📔 Capítulo 35 📔

1.2K 65 7
                                    

    Cuando terminamos de ver la película, después de la deliciosa cena que hizo dadá, me sentía súper bien. Dormí mucho en el día de hoy, pero estaba recuperando mi energía. Y en ese momento, no tenía sueño. Además solo eran las nueve y media, así que me preguntaba lo que haríamos. Pensé que dadá tal vez le gustase jugar con nosotros ahora, o que ya tendrían pensado en algo, pero me desilusioné muchísimo.
- ¿Te gustó príncipe?
- ¡Siiii! Me encantó! - Dadá pareció satisfecho, pero por alguna razón papá hizo una mueca graciosa mientras me revolvía el pelo. Durante unos minutos me preguntaron sobre la peli, hasta que papá se dispuso a hablar:
- Bueno, creo que es hora de ir a dormir cariño. - ¡No, no, no! No creo... así que me dispuse a negar con la cabeza, de manera efusiva para que lo entendieran. Pero así no fue.

    Después de intentar varios pucheritos, de pedirles un ratito más, de invitar dadá para que jugara con nosotros y todo lo que se me ocurrió en el momento, ninguno pareció conmovido. Así que papá me tomó en brazos y los dos fueron a dejarme a mi habitación, las súplicas por mi parte, no pararon en ningún momento.
- Ya mi rey, vamos... Te llevo al baño y después a dormir. Mañana...
- ¡NO! NO TENGO SUEÑO JOD...
- ¡Marcos, basta! - Una pequeña nalgada, casi imperceptible, terminó en mi trasero. No me dolió del todo, pero me tensé de inmediato. Papá pareció molesto, dadá se me quedó mirando con una expresión neutral. Me dio mucho miedo.
- Perdón, es que...
- No, antes de hablar piénsalo bien. Estás castigado.
- ¡NO! Pero, per...
- Pero nada. - Papá fue cortante en sus palabras - Quebrantaste al menos tres reglas y espero pienses en ello jovencito. Por hoy, no habrá nalgadas, incluso te daré lo que quieres: serán 20 minutos en el rincón. Y quiero que reflexiones bien. - Hizo una pausa para dejarme sentado en la silla frente a un rincón de la habitación. - Es tu primer día, así que soy muy permisivo. Pero igual te aconsejo, para bien de tu trasero, a que sea suficiente aviso como para pensarlo dos veces en el futuro. - Terminado de decirlo, se alejó, sin ni una pequeña huella de ternura. Dadá incluso evitó mi mirada cuando lo vi. - Marcos, la pared. - Llamó mi atención el mayor.

    Así que total, estuve mirando la pared, 20 minutos, en completo silencio, mientras ellos arreglaban la cama. Al igual que yo, también no dijeron una palabra en el tiempo que me estuvieron esperando. Me sentí muy mal, es cierto que era temprano, pero papá tenía razón: quebranté las reglas... incluso ya lo había hecho antes, y me lo habían perdonado. Además, es verdad que dentro de lo malo, él se portó bien conmigo. Me explicó el porqué, y me dejó sentadito de forma bastante cómoda. Porque estoy seguro que si hubiera podido estar de pie tanto tiempo, probablemente no tendría ese lujo. Aún así me sentí muy culpable, era la primera vez que me hablaba de forma tan tajante, y dadá ni me miró, no se opuso en ningún momento... Yo solo pude pensar, durante esos 20 minutos, en cómo me porté mal, rezando para que todavía me quisieran. Y pidiendo que no me llevasen de vuelta a ese horrible hospital. No quería estar solo de nuevo, no ahora. Me estaba encariñando demasiado para que me abandonaran también.

