🔖 Capítulo 74 🔖

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    Al ver aquella escena, tan inesperada cuánto dolorosa, me adentré sigilosamente en la habitación: Samy no me vió, por ahora se encontraba de espaldas. Sabía que estaba llorando, aunque nunca lo hubiera visto hacerlo. Pero en esta ocasión los hipidos y la respiración agitada que provenían de mi esposo lo delataron.

    Lentamente, me aproximé de la cama, quizás sentí algo de culpabilidad en aquel momento... Samuel no se dió cuenta de mi presencia, hasta que por fin me senté a su lado, haciendo que el colchón se deformara por la presión de mi cuerpo en él. Rápidamente me miró, sorprendido, casi asustado, para irse como un cohete hasta el baño contiguo a nuestra habitación, cerrando la puerta.

    En ese momento, no supe si sentí algo de ternura, por aquel reflejo tan infantil de su parte; o lastima, por cómo tenía sus lindos ojos color miel, hinchados y enrojecidos por las lágrimas. En todo caso, parecía que acababa de conocer a un nuevo Samuel. Uno que me hacía sentir como un completo idiota: igual no debi tomarme las cosas como lo hice. Fue estupido...
    Al final, la abuela quizás tenía razón, si bien, pensé que no necesitaríamos hablar mucho para reconciliarnos: ese no era el verdadero problema. Ninguno de nosotros pareció molesto en aquel instante tan fugaz, en que cruzamos miradas, antes de que mi esposo se fuera a encerrar en su escondite...

    Ahora, mi única preocupación era extirparlo de la pieza en que se había metido. Solo necesitaba verlo. Ver su cara, y asegúrame que estaría bien. Un instinto casi maternal, que nunca antes había sentido hacia mi esposo invadió mi corazón. Con aparente calma me dirigí hacia la puerta: estaba cerrada por dentro.

- Chéri... - Lo llamé con una voz suave, casi inaudible, que aún así, estaba seguro escuchó. - Samy, amor.... - Continué. - Abre la puerta porfa. - Pedí con dulzura. El silencio me carcomía por dentro. - Abre, solo quiero verte... - Me sinceré con él.
- Estoy bien. - Respondió con la voz apagada. Jamás me había imaginado como estaba de afectado por todo aquello. Me dieron ganas de abrir aquella maldita puerta a patadas. Pero yo no era Samuel: aún que lo quisiera, seguramente no tendría la fuerza necesaria para lograrlo...
- Abre... - Escuché el ruido de un sorbo: seguramente intentaba calmarse. - Por mi... - Si, era injusto pedirle las cosas de esa forma después de como lo había tratado en toda la tarde, pero si mi Samuel, el que conocía y amaba de toda la vida, todavía estaba allí, sabía que era la única manera de lograrlo...

    Un alivio recorrió todo mi cuerpo: después de ni unos 3 minutos en silencio, que para mí fueron como 3 horas, mi lindo esposo abrió la puerta: yo no esperé siquiera a que lo hiciera totalmente, antes de entrar en la pequeña pieza. No quería que cambiase de idea, necesitaba tenerlo cerca. Rápidamente, quise abrazarlo. El no me lo impidió, eso sí, un llanto doloroso volvió al instante en que lo toqué.

    Lo entendí, yo ya había llorado cada lágrima de mi cuerpo esa misma tarde. Pero Samy se había mantenido fuerte. Había tenido que explicar lo sucedido a los empleados del aeropuerto más de una vez. Repitiendo y repitiendo que había dejado de mirar a nuestro hijo durante un par de segundos, y que por eso había desaparecido el niño. Él también me sostuvo y me dejó que llorara en su hombro sin una sola queja. Y Dios sabe lo que pudo pasar por su cabeza en todo ese tiempo... Me sentí la peor pareja del mundo. Me acordé de como le quité a su niño de sus brazos, sin siquiera importarme el dolor que pudiera causar mi gesto.

