🔖 Capítulo 40 🔖

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    Y allí estábamos: el primer biberón de nuestro pequeñito.

Antes de dárselo, verifiqué la temperatura, dejando unas gotitas en mi muñeca, lo había dejado algo caliente, así que tuvo el tiempo de enfriarse lo suficiente para no lastimar mi bebé. Tumbandome a su lado, poniendo mi peso sobre un brazo, que a la vez acariciaba el pelito rubio de mi principe, acerqué la tetina hacía el. El niño la recibió gustoso en sus labios, y pude sentir como exploraba el objeto con su lengua, antes de mirarme inquisitivo. 
- Si mi vida, es como el chupetito, dale. - Alenté, fascinado por la pequeña escena. Recibiendo una sonrisa por detrás del biberón.

    Poco a poco nuestro bebé se fue acostumbrando, y los pequeños ruiditos de succión se empezaron a escuchar. Primero un poco sutiles, pero luego lo iba haciendo más fuerte. Le estaba gustando. Samy que no pudo empezar la lectura antes de presenciar el lindo momento, comenzó finalmente el cuento.  

    Mi esposo estaba al otro lado del niño, sentado con las piernas cruzadas, mirando hacía nosotros, como en la noche anterior. Mientras leía, su voz profunda, normalmente grave, iba cambiando de tono, para hacer el cuento más entretenido. 

    Ver a mi esposo sin un libro era casi imposible. Siempre tenía alguno en su mochila, siempre estaba leyendo algo, pero por lo general, siempre lo hacía para sus adentros, en silencio. A veces leía para mí, pero era algo excepcional. Su voz era preciosa, y lograba fácilmente que un cuento para niños fuera lo más divertido del mundo. Cuando quisimos adoptar, íbamos algunas tardes a la casa hogar, y él siempre leía para los niños. Le gustaba, y los pequeños (y no tan pequeños), estaban encantados con ello. Pero allí, con Marcos era diferente. Era aún más expresivo, su voz se veía aún más afectada por la emoción. Sonreía como nunca y se veía el hombre más feliz del mundo. Definitivamente la hora del cuento era especial para los tres. 

    

    Era nuestro momento en familia, ninguno se quedaba apartado. Y eso me quedó aún más claro, viendo como mi principito buscaba el contacto con su papá. A poco de haber empezado su biberón, mientras Sam leía, una pequeña manito empezó a recoger la cama en busca de él. Finalmente, se quedó haciendo pequeños mimos con sus deditos en la rodilla de mi esposo, que paró su lectura unos segundos para prestarle atención, continuando luego su labor, con su mano libre sobre la pequeña matita de nuestro hijo. 

    Los ojos de mi niño eran realmente hipnotizantes. Una vez que se sintió a gusto, con el contacto de su padre, y su conejito fuertemente enlazado en su brazo libre, me miró fijamente. En ese instante conectamos miradas. Sus magníficas orbes azules, tenían pequeños reflejos de distintos tonos. Una mezcla de azul oscuro y más clarito, daba una sensación de profundidad increíble. Me hubiera podido perder allí durante horas. Solo mirando esas dos pequeñas ventanitas, que de a poco se iban cerrando. 

    El pequeño ruido de succión, y de la leche pasando por su gargantita eran demasiado apacibles. Todavía no había detenido las caricias en su cabello, y no lo pensaba hacer. Sus párpados se habían cerrado por completo, cuando el contenido del biberón estaba por terminar. Al hacerlo, quise quitarlo, pero un pequeño movimiento de su parte me hizo contener mi respiración. Sin detener su lectura, mi lindo esposo, que había pensado en todo, me entregó el chupete que había traído justo antes. Así que, con toda la delicadeza del mundo, le quité la tenina de la boca, reemplazándola por el chupón, que mi niño volvió a succionar tranquilamente. Samuel, continuó leyendo el cuento, hasta el final “por si acaso”.

    Unos minutos más tarde, cerró el libro, mirándonos a los dos, todavía acariciando la manita sobre su pierna. 

- Sois la cosita más hermosa del mundo. - Dijo en voz baja, besando la pequeña mano, para luego ponerla delicadamente sobre el pecho del bebé. Acto seguido se acostó a medias sobre nosotros, poniendo un brazo en la almohada sobre la cabecita del niño, para no aplastarnos con su peso. 

- Tampoco te ves tan mal. - Respondí coqueto, sintiendo su presencia cada vez más cerca. Finalmente dejó un pequeño pero apasionado beso en mis labios. 
- Alexander, no hagas eso. 
- ¿El qué? - Respondí riendo, fingiendo indignación. 
- Agradece que el niño esté aquí, sino te hubiera enseñado a no provocarme. - Susurró en mi oído. Un escalofrío recorrió toda mi espalda. Y debí sonrojarme muchísimo, por el calor de mis mejillas. - hermoso. - Añadió con esa mirada juguetona que me encantaba. Y con un beso más se alejó para acostarse bien. 

    Al final el bebito terminó durmiendo con sus papis. Ni mi esposo ni yo nos atrevimos a llevarlo a su cama. Se veía demasiado cómodo y relajado. Aún más cuando ya estábamos mejor posicionados, y continuamos con los mimos, en esta ocasión, por su pancita y sus mejillas. Y así nos dormimos igualmente. Todos relajados después de un día agotador. 

Los cuadernos de MarcosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora