🔖 Capítulo 76 🔖

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    Mi niño andaba muy terco estos últimos días. No quería ir en brazos, aún cuando sus piernitas ya no aguantaban el esfuerzo, no quería quedarse en nuestro regazo, y mucho menos ser alimentado por nosotros. Y ni hablar de su chupete, de la siesta o incluso de Félix... La situación era tan desesperada como desesperante...

    En aquella tarde, habíamos decidido ir al centro comercial: La tele del salón se había estropeado, y con la excusa de ir a comprar una nueva, aparecieron miles de otras razones para ir de compras en familia ese día. Ni el propio Raphael, quien odiaba esos sitios, y que ya era lo suficiente grande como para decidir lo que hace con su vida, se zafó. Su estricto padre decretó que era tarde en familia, y todos sabíamos que nadie lograría cambiar la sentencia del pobre chico.

    Por nuestra parte, mi esposo y yo, estábamos perdiendo los estribos por culpa de un lindo niño de cabellos rubios, recién salido de bañar.
- Anda príncipe. - Pedí, llegando un poco más cerca. Marquitos se volvió a apartar. Estábamos así desde hace varios minutos... Mientras yo «corría» detrás de nuestro pequeño diablillo, Samuel, recostado de brazos cruzados sobre la pared, miraba a su hijo darle vueltas a la habitación, totalmente desnudo...
- Nene. - La expresión neutral de Samuel no anunciaba nada bueno, pero al parecer, nuestro muñequito todavía no se enteraba de aquello.
- ¡Papáaaaa! No quiero... - Mi niño intentó acudir a mi esposo, con un lindo pucherito en su carita. Eso no funcionaría...
- Haz caso a dadá, vamos. - Pidió mi esposo, sin moverse ni un milímetro. En verdad no nos gustaba forzar al niño, pero en esta ocasión nos parecía necesario.
- Nooo. - Mientras Marquitos se distraía quejándose con su papá, aproveché para tomarlo en brazos.
- ¡Te tengo pequeño travieso! - Dije, llevándomelo hacia la cama, para acostarlo sobre ella. Claro que mi hijito no se dejaría hacer: él realmente intentó forcejear, pero aún no siendo mi esposo, tenía mucha más fuerza que aquel chiquillo malcriado.  - Shuuu ya mi vida, es para tu bien ¿vale?
- ¡No, yo no quiero!
- Si mi niño, lo necesitas... - El niño continuaba intentando escabullirse. El cambio no sería tan fácil...

    Por alguna razón, últimamente mi angelito, mi príncipe, mi vida, se estaba volviendo un pequeño ogro. Y su última manía, era no querer usar pañal. Aún sabiendo de antemano que lo necesitaba, y que estaría más cómodo.

    Así que allí estábamos, mientras yo intentaba ponerlo en pañales, mi adorado hijo solo chillaba y pataleaba. Al principio no me importó. Podía cambiarlo de todos modos. Sin embargo debí confiarme demasiado: sin que me pudiera percatar, recibí una patada en el estómago. No podía decir que no dolió del todo, pero lo que realmente me hizo retroceder fue la sorpresa.

    Con todo, ninguno de los dos tuvimos el tiempo de reaccionar. Cuando Marquitos se dio cuenta de lo que acababa de hacer, su padre ya lo había levantado de la cama y dejado 3 fuertes golpes en su colita, aún desprotegida. Inmediatamente después, Marquitos fue devuelto a la cama, quedándose sentado y muy sorprendido en la orilla de esta.

- ¿Te encuentras bien? - Samy se dirigió rápidamente hacia mí, posando su mano en mi vientre, y la otra en mi espalda con delicadeza. Yo asentí, aunque no pude evitar una lagrimilla, me sentí triste al ver que mi hijo reaccionó de aquella forma... - ¿Te duele? - Negué con la cabeza.
- Solo... me sorprendió... - Susurré antes de que los dos miráramos a nuestro muñequito embrujado.
- Eso fue muy grave jovencito. ¡A dadá no se le pega! - Samuel estaba visiblemente molesto.
- Perdón... yo... - Samuel levantó una ceja, como esperando una buena respuesta. El niño no dijo nada. - No quiero usar pañal... - Murmuró finalmente con algo de enfado, pensando que no lo escucharíamos, demasiado ocupados decidiendo su castigo.

    Con Samuel cambiamos miradas. "Bueno... terminará por aprender de la peor forma..." pensé. Mi esposo pareció pensar lo mismo y finalmente volvió a hablar.
- ¿No quieres no? - Tímidamente el chiquito negó. - Vale. - Marquitos nos dedicó una mirada de asombro, su cabecita debió buscar una razón al cambio tan repentino de papá. - Te pondré esto, ¿te parece? - Si, porque igual, estos días mi muy diferente hijo, se mostraba reacio a utilizar más de la mitad de la ropita que le habíamos traído... Por el momento solo se limitó a asentir con su cabecita, mientras miraba al suelo. Eso debió parecerle lo más interesante del mundo en aquel momento. - Y no pidas nada en el centro, estás castigado. - sentenció finalmente mi esposo, con una voz profunda que hizo estremecer al pequeño.

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