El último deseo

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Se había mirado al espejo esa noche y suspiró mientras tocaba aquel prendedor tan hermosamente elaborado y del cual muchas veces Orion intentaba indagar. Es una reliquia familiar, no de los Black por supuesto. Del lado de mi madre era la respuesta que siempre daba, quizás la única persona viva que sabía que era un obsequio era el mismísimo Sirius y Walburga estaba segura que ni siquiera debía recordarlo.

- Sirius - musitó con algo de desdén y nostalgia. Se sentía abrumada con el sentimiento que le invadía al ver a Sirius últimamente acercarse a Grimmauld Place, uno en que podía respirar aliviada aunque solo recibiera un saludo medianamente cortés y lejano de su parte.

Pensó que quizás era en parte su culpa, ella muy tontamente había pedido un deseo aquella noche de halloween cuando su madre siempre le había recordado que la magia de ese día podía hacer estragos en cualquiera. Suspiró y se apartó del espejo sentandose en la cama, con un movimiento de su varita atrajo una pequeña caja hacia ella y tomó una carta arrugada con la letra del pequeño Sirius, carta que estuvo tentada a arrojar a las llamas ese día.

Quizás si hubiese escapado con aquel muchacho Gryffindor de hermosos ojos verdes y sonrisa encantadora, la historia habría sido distinta. Quizás su hijo la amaría, quizás se sentiría orgulloso de ella y sobretodo nunca se habría alejado de su lado. Pero Walburga no había sido criada para huir de sus responsabilidades y sobretodo, mucho menos para dejar a Alphard a merced de Cygnus y su padre, jamás. Ella no podía dejar que Cygnus y su padre le nvenenaran el corazón de aquella forma.

Ese muchacho Samuel a veces rondaba sus pensamientos no de una manera eternamente romántica ni mucho menos, añorandole, solo pensaba en la última vez que le había visto, en aquella vez que su padre le dijo que al fin alguien le había dado su merecido al ser un traidor a la sangre, porque aunque fuese un sangre limpia jamás en la casa Black sería bien visto. Incluso sabía que Orion lo detestaba pero aunque él fuese de temer, jamás le habría hecho daño porque sabía lo importante que era para ella.

- No he sido yo - dijo Orion al entrar en la habitacion aquella noche mientras ella estaba de espaldas conteniendo sus lagrimas - Nunca fue de mi agrado pero...

- Cantacterus, ¿desde cuando debes darme explicaciones? De cualquier forma, no puedo ni tengo que decirte nada. Mi deber como tu esposa es simplemente hacer lo que se tenga que hacer - espetó con voz fuerte aún sin mirarle.

Sintió los pasos de él tras ella y respiró conteniendo el aire, quizás Orion no fuese tan misericordioso como pretendía y perdería la paciencia hasta abofetearla. Su cuerpo se tensó cuando las manos de Orion se posaron en sus brazos pero el hombre solo dejó un beso delicado en su mejilla y suspiró.

- Me tomas como un despiadado, y no te niego que lo sea pero jamás me atrevería a serlo contigo - musitó con suavidad - Además Cedrella, sabes que mientras viva jamás dejaré que tu padre ni Cygnus vuelvan a siquiera tocarte y sabes mas que nadie que para mi tu opinión es mas importante que la de cualquiera.

Esta vez, la mujer se giró y su pronunciado vientre generó una pequeña distancia entre ambos. Orion sintió una parte de su corazón resquebrajarse al ver sus ojos llenos de lagrimas contenidas, pensó en el cielo cuando está a poco de llover.

- ¿Lo habrías impedido? ¿Habrías impedido que lo asesinara? Se que fue Cygnus, tiene esa maldita costumbre de tomar cosas de quienes...- Walburga se detuvo y las lagrimas comenzaban a caer furiosas sobre sus mejillas - Tenía su reloj, el que le regaló su madre. Lo vi tantas veces que pude reconocerlo. ¡¿Por qué lo ha hecho?! Su esposa recién ha fallecido al dar a luz y su bebé igual, se ha dedicado a ser un simple servidor del Ministerio.

Los Merodeadores - Desafiando al DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora