vista y sonríe.

- Gracias, Sirius. – El desayuno está listo y Remus lo sirve. Sirius no habla hasta que le ponen un plato repleto de comida enfrente. Agradece en balbuceos, toma su tenedor y se lleva un poco de huevo revuelto a su boca.

- Wooo – Exclama después de tragar. Remus se ha sentado frente a él y sonríe presumido. – Está delicioso. – Sirius no puede creer lo que ha probado: un desayuno hecho por Remus, SU Remus, y es el mejor desayuno que ha tenido en la vida.

- Gracias, gracias. – Remus se recarga en su mano, ladea la cabeza y sonríe, una sonrisa en la que entrecierra los ojos, coqueto, perfecto, hermoso.

- ¿En dónde has aprendido a cocinar? – Sirius ataca de nuevo su comida, esta vez agarra un poco de los pancakes que están junto al huevo, bañados en miel y con un toque de mantequilla. Los saborea en su boca, los disfruta como nunca antes ha disfrutado un desayuno.

- A veces mi mamá trabaja a tiempo completo y siempre estaba muy ocupada, así que me propuse a hacer la comida. Es una pequeña ayuda para mi mamá. – Sirius se enternece ante las palabras de Remus, incapaz de creer que alguien sea así de bondadoso.

- ¿En qué trabaja tu mamá?

- Es enfermera. Hoy es su único día libre, bueno, trabaja en la noche. – Sirius no sabe si eso es una invitación o sólo un simple comentario al aire. Decide que es mejor no andar imaginando cosas y se dispone a seguir con su desayuno.

EspressoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora