🔖 Capítulo 39 🔖

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Puesto que nuestro niño se había dormido en el cine, decidimos irnos a la casa sin despertarlo. Debió estar realmente cansado, porque a parte algunos gimoteos al dejarlo y levantarlo de su asiento, no reaccionó del todo. Una vez llegamos a nuestro hogar, lo dejamos descansar en nuestra cama, con algunas almohadas a su alrededor.

En ese momento decidí hablar con Samuel, para contarle lo que descubrí en la mañana. El cambió totalmente, a una expresión de enojo, que si no lo conociera tan bien, me hubiera helado la sangre. Como yo, sabía que él también estaba listo para todo, con tal de proteger a nuestro pequeño. En ese momento acordamos que emplearíamos un detective, para conocer un poco más de la historia de nuestro bebé. No nos queríamos meter demasiado en su pasado, pero sí protegerlo, y mi sexto sentido me decía que algunos monstruos todavía lo perseguían... Así que nos pusimos a buscar, y con ayuda de Leonardo, encontramos uno muy bueno. Al final de la llamada con el abogado, los dos nos habíamos calmado, e incluso quedamos de vernos con el chico; para presentarle nuestro bebé, y que jugara con su niña.

Con la consciencia un poco más tranquila, pudimos al fin concentrarnos en otro problema: las inyecciones de mi chiquito... Era hora de su medicina, y aún que había podido conseguir otro tratamiento para Marcos, que consistía en menos inyecciones y nada de pastillas, me sentía culpable.
El camino hacia la habitación se me hacía eterno, como si me estuviera dirigiendo hacia el matadero. Al entrar, me quedé viendo a mi niño, todavía dormido, hasta que una mano en mi espalda baja me hizo sobresaltar.
-¿Por qué no lo haces mientras duerme? - En efecto, era una posibilidad que no había planteado. Me sentí tonto y calmado a la vez.
- ¿Me ayudas? - Pedí con una sonrisa nerviosa.
- Siempre.

Así que, en silencio, me dispuse a preparar el material para las dos inyecciones del día, mientras Samuel quitaba la ropa del bebé, envolviéndolo en una manta, para que no sintiera frío.
Marquitos dormía todavía profundamente, cuando me dispuse a limpiar su piel con algodón y alcohol. Le pincharía en sus nalguitas, para que sintiera menos dolor. Poniéndome de rodillas frente a mi esposo, que estaba sentado en la cama con el bebé en brazos, le dediqué una pequeña mirada, buscando más que nada, consuelo. Después de un pequeño asentimiento, inflé los pulmones, dando el primer pinchazo. Mi niño no se movió.
Mientras preparaba la segunda inyección, que sabía, podría llegar a doler, vi como mi esposo apartaba la mirada, evitando a toda costa ver a las agujas. Lo comprendía perfectamente, nunca me había dolido tanto hacer algo tan simple: en ese momento, sentía los pinchazos como si de mi propia carne se tratara. Como si en vez de medicinas, me estuviesen dando algún tipo de ácido, que me quemaba por dentro.

Poco a poco sentí como mi niño se iba despertando, y el pánico se iba apoderando de mi. Me iba a odiar por aquello, y aún más por haberlo hecho sin su conocimiento. Todavía me faltaba media jeringuilla por vaciar, y el pequeño se estaba revolviendo, probablemente por el ardor que causaba el medicamento.
Samuel me miró algo angustiado también, calculando el tiempo que me llevaría terminar. De espacio, mientras nuestro niño iba abriendo sus ojitos, Sam empezó hablándole tranquilamente al oído. Mientras lo sujetaba para que no se moviera, lo mecía con palabras dulces, que de forma indirecta, lograron calmarme a mi también. Cuando terminé, quitado la aguja para limpiar de nuevo la pielecita de mi bebé, este soltó un grito de dolor, y un mar de llanto brotó de sus lindos ojitos.

Samuel se levantó rápidamente con el pequeño envuelto en la mantita, arrullandolo mientras paseaba por la habitación. Después de guardar mis cosas, fui hacia ellos. Mi bebé continuaba llorando silenciosamente en el cuello de su papá, mientras su pelito rubio le cubría un poco la cara. Delicadamente, aparté unos pequeños mechones de sus ojitos con mis dedos, mientras me disculpaba con él. Pero no pareció funcionar, todo lo contrario: mi bebé se escondió aún más en el hombro de mi esposo, dándome la espalda lo mejor que pudo. Estaba llorando con mucho sentimiento.

Los cuadernos de MarcosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora