📔 Capítulo 77 📔

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    Lloré, lloré hasta marearme y hasta ahogarme con mi propio llanto. Me sentía incómodo, impotente, y demasiado avergonzado. Mis padres me habían rápidamente llevado a fuera, mientras yo no podía siquiera reaccionar. Yo solo lloré, durante todo el camino, mientras dadá intentaba calmarme. ¡Pero era todo tan frustrante!

Al llegar a la casa, mis papás me llevaron hacia su habitación. Para esos momentos, había pasado a los brazos de papá, antes que este me dejara sobre una toalla, arriba de la gran cama. Dadá se fue a alguna parte dejándonos solos. Mis lágrimas se habían detenido hace poco, por lo cual logré prestar atención en los gestos de papá; ya no me quedaban fuerzas para reaccionar.

Lo peor, además de la sensación horrible que producían mis pantalones rozando mi piel, fue la total indiferencia de papá. Todavía no podía creerlo: ¡había mojado mis pantalones! De nuevo, lo había hecho... y sentí tanta pena... si pudiera llorar más lo hubiera hecho...

Papá empezó a quitar mi ropa como si nada, en total silencio, moviendo mi cuerpo con tanta facilidad que me asustaba. Nunca lo había visto con aquella mirada, tan neutral y tan fría a la vez. Sus ojos color dorado, estaban totalmente apagados, y casi pude notar un reflejo verdoso... Pero no un verdoso intenso y bonito como el de los ojos de dadá, un verdoso gélido, desprovisto de emociones. "Me va a matar", pensé, rememorando todo lo del día, y quizás un poco de los días anteriores también... Aún así, no podía quitar mis ojos de los suyos, y le sostuve la mirada, hasta que dadá entrara en la habitación.

Cuando llegó, se había cambiado de ropa, me dió mucha lástima pensar que lo había mojado también, tuve que evitar verlo... Cuando dadá se paró frente a nosotros, papá me estaba envolviendo en la toalla.
- El agua está lista. - Anunció dadá, dejando unos golpes suaves en la espalda de papá, que me cargó enseguida.
Un escalofrío recorrió mi espalda, me sentí como si me llevaran hacia el matadero. Pero eso simplemente no sucedió: no me regañaron, no me dijeron nada de echo...

Una vez estuve sumergido en el agua, el escozor en mis piernas desapareció. Eso sí, mi corazón todavía estaba dolido... Papá me sostenía, como siempre que dadá me lavaba el pelo. Lo que hizo. Sus masajes eran tan dulces como siempre, se sentía bien... De espacio sentí los pequeños movimientos circulares que hacía sobre mi cabeza al quitar el shampoo. Era tan relajante, y eso me encantaba. Pero sus miradas me entristecían. Por lo tanto, decidí cerrar mis ojos, y disfrutar.

De esa manera, era como si nada hubiera pasado. Estaba en una pequeña burbujita. Podía sentir sus respiraciones tranquilas, mientras las dulces manos de dadá recorrían mi cuerpo. Poco a poco, el fue frotando con una esponjita muy suave mi cuerpo, mis brazos, mis piernas, moviéndolos con cautela. Luego limpió mi espalda y mi vientre, para al final limpiar mis partes. Con suma delicadeza, limpió cada rastro de suciedad que pudo haber existido allí. Me sentí genuinamente feliz durante un instante.

Esos días, no había disfrutado de mis papás. Yo... sé que no fue lo correcto, pero no quería parecer un bebé frente a...
- Ya, voy a por unas cosas. - Dadá habló bajito, antes de que yo pudiera sentir el agua irse de la tina. En pocos segundos, estaba envuelto en una nueva toalla, mucho más peludita que la anterior. Era mi toalla de delfines, la reconocería hasta con los ojos cerrados: era mi favorita.
Papá me volvió a tomar en brazos. Yo no pude evitar abrazarlo: necesitaba su cariño. Con un par de palmaditas en la espalda. Papá me dejó sobre la cama otra vez. Y procedió a secarme.

En el momento, sentí un poco de frío, pero mientras me secaba, y dejaba que parte de la toalla abrigara mi cuerpo, me fui sintiendo mejor. Cuando papá terminó su labor, escuché como cambiaban de roles. Y ahora era mi dadá, quien espacia una cremita muy fría en la parte interior de mis muslos. En cierto momento, me pareció hasta incómodo, por la gran cantidad que esparció sobre mi colita, y mis partecitas. Pero luego me tranquilicé con los masajitos que me hizo... Finalmente, noté una sensación que conocía muy bien: con mucha destreza, dadá dejó el pañal bajo mis nalgas, para luego pasarlo entre mis piernas, y cerrarlo con las cintas sobre mi pancita. Era tan comodo...

