🔖 Capítulo 62 🔖

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Me había dolido mucho, pero, como lo había prometido, era mi turno de castigar al pequeño. Esa responsabilidad no podía recaer únicamente sobre mi esposo, y de todos modos, en aquel momento, estaba bastante molesto con el niño: le había desobedecido deliberadamente a su padre. Además, él sabía que era bastante débil, y que seguramente se enfermaría.

Esos pensamientos me dieron mucha rabia, así que, incluso si odiaba ver a mi principito llorar, me obligé a mi mismo a no consolarlo inmediatamente después de terminar su castigo. Esperaría a que pasaran los minutos en el rincón para hablar con él. De mientras, me fui hacia su habitación, le aparté su ropita y lo necesario para un cambio, lo bañaría luego...

Mientras volvía a la planta baja no pude quitar la vista de mi bebé, para aquel momento, el niño debía odiarme; yo me odiaba. Al ver que mi esposo todavía no se decidía a levantar el castigo a nuestro niño, decidí finalmente ir a tomar un poco de aire afuera. "Eres un hipócrita Alexander", pensé al darme cuenta de la situación, al tiempo que recostaba mi espalda en la piedra fría del porche...

Pocos minutos después de estar allí, sentí como se abría la puerta trasera de la casa: Sin decir nada Samuel se quedó a mi lado, mientras encendía un cigarrillo.
- Lo hiciste bien.
- No debí haber exagerado tanto, seguro me tendrá miedo o...
- Siempre dices eso. - Respondió cortante, dando la primera calada al cigarro. - Estará bien. Además, si le hubiera castigado yo, igual no se iba a poder sentar durante unos días. Así que tómalo como un favor. - Nos quedamos un momento en silencio, sabía que mi lindo esposo decía aquello únicamente para que me sintiera mejor: él tampoco era ningún ogro para hacerle daño al pequeño...

Al cabo de unos minutos, Samuel apagó el pitillo en el cenicero que solíamos esconder en una ventana del porche, se veía bastante sexy, pero mi preocupación del momento no me permitió apreciarlo. Finalmente, y con una sola mirada, acordamos que ya era hora de terminar el castigo. Al entrar, mi corazón se quedó en mil pequeños pedacitos: mi principito lloraba a mares, todavía mirando el rincón. Lo hacía con tanto sentimiento, que no pude esperar más.

Rápidamente me puse a su nivel, en el suelo, y dejé una mano sobre su espalda para no asustarle. Antes de que pudiera decir nada, mi bebé se giró hacia mí, abrazándome con toda la fuerza de que disponía. Tan rápido como el pequeño se acomodó sobre mi pecho, lo levanté, y lo dejé retomar esa posición que tanto le gustaba: con su carita escondida en el espacio de mi cuello. En este espacio de tiempo mi principito no dejó de llorar en ningún momento, así que, con una mirada cómplice, mi esposo y yo hemos decidido que sería suficiente, y que la pequeña charla habitual no sería realmente necesaria.

Mientras intentaba calmar a nuestro niño, yo me iba paseando de un lado a otro del salón, dejándole caricias suaves sobre su espaldita, y un par de palmaditas para que no se ahogara con su propio llanto...
- Shushushu... shuuu mi vida, ya pasó... - Le iba susurrando algunas palabras alentadoras para que se fuera calmando poco a poco; me sentía realmente estupido en aquel momento... - Vamos mi vida... te va a doler tu cabecita príncipe... - Para ese momento nuestro hijo se aferró aún más a mi cuello.
- Perdoooon. - Pidió entre lágrimas. No pude dejar de ver como mi esposo reaccionaba a aquello... él también estaba bastante desilusionado... Poco a poco el niño intentaba hablar, disculparse por haber desobedecido, y explicarse, pero realmente no hacía más que perderse entre explicaciones y sollozos: Tenía sueñito.
- Shuuuu todo bien... ya bebé ya... - Continué, apartándole un mechoncito de pelo de su frente. - Mira cosita, mira papá. - Dije haciéndolo rebotar un poquito en mis brazos. Mi niño apartó un poco su carita de mi piel para ver a su padre, que para ese entonces le acercó su tete. Sin muchas ceremonias, nuestro pequeño tomó el chupete en sus labios, chupándolo gustosamente, al mismo tiempo que volvía a su escondite. En pocos minutos ya se había calmado casi por completo, y solo su respiración estaba un poco alterada, rápidamente volví a hablar. - No te duermas principito. ¿Y qué tal si nos bañamos primero? ¿Hum? ¿Te gustaría un baño calientito? - Pregunté haciéndolo rebotar de nuevo para que me prestara atención. El niño negó con un ruidito de desesperación, que casi era tierno. - Que si mi niño... hay que bañarse, ¿así estarás más cómodo, verdad? - El bebé no pareció muy convencido. - ¿No? Yo creo que sí... ¿Qué te parece papá? - Pregunté a mi esposo, empezando tranquilamente a dirigirme hacia las escaleras.
- Si, me parece bien... ¡Además no se puede quedar así desnudito mi niño precioso! - Respondió animadamente, haciendo pequeñas cosquillas en los costados del niño, por encima de la toalla donde lo había enrollado previamente.

Al decirlo, rápidamente subimos las escaleras. Nuestro pequeñito hizo un ruido de descontento, pero en ningún momento se negó con mayor intensidad. Así que los tres nos dirigimos a su cuartito de niño pequeño, para cuidarlo como se merecía, y echarlo a su siesta.

Los cuadernos de MarcosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora