📔 Capítulo 66 📔

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Me acababa de despertar en la camita de mis papás. Me sentía raro: era un niño grande, pero tenía muchas ganas de llorar. Estaba solo, tenía mucho calor, me dolía la cabeza, y al parecer había hecho pipí. Mi entrepierna se sentía fría, mojada ¡y era tan incomodo! Estaba molesto y no veía ninguna solución a aquel problema ¡y mis papás no estaban!

Después de un rato intentando detener las lágrimas, escuché a mis padres en el piso de abajo: parecía que discutían. Yo nunca los había escuchado pelear, y eso me daba mucho miedo. Ahora si, estaba llorando.
- ¡Sinceramente Samuel! ¿¿Cómo puedes ser tan irresponsable?? ¿Qué crees que vamos a hacer? Mañana mismo te lo llevas ¿¡entendido!? - Finalmente, me di cuenta de que no discutían, sino que dadá le reclamaba de alguna cosa a papá. Eso solía pasar, papá siempre tenía alguna idea medio rara que no le gustaba a mi dadá, y siempre se llevaba alguna bronca por ello. Eso era gracioso para mi...

Menos gracioso era mi dolor de cabeza y el pañal mojado, así que decidí ir a buscarlos, y salvar a papá de la terrible regañiza que se estaba llevando...
Eso sí, me sorprendí al bajar las escaleras y verlos abrazados mirando hacia mi dirección, mientras papá le llenaba el cuello de besitos a dadá. Como pude, fui en su dirección, mis piernas ya casi no aguantaban el esfuerzo, pero logré pararme a su lado. Hasta que finalmente miré a donde ellos: "¡Es Cerezo!", pensé al mirar hacia el sillón. Rápidamente me fui con el gatito: ¡Era tan lindo! ¡Y olía rico!

¡Estaba tan contento! Dadá y papá habían encontrado al gatito, ¡y me lo podría quedar! Bueno... si no tuviera un dueño. Dadá dijo que si se había perdido, igual alguien estaba muy triste buscándolo, y lo entendí. Pero en el fondo esperaba que no. Quería mucho quedarme con el... Digo... Ella... Dadá dijo que era una niña. ¡Pero la quiero igual! ¡Y la cuidaré mucho!

Finalmente, papá nos llamó para la cena: yo no quería dejar a Cereza solita, pero papá dijo que ella ya había cenado, y que se pondría triste si yo no comía. Sabía que no era cierto, porque era grande, pero acepté igual...
- Pero primero, a cambiar el bebé. - Anunció papá, dejando dos palmaditas sobre mi trasero. "¡Traidor!" Le encantaba verme sonrojar, y lo peor es que si, lo lograba. Eso sí, me sentía mojado, así que no me opuse a un cambio. Solo... escondí mi cara en el espacio de su cuello, un poco avergonzado y lo dejé llevarme en brazos hasta el cambiador.

Una vez allí, papá hizo algunas caricias en mi estómago, antes de proceder: como si nada, me quitó mis pantalones, y abrió el body que aparentemente me habían puesto cuando dormía, para después quitar mi pañal mojado. Me sentía tan pequeñito al ver como lo hacía con tanta facilidad. Eso me encantaba, y al mismo tiempo me sentía vulnerable.
Con delicadeza, papá pasó las toallas húmedas sobre mi colita. Y luego el talquito para bebés, esparciéndolo bien. Todavía me costaba un poco dejarlos hacer cuando tenían que limpiar mis "partecitas de príncipe", como lo decía dadá cada que me explicaba como hacía el cambio.
- Ya cariño, ya casi está... - Papá también me explicaba cada paso cuando lo hacía, y siendo pequeño o grande, realmente me gustaba que lo hiciera. - Vamos a cerrar el pañalito ¿si? - Iba preguntando mientras lo pasaba entre mis piernas y lo apretaba con las cintas. Rápidamente volví a sentir la comodidad y el calorcito de un pañal limpio. ¡Era lo mejor del mundo mundial! - ¿De que te ríes mi rey? - Preguntó al terminar de cerrar esos pequeños botones tan molestos del body. Encogí los hombros, solo me sentía mejor... - ¿Hum seguro? - Volvió a preguntar con una sonrisa burlona. Yo asentí, y esperé a que me pusiera mis pantalones, para levantarme. Pero papá fue más rápido y me cargó de inmediato, dejando de nuevo un par de golpecitos en mi pañal, ahora limpio. - ¡Muy bien mi niño! - Exclamó haciéndome rebotar un poco en sus brazos. - ¿Quién se ha portado bien? - ¡Me estaba haciendo sonrojar de nuevo! - ¿Quién es? - Respondí bajito que yo, pero antes de poder esconderme, papá me hizo cosquillas, soplando en mi cuello. Y si, aún siendo grande no lo pude impedir: ¡me reí mucho! Papá no paró en ningún momento, y continuó haciéndome rebotar, y haciéndome reír, hasta volver a la cocina. Para ese momento estaba a nada de hacer pipí de nuevo...

Muerto de la risa, papá llegó con un gran beso para dadá, anunciando que era la hora de cenar. Dadá también estaba más sonriente que al rato. Me gustaba verlo de esa manera, y no molesto conmigo como en la tarde...
De verdad eso me había asustado y sorprendido muchísimo. Dadá nunca me castigaba: él solo era el que me daba mimos y besitos, y que me consolaba. En serio no quería que me volviera a castigar... Aunque, mi trasero no me dolía como cuando lo hacía papá... De repente, una ola de calor se apoderó de mí al pensarlo. Debía estar completamente rojo en aquel momento.

Al mismo tiempo que me daba cuenta de aquello, vi como dadá intentaba darme algo de comida. Estaba en su regazo, y hasta me habían puesto mi babero sin que me percatara. Eso si, no acepté la comida. Acababa de caer en cuenta de lo mucho que me dolía mi cabeza, y todo mi cuerpo. Me sentí tan mal...

Los cuadernos de MarcosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora