🔖 Capítulo 67 🔖

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    Me estaba desesperando... Desde la cena de ayer Marquitos estaba realmente mal: le dolía la cabeza y tenía mucha fiebre... El pequeño no había dormido en toda la noche, y me había costado una vida alimentarlo, al menos un poco...

    En aquel momento, eran ya casi las dos de la tarde, y Samuel había salido hace rato: Me rehusaba a que el gato se quedara un minuto más, cerca del pequeño, sin los debidos cuidados... En la noche, fue la única cosa que logró calmarlo un poco, pero yo no estaba tranquilo... Samy también debía traer el almuerzo, que dudaba, ninguno de nosotros lograse comer. Y lo más importante, algunos medicamentos para nuestro bebé.

    Realmente no me apetecía demasiado tener que darle una ducha fría al niño, pero su temperatura no bajaba. Así que si los medicamentos no funcionaban, tendría que ser si o si...
- Dadá... - Mi niño no tenía más que un hilito de voz: hasta a mi me daban ganas de llorar... - Perdón, no debí salir ayer. - "Aww mi bebé" incluso siendo un niño grande era adorable. Me dio mucha lástima...
- Shuuu, no pasa nada corazón, shuuu... - De espacio, le iba propinando suaves golpecitos sobre su traserito, mientras lo sostenía como si fuera a darle su biberón... por lo general eso siempre lo tranquilizaba, incluso lo dormía, pero en esa ocasión, no era realmente efectivo...

    Habíamos pasado toda la noche así, entre su padre y yo: meciéndolo, arrullandolo, intentando que comiera un poco o que tomara algo, pero claramente el instinto de supervivencia de aquel niño era nulo. Ese pensamiento casi me hacía sonreír, pero estaba demasiado cansado como para mover cualquier músculo de mi cuerpo innecesariamente. Finalmente solo le volví a preguntar si necesitaba algo.
- ¿Tienes hambre cosita? - Un gesto negativo me hizo desesperar un poco más... - ¿No? Dadá te va a hacer tu lechita, ¿qué te parece? - Probablemente mal, porque grandes lagrimones salían sin control de sus lindos ojitos azules...
- No quédate, no quiero, quiero un abrazo. - Respondió triste, aferrándose más a mi. Claramente le correspondí. Mi niño siempre necesitaba mucha atención. Con delicadeza, le fui dejando besitos por toda su carita, mientras le explicaba que, cuando llegase su papá, tendría que tomar sus medicinas para estar mejor, el pareció de acuerdo: eso me tranquilizaba un poco...

    Afortunadamente, mi lindo esposo no tardó mucho. Su semblante también reflejaba su cansancio: el realmente no había dormido del todo desde la noche anterior, que por culpa de su trabajo ya había sido acortada. Eso si, traía una pequeña sonrisa, en el rostro.
- Oye nene. - Dijo acercándose para acariciar la cabecita de nuestro hijo. - ¿Sabes quién se va a quedar con nosotros? - Preguntó con un gesto triunfal. No sé de dónde sacaba tanta energía, pero realmente agradecía la noticia: no estaba listo para enfrentar un niño enfermo con su corazoncito roto...
- ¿Cereza? - El pequeño se veía sin fuerzas... Samuel hizo un gesto victorioso, y un ruido afirmativo. Eso fue lo suficiente para que el niño se despertara de su letargo. Rápidamente, se sentó en mi regazo, mirando por todas partes, hasta encontrar al pequeño animal, para liberarlo de su nuevo transportín...

    Aún que Marquitos se viera exhausto, mi esposo y yo lo dejamos hacer, y aprovechamos la corta pausa para ponernos al día. Mientras él se ocupaba de preparar la mesa y la comida, yo me ocupaba de las medicinas del más pequeño.
- Marquitos cariño. - Mi esposo llamó al bebé desde la cocina, para ver si venía. Yo no estaba muy seguro, el chiquito ya casi no tenía fuerzas, pero me quedé bastante sorprendido al ver mi principito llegar. El niño gateaba como podía, mientras la gata le seguía, dando pequeños saltitos. Era lo más tierno del mundo. Una vez al lado de su papá, se sentó en el suelo, esperando que el mayor hablara. - ¡Muy bien nene! - Felicitó con una gran sonrisa. - Ven aquí. - Dijo, tomando al niño por las axilas, para levantarlo en brazos. - Parece que alguien necesita tomar sus medicinas para ponerse bien, ¿verdad? - El niño hizo un gesto negativo con su cabecita, las lágrimas volvían... - Si si, a mi me consta de que un cierto niño prometió hacerlo, ¿no es cierto? - El bebé asistió con varias lagrimillas en sus ojitos, abrazando fuertemente a su papá. Mi esposo, con toda la calma del mundo, le correspondió el abrazo, y se sentó en su lugar en la mesa, para luego acomodar a su hijito sobre su regazo. Acto seguido le pasé el biberón con jugo y el medicamento, para que se lo diera a nuestro muñequito.

    Marquitos se rehusó nuevamente, asegurando el biberón en sus manitas, impidiendo que mi esposo se lo diera. En ese momento, tuve una idea, que quizás funcionaría...
- Mira corazoncito. - Los dos chicos pusieron su atención en mí. - Cereza también necesita sus medicinas. - Dije, al tomar una pastillita de desparasitante entre mis manos, para luego alcanzar la gata.
- Nooooo. - El bebé no pareció muy convencido, pero mi esposo lo sujetó tranquilamente de la cintura, mientras yo me encargaba de explicar.
- No te preocupes mi vida, dadá no va a hacerle daño a tu gatita. Mira, ella también necesita sus medicinas, que le dió el doctor de los gatos, para estar bien, y poder estar contigo. - Mi niño se enrojeció un poco, me encantaba explicarle las cosas de aquella manera. - A ti te gusta que esté a tu lado, ¿verdad? - El pequeño asintió. - ¿Puedo? - Le pregunté ya con la gata y la pastilla en la mano. El niño asintió. - ¿Si?
- Si... - Respondió un poco triste. Yo procedí. Por milagro la gata era bastante buena, y me dejó darle el medicamento sin rechistar. Es de decir que se estaba ganando mi simpatía...
- Tal vez si tomas tus medicinas también, Cereza esté más feliz. Así la apoyas tú... - Dijo Samuel tomando la pastilla del bebé y el biberón en la otra mano. El niño aceptó de inmediato y abrió la boquita para que su papá se la diera, como lo hice yo con la gatita. Realmente era un pequeño perezoso...
    Finalmente Marquitos no quiso comer. Después de intentar darle pequeños trocitos de nuestra comida, de ofrecerle su bibe, de preguntarle por cada cosa que le pudiera apetecer, terminamos acordando que se quedaría quietecito mientras los mayores comíamos. Mi esposo y yo realmente necesitábamos algo de energía. Así que, mientras nuestro niño jugaba con su amiguita y sus peluches en la manta que le habíamos puesto en el suelo, nosotros dos disfrutábamos de una comida decente y sin muchas preocupaciones.

    Al final nuestro príncipe no necesitó ninguna ducha fría, ni mucho menos el hospital. Incluso si no fue una tarde fácil. Después de bastante llanto, algunos juegos y un par de berrinches por parte del niño, su temperatura bajó considerablemente. Para la mañana siguiente, el chiquito ya estaba bien.

    Amaba mucho a aquella cosita adorable, pero en serio ya necesitábamos unas merecidas vacaciones...

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