🔖 Capítulo 93 🔖

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No tenía la más mínima idea de cómo era posible, pero al final mi esposo si logró que el niño montara a caballo. En aquellos momentos, mi principito se encontraba con su papá, trotando tranquilamente por el prado.

Yo los seguía mirando de lejos: afortunadamente había traído mi cámara, que me apresuré a buscar. Menos afortunadamente: mi esposo se veía tremendamente sexy. Mi niño estaba muy contento, pero ahogado en los brazos de su padre, no parecía más que una pequeña bolita adorable.

Hacían siglos que Samy y yo no volvíamos allí. Desde antes de tener a nuestro hijo. Eso sí, la granja donde dejábamos a nuestros caballos no había cambiado del todo, y sus dueños tampoco. Eso me alegraba, Juan e Irene eran personas maravillosas, y sus hijos también.
Me hubiera gustado llevar a Marquitos allí desde hace tiempo, pero su condición aún no lo permitía. Sin embargo, las cosas iban cambiando, y al saber que aceptarían a nuestro muñequito tal y como es, no dudamos ni un minuto en traerlo.

Sin contar con el hecho de que mi bebé, ese día se veía pequeñito, lo que disfrutaría mucho. Bueno, es cierto que me asusté un poco cuando entró en pánico al ver a Luz. Sabía que si eso no se resolviera, mi lindo esposo se desilusionaría muchísimo: ese animal era importante para el. Y saber que su nene no lo soportaría probablemente le rompería el corazón.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por Cristian, el hijo de Juan, quien nos estaba llamando para ir a almorzar. Rápidamente asentí. Me daba mucha pena cortarles el rollo, mi principito se veía demasiado divertido, y Samy tenía una sonrisa de orgullo estampada en el rostro.
Marquitos había tomado las riendas en sus manitas y se veía muy concentrado. Samuel debió explicarle un poco de cómo va eso, y el niño lo hacía con sumo cuidado, sin darse cuenta de quien realmente manejaba al animal.

Un par de minutos después, me decidí a llamarlos para entrar a la casa. Estaban un poco lejos, así que le grité a mi esposo, que de inmediato vino hacia mi. Eso sí, el niño no estuvo tan cooperativo como el padre. De ninguna manera se quiso bajar del lomo del caballo.
- Si, tenemos que ir a comer. - Su papá intentó convencerle, mientras bajaba del caballo. Su destreza era increíble, al punto de hacerme la boca agua. Si el niño no estuviera allí, me hubiera vuelto loco...
- ¡Ño! ¡Yo no tengo hambre!
- Nene...
- ¡Conejito me quiere! - El chiquillo abrazó con todas sus fuerzas al pobre Luz, que afortunadamente era muy paciente con los pequeños...
- Si, él te quiere, pero ahora es hora de ir a comer. - Samuel utilizó de toda la delicadeza de que disponía para tomar al niño. Pero su hijito no estuvo muy de acuerdo.
- Corazón... - Quise intervenir, pero eso sólo empeoró la rabieta que había empezado nuestro pequeño diablillo.
- Marcos, sin berrinches. - Y ahí terminaba toda la paciencia de mi lindo esposo.
- ¡Ño ño ño! ¡Ño quiero!
- No hay querer ni medio querer, vamos. - Samy todavía sujetaba al niño por la cintura para que no se cayera.
- Mi vida, escucha. - Tomé cartas en el asunto, el niño estaba a dos dedos de llevarse un castigo por su berrinche, y en aquellos momentos estaba cubierto en un mar de lágrimas. Su carita estaba totalmente roja, y no tenía ninguna intención de dejar al pobre caballo. - Nos están esperando ¿si? Además, después de tu siesta, tenemos una cosa que enseñarte. - Mi esposo me miró con cara de «¿Lo tenemos?». - Te encantará mucho.
- ¡Ño! ¡Ño sueño! ¡Quiero allí! - Apuntó el pasto.
- Ya, no lo diré de nuevo. Deja a luz, vamos a comer.
- ¡ÑO! ¡ES CONEJITO!

Esa fue la gota que colmó el vaso. Samuel se apresuró de quitar a su pequeño rey de arriba del caballo. Luz se estaba impacientando y eso podría llegar a ser peligroso. Marquitos, al estar en el regazo de su padre, se puso a llorar y gritar aún más fuerte. Samy lo advirtió que no lo hiciera: podía llorar, pero los gritos estaban proscritos. Eso sí, nuestro muñequito embrujado no estaba decidido a obedecer, por lo cual, en el camino de la casa, se ganó un par de palmadas.

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