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—Dame un beso.

—¿Por?

—Necesito un beso.

—¿Para?

—Pues, ¿para qué crees tú?

—No sé. — Es casi IMPOSIBLE que Remus haga un puchero. Casi. Sirius jura que es la primera vez que le ve hacer uno. Está cien por ciento seguro de que así es porque, joder, tendría que haberle pasado algo realmente grave para olvidar tremenda obra de arte. Las cejas de Remus se tocan, SE TOCAN, no hay ni un milímetro de espacio entre ellas, y se ven mucho más pobladas de lo que son. Sus labios se juntan, pero solo se pronuncian hacia afuera un poco, muy ligero, aunque lo suficiente para que a Sirius le invadan unas ganas inhumanas de comérselo a besos. Se aguanta, quién sabe cómo. Le gusta molestar a Remus, es como si le dieron mil años más de vida cada que lo hace repelar.

—Cómo sea. — Remus da media vuelta, muy indignado y dispuesto a irse. Sirius ya no puede contenerse y lo toma del brazo para volverlo a poner frente a él y plantarle tremendo beso en los labios. Remus lo recibe con hambre, desesperado, como si su vida dependiera de los labios de Sirius y su lengua. Cuando se separan, los chicos jadean. Pegan sus frente y Remus sonríe con ligereza. — Solo te gusta hacerme repelar. — Sirius también sonríe. Hacer repelar a Remus no es algo que haga tan seguido, y tampoco Remus suele caer tan fácilmente ante sus provocaciones.

—¿Nervioso por el examen?

—Ya no tanto. — Remus se separa de Sirius. Lo mira por unos segundos con una expresión que deja muy poco a la imaginación. Sirius se pone duro, inevitablemente. — Gracias, Black. — Sirius ve a su novio salir de la pequeña bodega en la que están. Excitado y con la erección a punto de reventar, Sirius está seguro de, que una vez más, ha caído en la trampa de Lupin.


Sirius no tiene tiempo de disfrutar la sensación de libertad que haber terminado el examen final le ha dejado. Tampoco tiempo tiene para que la maldita sensación de incertidumbre y ansiedad lo joda por el resto del día. No pasa ni una hora después de haber terminado el examen, y su entrenador ya está chingando con que vayan al campo a entrenar. El partido es hasta la noche, y Sirius cree que le vendría mejor un descanso y una buena comida, en lugar de andar jodiéndose los músculos y pasando hambre. Aunque, debe de admitirlo, cuando hace ejercicio es casi imposible que su mente lo traicione.

El entrenador los deja ir unas cuatro horas antes del partido, las cuales Sirius y James aprovechan para ir a comer. No dudan en llamar a Evans, a Remus y a Peter para que los acompañen, y así festejar el fin de clases y de su vida escolar de preparatoria. Evan está realmente emocionada y no deja de hablar de su graduación. A Sirius le parece un poco extraño que la chica esté tan parlanchina, y no puede evitar enviarle un mensaje de texto a Remus preguntando el por qué. Su novio le responde que la chica está nerviosa por el partido de la noche, que será el primer y único partido que verá de James, en esa escuela de niños ricos. Cuando termina de leer el mensaje, Sirius siente ese dolor en el pecho que empieza a ser común para él.

¿Y tú? ¿Estás nervioso por el partido?

Remus lo ve directo a los ojos en cuanto ve el mensaje que le ha enviado Sirius. Hay un intercambio de miradas muy sutil. James y Peter platican con Evans, y ninguno de los tres se da cuenta de lo que está pasando entre Sirius y Remus. Ah, joder. Ahí está. Sirius no duró nada. Remus lo ha descubierto. Ha visto su miedo, su incertidumbre. Y, para sorpresa de Sirius, Remus se siente igual. No esconde nada, se ha dejado ver; se ha mostrado tal y como es. Y Sirius se siente eternamente agradecido. No está solo. Se lo había repetido tantas veces hasta creérselo. Y ahora no tiene que repetírselo porque es verdad. Es la puta verdad. ¡No está solo! Remus está con él, con los mismos sentimientos, con las mismas inseguridades, apoyándolo, sabiendo cómo se siente. El dolor de pecho se desvanece, su mente se queda en silencio, la primera vez en semanas.

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