🔖 Capítulo 88 🔖

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De a poco fui abriendo mis ojos. La luz blanca de los focos me cegó un instante. Al volver, me sentí totalmente desorientado, hasta que finalmente recordé lo que terminaba de suceder.

De repente sentí un toque en mi brazo, me sobresalté. Pero enseguida vi a papá, eso me tranquilizó nuevamente.
- Oye, me asustaste mucho. ¡No lo vuelvas a hacer! - Lo miré unos segundos. No sabía que decir... - ¿Hijo? - Estaba totalmente inmóvil. Al repasar todo en mi cabeza, una ola de miedo se apoderó de mí. Y para no ayudar en nada a la situación, mi cuerpo se sentía débil. Creo que mis ojos se cristalizaron un poco por el sentimiento de impotencia que recorría todo mi ser... - ¿Mi sol? - Lloré... me sentí totalmente asqueroso y lloré...

No pude pronunciar ni una palabra. Quería decirle a mi padre, contarle todo y que me ayudara, pero simplemente no lograba formular una única palabra...
- Bichito... ya... me estás asustando, por favor... ¿Qué fue lo que pasó? - No pude responder por culpa del llanto. Con paciencia papá fue dejando leves caricias en mi espalda. Yo estaba acostado en la camilla de su consultorio, mientras él se encontraba de pie a mi lado. - Vamos mi niño... no estés así... ¿Es por la pequeña? Escuché que hiciste un gran trabajo, estoy muy orgulloso... - Las caricias se hicieron más alentadoras, pero negué. Al menos pude hacer eso... - ¿No? Alex... - Papá se veía confundido. - Bueno... Ya llamé a Samuel, viene en camino ¿si? Vamos, sabes que no nos gusta verte así... - No podía... no podía decirlo... Tenía tanta vergüenza: un hombre de mi tamaño que ni siquiera podía defenderse frente a alguien como él... asqueroso... fue tan asqueroso... Si me hubiera quedado... Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo de sólo pensarlo: me hizo temblar como hoja al viento.

Papá se fue de mi lado unos segundos, sentí un gran vacío. Gracias a dios volvió rápidamente.
- Tienes fiebre. - Afirmó mirando el termómetro que un segundo antes estaba apuntando hacia mi sien. Rápidamente dejó el aparato sobre la mesa, y me cubrió con una de esas sábanas de hospital. - Te haré unas pruebas, no te ves bien... ¿Te duele algo? - Me dolía mucho la cabeza, pero no lograba hablar, por lo cual solo asentí vagamente... El pareció reflexionar un poco e, inmediatamente fue a por unas agujas. - Sé que no te gustan pero... ya sabes... - No me opuse. Igual ya necesitaba un chequeo: mi cuerpo no estaba en su mejor momento...

Con dulzura, y toda la experiencia que había acumulado, papá tomó las muestras muy rápido. No sentí nada, estaba demasiado ocupado a mirar a la pared vacía frente a mi. En seguida, vi como desaparecía y volvía a aparecer. Apoyándose en la camilla, dejando nuevamente un par de caricias sobre mi espalda, ahora cubierta por la sábana blanca.

Me sobresalté cuando escuché los fuertes golpes en la puerta. Cerré mis ojos con fuerza.
- ¿Todavía sigue inconsciente? - Escuché la voz llena de preocupación de mi esposo. Me tranquilice un poco y abrí los ojos para verlo.
- No, solo... ah ya... debe de ser por la luz... - Papá apagó dos de los cuatro focos blancos del techo. Y enseguida vi como tomaba a su nieto en brazos. Mi bebé se escondió en su cuello sin decir una sola palabra.
- Hola amor. ¿Cómo te sientes? - Volví a cerrar los ojos, con fuerza. ¿Cómo explicaría aquello a mi esposo?
- Desde que se despertó no habla. - Papá informó.
- ¿Como que no habla? ¿Que le pasó? - Papá dió de hombros, mi cobardía estaba provocando todo un lío...

Los dos hombres se quedaron en silencio un rato. La presencia de mi esposo y de mi padre me transmitieron mucha seguridad... Las caricias de Samy en mi pelo me habían tranquilizado lo suficiente. Haría todo el esfuerzo posible. Aunque no me gustase su respuesta, debía de contarles todo. Al menos eso pensé hasta que...
- ¿¡Pero!? ¿Qué es esto Alexander? - Por alguna razón, su voz sonó dura y sin ningún cariño. Toda esa ternura, que había logrado alentarme, se esfumó.
- ¿Qué hay? - Fué al turno de mi padre de preguntar. Y por el tono de su voz, no debió de estar del todo conforme con los modales de su yerno.
- ¿¡Que hay!? - Samuel tenía un gesto de indignación. - ¿Acaso usted vió su cuello? - No pude evitar un hipido más fuerte. Los dos me miraron.
- ¿Y? ¿Me vas a decir que no lo hiciste tú? Mi pobre niño...
- ¡Pues no, no lo hice yo! - Los dos se miraron severamente. Ellos se solían llevar genuinamente bien, así que no soportaba verlos discutir.

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