🔖 Capítulo 87 🔖

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Habían sido dos semanas horribles. Estábamos el viernes, y apenas había retomado mi trabajo. En 15 días, me sentí tan cansado como si hubiera trabajado un mes. Por supuesto, tenía muchos asuntos pendientes en la clínica, pero eso no era lo más agotador: estar sin mi familia, escuchar el llanto de mi hijo por las mañanas y acostarme sin horario fijo, eso me tenía totalmente exhausto.
Inicialmente, había previsto retomar mis funciones de manera gradual, pero también debía ayudar a los compañeros que cubrieron mis guardias y cuidaron de mis pacientes durante mi ausencia. Finalmente, me terminé quedando días enteros en la clínica, y a veces noches. Afortunadamente, mi lindo esposo lo entendía, o al menos estaba acostumbrado a ello. Lo mismo no se podía decir del pequeño...

Marquitos estuvo muy revoltoso esos días: lloraba a mares en la mañana, lo que hacía que me fuera al trabajo con el corazón hecho añicos. Cuando volvía a casa, mi principito no se apartaba de mí ni un minuto, y a la hora de dormir hacía un enorme berrinche.
Pero por lo menos, en ese finde sería mi descanso. Con Samuel habíamos planeado una pequeña sorpresa a nuestro bebé: lo anunciaríamos a la hora de acostarlo, quizás ayudaría a evitar la pataleta habitual.

Esa tarde debí salir temprano, pero terminé retrasándome nuevamente, en esta ocasión por dos pacientes que necesitaron de estudios complementarios. Eso terminó aplazando toda mi agenda. Al llegar a la casa eran ya las siete de la noche. Cuando abrí la puerta, un lloroso niño corrió a esconderse en mis brazos. Lo cargué.

- ¡Dadáaaaa! - Mi bébé vestía solamente un body blanco y unas medias del mismo color. Por alguna razón, la prenda que cubría su cuerpo se encontraba abierta entre sus piernas, y no tenía su pañal puesto...
- Hola cosita. - Dije con simplicidad, haciéndolo rebotar un poco, dejando varias caricias por su pelito, quitando a medias las lagrimitas secas sobre sus mejillas.
- Marcos. - Escuché la voz grave de mi esposo que venía saliendo de la cocina. - Estás castigado. - Samuel se veía sin una pizca de paciencia.
- ¡Ño, ñoooo! - El chiquito se aferró a mi cuello con todas las fuerzas de las que disponía, volviendo a llorar. Yo me quedé sin reacción, estaba demasiado cansado para entender lo que estaba pasando...
- Perdona. - Samuel pidió, agarrando al niño por el costado, separándolo de mi. Yo no me había dado cuenta de que por insisto lo apretaba fuertemente entre mis brazos. Un grito muy desgarrador salió de la garganta de mi niño: los dos adultos nos sorprendemos mucho, pero Samy reaccionó primero. - No grites. - Dijo secamente dejándolo de pie frente al rincón vacío de la sala. El pequeño se volvió en llanto y gritos, y en un momento dado, Samuel se llevó un puñetazo. Realmente no debió doler, el pequeñito no tenía ninguna fuerza, y Samy no se movió un solo milímetro. Eso sí, debió ser la gota que colmó el vaso de mi lindo y irritable esposo... - YA BASTA. - Escupió, al tiempo que dejó dos fuertes azotes en el trasero del niño. El chiquillo, que en un primer tiempo se quedó paralizado, inició un nuevo llanto, lleno de sentimiento, y a mi parecer, muy desgarrador. - No te lo vuelvo a repetir. ¡Te quedas en el rincón! ¡Por dios! - Hizo una pausa para mirar severamente al niño. - Si te sales de nuevo, serán 50 y ni Jesús Cristo te salva. - Habló más tranquilo. - ¿Entendido? - Su expresión era muy dura, realmente nuestro hijo debió pasar de los límites: Ese pequeño era la niña de sus ojos, un completo niño de papi, y mi esposo sin duda preferiría cortarse las dos manos antes de castigar de esa manera a su preciado nene.

El chiquito asintió con dificultad, su carita estaba inundada de lágrimas y moquitos. Se veía absolutamente indefenso y tan pequeñito... Por su parte, Samuel se fue de nuevo a la cocina, quizás a hacer algo, quizás a calmar su furia. De todos modos, yo terminaba de darme cuenta de que no me había movido un solo centímetro durante toda esa escena. Finalmente, me dirigí hacia el sofá, y me dejé caer pesadamente ahí... No tenía fuerzas para pensar en nada...

Los cuadernos de MarcosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora