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El calor que golpea a Remus en cuanto sale del aeropuerto es brutal. No pasa ni un minuto y ya siente como el sudor empieza a formarse en su frente y espalda. La ligera brisa que corre es caliente y con un fuerte olor a pescado y sal. Voltea a ver a Sirius, pero el reflejo del brillante y cegador sol se lo impide.

—Hace calor, eh.

Pese a la sensación de ahogamiento que siente Remus, y a que se quema vivo con cada segundo que pasa bajo el sol, se sorprende del claro cielo azul que los cubre. Se ve bastante hermoso, es algo que nunca había visto en su vida. También se fija en el estacionamiento del aeropuerto. No es muy grande, aunque parece estar bastante lleno.

Los chicos se sorprenden cuando un hombre se acerca a ellos y les pregunta sobre si han comprado el servicio de taxi. Sirius le muestra el boleto que les han dado un par de minutos atrás, y el señor asiente. Les indica que lo sigan y los lleva hasta su coche. Entre todos suben las maletas, y Remus suspira agradecido cuando entra al auto climatizado.

Mucho calor, ¿verdad?

—Mucho, sí.

Durante el recorrido para llegar al Airbnb que Sirius ha rentado, Remus observa todo lo que la pequeña ventana del auto le deja ver de la ciudad. En efecto, se ve demasiado caluroso. Trata de no arrepentirse de la decisión de haber ido ahí; Sirius le dio varias opciones, y le recalcó más de una vez que el calor era bastante fuerte en Veracruz. Remus lo subestimó. Aunque, bueno, solo estarán unos días e irán a otra ciudad. Tiene fe de que su sangre inglesa pueda soportarlo.

Llegan a la casa para nada discreta que ha rentado Sirius. Es enorme y muy moderna. Remus piensa que es un poco extravagante para solo ellos dos, pero al salir a la terraza y ver la hermosa vista al boulevard y al mar que tiene ante a sus ojos, decide que ha sido una excelente opción. Solo ha visto una playa soleada una vez en su vida: la ocasión en la que sus amigos lo llevaron en su cumpleaños. Y no se compara ni un poquito a lo brillante que se ve el océano en este momento. Ni siquiera el calor logra opacar la belleza del momento.

—¿Quieres salir o descansamos un rato? — Remus está bañado en sudor, el aire horriblemente caliente lo hace sentir asfixiado, el resplandor del asfalto le lastima los ojos, y, aun así, se gira de inmediato hacia la voz de Sirius, aunque sea imposible poder distinguirlo entre tanta iluminación, para decir con una voz fuerte y llena de emoción:

—¡Salgamos!

El mes que los chicos pasan en México es una experiencia que Remus está seguro recordará incluso hasta en sus próximas vidas. El país es bellísimo. Visitan diferentes ciudades, con diferentes climas cada uno, diferentes tipos de comidas, todas deliciosas, y diferentes culturas. Remus está fascinado. No cree que sea verdad lo que está viviendo. No cree que sea verdad poder pasar tanto tiempo a solas con Sirius. Poder estar teniendo un adelanto de lo que será su vida en unas pocas semanas es una sensación esperanzadora. Obviamente no será igual, puesto que Remus estará en la universidad, tendrá tarea, Sirius estará trabajando, y tal vez solo tengan tiempo para compartir durante las noches o antes de dormir. Es por eso que, poder ver a Sirius en un ambiente mucho más relajado, es incluso más valioso que toda la experiencia del viaje al extranjero. Lo ve recién levantado: con el cabello alborotado, la baba seca en las comisuras de la boca, la expresión de desorientación y los ojos más cerrados que abiertos, y, aún así, luce guapísimo. Lo ve cuando va al baño, cuando se termina de bañar, cuando decide seriamente qué ponerse, cuando se queja constantemente de todas las labores domésticas que se tienen que hacer, pero aun así las hace a regañadientes.

Ver a Sirius barrer, lavar trastes, lavar ropa, o simplemente recoger el plato en el que ha comido, son escenas en las cuales Remus nunca había pensado. Y lo curioso de todo es que Remus estaba seguro de que Sirius se inclinaría por algún hotel super lujoso, en donde no tuviera que hacer nada de eso. En cada una de las ciudades a las que han ido, se han quedado en diferentes casas: grande o pequeñas, lujosas o rústicas. Es como si Sirius hubiera a propósito buscado un reflejo del plan de vida juntos del cual han hablado. Lo cual hace pensar a Remus que ambos están en la misma sintonía, haciéndolo sentir feliz y calmado. Por fin, después de lo que parecía una eternidad, y después de todas las situaciones difíciles por las que han pasado, los chicos se pueden disfrutar en paz y plenitud. Vive su sueño, y lo vive día a día, al menos una parte.

