— Entonces, si sabes que está mal alejarte cuando te sientes mal en vez de enfrentar la situación, por qué sigues haciéndolo? — pregunta con calma el psicólogo sentado enfrente de mí con su libreta de notas.
— Porque es a lo que estoy acostumbrada, desde hace muchos años me aíslo hasta que me siento bien de nuevo — admito cansada del mismo tema una y otra vez —. Pero no todos entienden o tolerar mi forma de ser.
— No puedes justificar tus actos con la típica frase " yo soy así" , puedes mejorar, ya lo has hecho con la comida y con lo de demostrar lo que sientes, ahora sigue enfrentarte a los problemas.
— Es diferente — digo frustrada porque lo hace ver más fácil de lo que en realidad es —. El miedo me consume, miedo a fallar, a no ser lo que esperan.
— ¿Cómo crees que dejarías de sentir ese miedo? — pregunta interesado, yendo al punto de manera sutil.
Lo pienso durante unos segundos, quiero de verdad superar mis traumas y salir adelante, por mi y por mis hijos, pero es difícil, cuando creo que lo estoy consiguiendo vuelvo hacia atrás.
— Quizá sí dejo de darle importancia al rechazo — digo más a pregunta que a afirmación porque no estoy segura —. No lo sé, supongo que algo parecido funcionaría.
— Cierto, le das demasiada importancia al que dirán, por eso te aterra no ser lo que todos esperan, y cuando te sientes mal te aíslas para evitar preguntas o discusiones por cómo te encuentras.
— Creo que todo comenzó cuando murió mi padre — confieso un tipo de revelación que acaba de surgir, él toma nota interesado —. Era más pequeña, tenía la edad de mi hermano ahora, lloraba mucho, casi siempre lo llamaba entre sueños porque él era mi vida entera, estábamos muy unidos.
— ¿Y qué pasaba cuando decías lo mucho que le extrañabas? — pregunta antes de que me desvíe del tema.
— Mi madre estaba frustrada, tenía que mantenernos a los tres más a ella, trabajaba horas extras y cuando llegaba a casa y me escuchaba llorar me regañaba — mi voz se corta sin intención pero me recompongo al instante —, me decía que era una tonta por llorarle como si eso fuera a traerlo de vuelta, cada vez que me escuchaba me gritaba molesta porque no paraba — sonrío triste porque había olvidado esos meses tan horribles —. La entiendo, había perdido al amor de su vida, estaba sola con tres niños, y una de ellas en vez de ayudarle solo lloraba en cada rincón.
— Es normal que con esas edad y con lo mucho que lo querías te sintieras tan mal, claro que tenías derecho a llorarle todo lo posible, de eso se trata el luto — apoya mi comportamiento pero ahora es tarde, ya no sucede.
— Claro, pero no era el momento, mi madre necesitaba ayuda en casa y con mis hermanos, no una niña llorona que lo único que hacía era quejarse y preguntar por su padre — respondo con rabia, molesta porque no es justo que ahora me sienta tan mal conmigo misma por todo eso.
— Ahí está el problema Camila, no puedes comparar el dolor de tu madre con el tuyo, cada persona asimila estas situaciones de diferentes maneras, tú llorabas, ella se refugiaba en la rabia — deja de apuntas cosas para verme fijamente, su tono delata sabiduría y no me juzga —. Pero ahora, crees que demostrar el dolor de la forma correcta para ti, está mal.
— ¿De qué sirve quejarme y llorar por algo que me duele? Al final todo pasa y las lágrimas se secan, prefiero que nadie me escuche para que no puedan juzgarme.
Se queda callado observándome con mucha atención, respira profundo y escribe algo más, sin prisa, dejándome analizar mis propias palabras.
— Repite en tu mente lo que acabas de decir y dime si es lo correcto.
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Mejor vida (II)
RandomLibro 2 de la trilogía"Vidas" Mi vida no era perfecta, pero era feliz así. Mi razón de seguir son mis hermanos, en un lugar donde no se vive, se sobrevive. Ella nos salvó, y nos condenó. "Un Ángel y un Demonio hecho mujer".