Poco a poco, mi cuerpo se fue relajando más y más. De tal forma, que casi no me di cuenta de que me habían vestido y arropado entre las mantas. En ningún momento abrí los ojos: ni siquiera cuando sentí el biberón en mis labios. Simplemente me limité a succionar la leche tibia. Fácilmente podía adivinar que fue dadá quien la había preparado, por ese sabor tan exquisito y misterioso que tenía.

En aquel momento me sentí en las nubes. Estaba limpio, lo abultado que se sentía el pañal me transmitía tanta seguridad... estaba cómodo: las frazadas de la cama sobre mí eran pesadas, las almohadas olían un poco a mis papás. Estaba calientito y muy cerca de ellos, y ahora mi estómago estaba totalmente llenito. Además, no tuve ni que reclamarlo: antes de que me durmiera, sentí como Félix ingresaba a mis brazos por arte de magia. Me sentía en el cielo, incluso sabiendo que seguramente, esa calma escondía la tormenta que se avecinaba...

⏳⌛️

Poco a poco fui abriendo mis ojos. Al principio estuve un poco desorientado, no estaba muy familiarizado con aquella habitación, puesto que casi nunca dormía allí... Pero rápidamente vi a dadá, en la silla frente a la cama, leyendo un libro. Él me miró con cara de lástima durante unos segundos. Pero realmente no tuve demasiado tiempo para imaginar el motivo.
- ¿Dormiste bien corazón? - Preguntó con tranquilidad. Yo asentí, viendo como se levantaba, yendo hacia la puerta. Yo me quedé medio despierto, sentado en la cama, mientras me acordaba de lo sucedido anteriormente. Una ola de calor subió hasta mi cuello y mis orejas por la vergüenza...

Un par de minutos más tarde, un par demasiado corto a mi parecer, dadá entró al cuarto seguido por papá. Los dos con una expresión neutral. Dadá se sentó cerca de la cabecera de la cama, y papá, bueno... él se quedó de brazos cruzados frente a mi.
- Muy bien hijo, hora de hablar. - "Oh oh", pensé, buscando una solución, antes de que mi colita tuviera esa tan temida charla con la mano de papá...
- Dadáaaa. - Me abalancé a sus brazos, llorando desconsoladamente. Eso sí, pude ver como papá alzaba una ceja, molesto. "Estoy frito", supuse, agarrándome lo mejor posible de la camisa de dadá.
- Shushushu shuuu, corazón, calma, todo va a estar bien... - Dadá me levantó en brazos, para pasearse conmigo por la habitación mientras me arrullaba. - Calma mi vida... shuuu... - En cierto momento, sentí como dadá propinaba palmadas un poco más fuertes en mi espalda. Me estaba ahogando, de tal forma que por una fracción de segundo dejé de prestar atención a mi alrededor. Volví en mí al sentir el inhalador cerca de mi cara... - Ya principito, tranquilo... - Me aferré a él, probablemente mi paz no duraría mucho.

- Creo que mejor hablamos después. - Dijo finalmente dadá, mientras yo todavía intentaba controlar mis hipidos y mi respiración. Papá nos miró interrogativamente. - Creo que igual está en su espacio. - No entendí muy bien eso, pero no dije nada. - Sabes que no suele llorar así sino... - Papá pareció darse por vencido: su aura intimidante se cambió por una postura mucho más relajada. - Ya corazoncito ya no llores...
- Hay que cambiarlo. - Papá se aproximó, jalando un poco de mi pijama, para comprobar lo que decía.
- ¡Oww! ¿Por eso lloras cosita? - Dadá preguntó con su voz más aniñada. Pero al menos ya no parecían molestos. Igual era mi oportunidad para escapar al castigo inminente. Así que me calmé un poco, y dejando mi cara recostada en el cuello de dadá, asentí tímidamente.
- Shi. - Respondí con simplicidad, mis mejillas ardían.
- Bueno, no pasa nada corazón, vamos... - Dadá me llevó por la habitación, y tomó la pañalera que estaba en el suelo, para enseguida recostarme en la cama.

Durante el nuevo cambio, papá se sentó a mi lado, para rápidamente, darme a Félix y dejar el chupete en mi boca, regalándome leves cariñitos en mi frente.
- Que lindo es mi nene... - Me iba arrullando con una pizca de diversión en su rostro. Yo solo traté de seguirles el juego: no me gustaba mentir, y de hecho era muy difícil engañarles. Pero, en aquella ocasión, era lo único que podía salvar mi trasero. ¡Y yo lo daría todo para lograr sentarme los próximos días!

"Papá, dadá, lo lamento pero, a río revuelto, ganancia de pescadores", Dije hacía mí mismo, pensando que sería una larga noche...

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