—Remus.

—¿Mmm? — Es la última noche del viaje de los chicos. La noche en Chignahuapan, Puebla es fresca y los chicos tienen las ventanas abiertas, por donde corre una ligera brisa que los mantiene abrazados en la cama. Las luces están apagadas, y hay un agradable silencio en donde Remus intenta dormir. Está agotado y ligeramente envarado por las inmensas caminatas que han hecho a lo largo del mes, y de todas las ocasiones en las que Sirius no ha tenido compasión con su cuerpo. En todas las veces que han hecho el amor, Sirius ha sido bastante intenso, más de lo esperado. Remus lo ha disfrutado, cada una de las veces, pero su cuerpo no está acostumbrado a tanto ejercicio.

—Si en algún punto de nuestra relación te mueres, ¿querrías que saliera con alguien más? — El sueño que amenazaba con dejar dormido a Remus desaparece de golpe. Mantiene los ojos cerrados, y traga saliva con dificultad. Los brazos de Sirius que lo rodean siguen estando igual de firmes, no se han movido ni un centímetro. Remus trata de no pensar en el trasfondo de la pregunta. Ha tenido unas semanas increíbles, ha vivido las mejores experiencias de su vida, ha compartido todo eso junto a la persona que ama y en este momento tiene la dicha de estar con él. No quiere que su mente lo arruine con pensamientos innecesarios.

—¿Por qué preguntas esto? — Sirius tarda mucho en contestar. Se remueve un poco y es ahí que Remus decide moverse también. Abre los ojos y se recuesta del lado contrario para poder ver a Sirius. Este sigue boca arriba, con la mirada fija en algún punto de la habitación. A Remus le cuesta un poco poder descifrar la expresión de su novio, además de que la obscuridad no ayuda mucho.

—Nada más. No puedo dormir. — Parece que Sirius no dirá nada más, así que Remus se dispone a responder.

—Bueno... — Una palabra y se ha quedado seco. No se le viene nada a la mente. No quiere pensar en una situación tan catastrófica, y la muerte siempre ha sido un tema que le causa mucho miedo. Tampoco quiere imaginarse una vida en la que no exista y no pueda estar con Sirius. ¿En verdad querría que Sirius estuviera con alguien? ¿Querría que compartiera todo lo que han vivido juntos con otra persona? ¿Podría permitirse ser egoísta? La tristeza es inevitable, así como el nudo que se va formando en su garganta. — Tienes derecho a ser feliz.

—¿Eso es lo que querrías? — El tono firme y fuerte de Sirius lo desarma. No. Claro que no. No querría que Sirius lo olvidara. No querría que Sirius sintiera con alguien más la misma felicidad que siente al estar con Remus, que compartan experiencias, recuerdos, vivencias, complicidades. Lo detestaría. Y detestaría mucho más perderse de todo eso. Remus ya no mira a Sirius. Tiene la mirada baja y los labios apretadas.

—Solo querría que no me olvidaras.

Sirius no responde. Cierra los ojos y así se queda sin inmutarse. Por su parte, Remus no deja de tener una sensación extraña en el pecho. Su corazón late muy rápido y fuerte. Está casi seguro de que se escucha en toda la habitación. El pensar en la pregunta que Sirius le ha hecho ha incrementado la inseguridad sobre el futuro que ya tenía. Lo ha hecho recordar lo fácil que pueden cambiar las cosas en un segundo. Remus siempre ha tratado de no dar por hecho nada en su vida. Ha tratado de ser consciente sobre el poco control que se tiene respecto al mañana. Pero, al haber pasado todos esos meses junto a Sirius, en donde parecía que la única constante que había en su vida era tener al chico a su lado, hizo que olvidara ese pequeño detalle. Sirius o él, nada está escrito.

La calidez que envuelve a Remus logra sacarlo del trance en el que ha entrado. El olor de Sirius impregnarse en su nariz es suficiente para traerlo a la realidad y poder sentir los fuertes brazos que lo envuelven. Sirius pega a Remus contra su cuerpo. Recarga su barbilla en la cabeza de Remus, aprovechando que está un poco más arriba que el chico. Y suspira. Suspira con todo el aire del mundo, con toda la fuerza que exista en un ser humano; suspira con el alma.

—Aquí estoy. — Sirius lo abraza con más fuerza, con la suficiente para que la mente de Remus se tranquilice, recordándole que el ahora es real y que Sirius está ahí, a su lado, acompañándolo y amándolo.

Pasan los minutos y Remus se ha tranquilizado lo suficiente para al fin quedarse dormido. No sabe si lo escucha, o es parte de un sueño, pero la voz de Sirius se hace presente. Susurra, áspera, en un tono sereno o lúgubre:

—Nunca te olvidaría.

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