🔖 Capítulo 98 🔖

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No eran ni las siete de la mañana, y mi niño ya se encontraba corriendo por toda la casa. Eso era inhabitual, para no decir, raro. Pero, el culpable de ese pequeño huracan realmente era mi esposo. Esposo que en aquellos momentos se encontraba tranquilamente afuera, haciendo su rutina de ejercicios, mientras yo cuidaba de que su pequeño y revoltoso nene no se cayera por la correría, o se estampara contra algún obstáculo en su camino...

- Corazón, deja la gata. - Pedí pacientemente, cortando algunas frutas para el desayuno. Marquitos se encontraba cargándola de un lado para otro, pero con demasiada energía; el pequeño animal se notaba molesto.
- Pero... pero... ¡¿podemos llevarla con nosotros?! - Pidió, sentándose finalmente en el suelo, no muy lejos de mi.
- No mi vida.
- ¡Pero le gustará! - Le dejó en el suelo, pero finalmente la gatita volvió con él para pedirle mimos. - ¡Podemos presentarle a su familia!
- ¿Qual? - Pregunté, alzando una ceja, divertido.
- ¡Papá dijo que estarán sus primitos! - Chilló, dando pequeños saltitos en su lugar.
- He... sus primitos... por supuesto... - "Samuel, te voy a matar..." - ¿Y cuáles son sus primitos corazón? - Pregunté con cariño.
- ¿Hum? Los... ¿linces? Y... también los tigres, pero los tigres son primos muuuuuy lejanos. - Explicó con grandes gestos. Mientras se tranquilizaba un poco...
- Entiendo... Pero me temo que no se va a poder. - Expliqué, viendo el pucherito que empezaba a formarse en sus labios. - Es que, Cereza nunca los vió, y puede que la asusten. No creo que sea bueno...
- Pero yo... ¡yo la protejo! Y... Cereza es valiente dadá. Ella no tiene miedo de nada. ¡Hasta caza pajaritos en el jardín! Y... papá dice que sus primitos también lo hacen...
- Ya veo. Pero...
- Ñoooo ¡por favor! ¡Yo le cuidaré mucho! - Suplicó tirando un poco de mi pantalón. Todavía sentado en el suelo.
- Lo sé corazón, pero no. Se puede lastimar, o... perder. - Mi niño se asustó mucho con aquella información. - Ven acá. - Pedi, tomándolo por las axilas, para rápidamente acomodarlo en mis brazos. - ¿Tu no quieres que Cereza se pierda verdad? - Pregunté detenidamente, apretándolo contra mi, para hacer que su cabecita descansara sobre mi hombro.
- Ño... - Respondió tristemente, frotando su carita en el espacio de mi cuello.
- Ño mi vida... - Repetí, arrullandolo con una vocecita aniñada, mientras le palmeaba tranquilamente la espalda. Sabía que por haberse levantado tan temprano, rápidamente estaría exhausto.

Luego de unos minutos de cariño, mi principito casi se dormía de nuevo. Eso, sería sin contar con la llegada estrepitosa de mi esposo. Enserio quería pegarle en aquel momento.
- ¡Hola cariño! ¿Ya despertaste? - Preguntó sonriente llegando a nuestro lado, dejando dos palmaditas juguetonas sobre la colita del bebé, que rápidamente se volvió a despertar. - ¿Oh? ¿Qué le pasa? - Preguntó como si nada, mientras intentaba besarme. Lo detuve.
- ¿Samuel?
- ¿Si? - Preguntó extrañado.
- Vete... - "Vete si no quieres morir" pensé. A lo que pareció entender: tan rápido como llegó, se fue, echando humo. Yo suspiré. - Bueno... ¿parece que ya no vas a volver al sueñito, verdad? - Pregunté resignado. Yéndome a preparar su biberón, para que desayunara.

Después de que comiéramos, bueno, principalmente mi tonto esposo y yo, puesto que el niño solo tomó de su biberón, Samuel se fue a alistar al pequeño, mientras que yo preparaba su pañalera. Le puse algunos cambios de pañal, y uno de ropa por si acaso. También todo lo necesario para asearlo. Dos chupetes, y un biberón con fórmula, por si mi principito llegaba a tener hambre. Bueno, seguramente la tendría, casi no se había alimentado. En eso, también me acordé de que casi no descansó, y que probablemente la hora de su siesta llegaría más temprano de lo que acostumbraba.

Una idea nació en un rincón de mi mente. Hay algo que hace meses queríamos hacer, pero, hasta ahora, no habíamos tenido la ocasión. Rápidamente subí a preguntarle a mi esposo. Samy se encontraba jugando a las cosquillas con un pequeño medio desnudo, y totalmente muerto de la risa. Me lamentaba por interrumpir el pequeño momento, así que solo me quedé esperando en la puerta, hasta que alguno me viera. Lo que para deleite de mis ojos, y corazón, no pasó hasta varios minutos después.

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