Al parecer, yo también terminé creyendo en la falsa imagen de un Samuel sin sentimientos, duro e inquebrantable. La culpabilidad me devoró dolorosamente.

- Shuuu, Shuuu, mi amor - Al percatarme, ya lo estaba consolando como si de un niño se tratara. De a poco, le fui dejando, como pude, lèves caricias circulares por su espalda. Un nuevo sollozo por su parte nos hizo estremecer a los dos. - Ya... ya está bien, todo bien cariño... todo bien. - pocos segundos después de decir esas palabras, mi esposo se alejó de mí, para verme a los ojos, antes de engullir un nuevo sollozo.
- Perdóname. - Me quedé callado, no quería llorar de nuevo. - Perdoname ángel, te lo ruego. - Su desesperación era evidente: "Si Alexander, si eres un completo idiota, de verdad", pensé corroborando mis anteriores sospechas. - Fue mi culpa. - Mi corazón se estrujó con mucha fuerza: con las de esta tarde, en mi vida había visto a mi esposo dejar caer más de media docena de lágrimas. En aquel momento, su rostro era un verdadero torrente de ellas.

    Sin pensarlo mucho, aproveché que nos habíamos separado de aquel doloroso abrazo, para tomar sus grandes manos entre las mías. Al mismo tiempo un "No", bastante seguro, salió de mis labios. No tuve que pensar tanto: de ningún modo mi corazón pudo culparlo por lo que había pasado horas antes.
- No fué tu culpa. No hay nada que perdonar. - Dije, con un beso en una de sus manos. El negó.
- Ale...Alex... - Todavía no lograba detener esos horribles hipidos. - Claro que sí... yo...  yo debí...
- Ven. - Lo corté, de manera firme pero relativamente tranquila. - Ven. - Volví a pedir, tirando de él con cariño, para llevármelo hacia el cuarto.

Rápidamente estuvimos sentados los dos en la cama.
- Perdoname a mi, yo debí estar ahí. - El se encontraba con una expresión de confusión evidente. - Ahora somos papás. - Seguí sonriendo ligeramente ante esa idea, mientras ayudaba a secar sus lágrimas con las yemas de mis dedos. - Ya no podemos hacerlo todo como antes. Igual no hemos pensado en ello, pero claro que no lograríamos, ni tú ni yo... - Vacilé un poco. - Eso pudo pasarle a cualquiera de los dos. - Dije, ya más convencido, pero de igual forma un nudo se formó en mi garganta de tan solo pensarlo.

    No imaginaría cómo me sentiría en su lugar. Pero, rápidamente vino a mi mente, la respuesta que probablemente me habría dado mi esposo si eso pasara.
- Los dos somos responsables. Somos nosotros. - Dije en un pequeño murmullo, más para mi que para él. Mi lindo esposo, pudo finalmente dedicarme una pequeña sonrisa, triste. Aún así, me pareció mejor que los ríos de lágrimas anteriores. - je t'aime. - Admití finalmente. A lo que él asintió, un poco más sereno.
- Moi aussi. (Yo también). - Respondió, besándome la mano, que hasta ahora intentaba quitar las lágrimas de su perfecto rostro.

    Todavía, con algo de prudencia, me alejé de él. Para en esta ocasión, recostarme al respaldo de la cama, dejando mi cuerpo totalmente arriba de esta. Samy me miró resignado, y probablemente bastante afectado todavía. Sin dudarlo, abrí mis brazos, en un llamado silencioso, para que viera a refugiarse en ellos. Mi lindo esposo no dudó, subiendo pesadamente a la cama, y acomodándose sobre mi pecho. Al mismo tiempo, le dejé un beso tierno sobre su pelo. Para inmediatamente acariciar la misma zona con mis dedos.

    Mientras jugaba con sus rizos Azabaches, sentí como su respiración se apaciguaba.
- Shuuu... duerme mi amor, duerme... - Susurré, él seguramente ya había caído rendido en los brazos de Morfeo. - Te cuidaré...

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