    Al terminar mi castigo pude sentir como algunas lágrimas se escapaban sin permiso. Y como dadá me las limpiaba al tomarme en brazos, para sentarme en la cama, a su lado. Papá se puso de rodillas frente a nosotros, el silencio me estaba ahogando.
-Ya mi niño... ya terminó ¿vale? Lo hiciste muy bien. - Me felicitó un poco, poniendo su mano sobre mi muslo para transmitir confianza. - ¿Has podido pensarlo un poco cariño? - Asentí.
- Muy bien, dinos ¿qué pensaste mi vida? - Dadá preguntó con amabilidad frotando mi espalda. "Tal vez todavía me quieran", pensé.
- Que... que fui malo. Por, por qué grité... y no fui obediente y no quise perdooon. - No pude evitar un pequeño sollozo.
- ¿Y qué más hiciste cariño? - Mientras papá limpiaba mis lágrimas sostenía mi sien en su mano, eso me reconfortaba.
- Dije una palabrota. - Admití muy avergonzado. Mientras me hacían cariño y me sobaban la espalda.
- Eso es, muy bien. ¿Y lo puedes hacer?
- No...
- ¿Por qué no mi rey?
- Porque me castigan. - Me sentí muy tonto, me senti... volver en el tiempo, como si toda mi maturidad hubiera totalmente quitado mi cuerpo...
- No nene, no es por que te castigamos, eso es solo una consecuencia ¿si? No lo puedes hacer, porque es muy grosero, y los niños bonitos no hablan así ¿vale? - asentí, demasiado apenado para decir algo...
- Muy bien cosita, ya pasó, los papis te quieren mucho ¿si? - Lo miré sorprendido, de nuevo Alexander leía mi mente.
- ¿De verdad? - Me sentía tan vulnerable en ese momento, necesitaba escucharlo de nuevo. Realmente el castigo no fue la gran cosa, pero en 20 minutos se puede reflexionar sobre un montón de cosas terribles...
- Te lo prometo cariño. - Papá estaba siendo dulce de nuevo, pero lo dijo con mucha convicción.
- Si mi vida, como no, un niño tan precioso. - Dadá me dio un sonoro beso en la mejilla, para acto seguido cargarme. - Bien ¿y qué te parece un cuento antes de ir a dormir hein? A papá se le da muy bien. - Asentí.
- Es mi trabajo. - Dijo orgulloso.
- Si, si me gustaría. - En verdad no suelo leer para dormir, pero un tiempo extra con ellos me pareció bien.

    Antes del cuento, me acompañaron de nuevo al baño. En esta ocasión fueron los dos, y me esperaron varios minutos. Insistiendo a que luego me despertaría por las ganas y no dormiría bien. Así que papá procedió a hacer uno de esos masajes extraños, que hacían que mi cuerpo reaccionara sin permiso. Cómo antes lo hizo papá, dadá terminó limpiándome, con más atención si cabe. Porque según él, ya no había nada que no hubiesen visto, y yo tenía la piel demasiado sensible, a lo que me podría hacer daño.
    En ese momento me sentí tan impotente, me aferré a él con mucho sentimiento, quería que me consolara. Quería que me tomara en brazos y que me arrullara para sentirme un poco menos desprotegido. No podía entender lo que me pasaba. Mi mente se quería dejar llevar, me sentía liviano y todo lo que me importaba era la mirada de mis papás.
    Para cuando me vistieron de nuevo y me llevaran a la habitación, mi parte racional e irracional se debatían. Había sido un día muy visceral.

    Al darme cuenta ya estaba acostado en el regazo de dadá, con mi chupete en la boca. Me dieron también a Félix, que papá recostó delicadamente sobre mi pecho, para luego buscar un gran libro de cuentos. Poco a poco me fui relajando, mientras papá escogía un relato, solo se escuchaba el sonido de las páginas volteandose. Dadá me miraba con cariño y esa sonrisa absolutamente hermosa, empezando ese gesto que lo caracterizaba, dando palmaditas suaves en mi trasero. En un momento, papá empezó el cuento, leyendo de forma muy fluida, haciendo pequeñas vocecitas chistosas, acariciando mi mano con la que tenía libre. Y también sonriendo, su mirada brillaba.

    Esperaba que el momento les estuviese gustando tanto como a mi. Me sentía protegido, amado, cálido. Por primera vez, no se me hacía incómodo ser el centro de atención, y que me miraran. Quería que así fuera, que me vieran así por siempre.
    Mi mente poco a poco lo deseaba con más claridad, mientras la voz de papá y las caricias de dadá se hacían más lejanas se mezclaban y se fusionaban con la oscuridad.

    Hasta que por fin, caí rendido en los brazos de Morfeo.

Los cuadernos de MarcosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora