Treinta y ocho.

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Daryl

La vi levantarse, aun después de estos meses estando juntos, se solía cubrir con las sábanas para que yo no pudiera ver su cuerpo desnudo, aunque lo haya visto más veces de las que podría contar.

—no me veas – dijo soltando una risita

—sabes que eso no tiene sentido, ¿verdad? – conteste, mordiendo mi labio inferior repetidas veces – nos hemos visto así toda la noche

—¡ya! Pero ahora me da pena, es de día y puedes ver cosas que no quiero que veas

Dejo de ver la pared enfrente de la cama, para dirigir sus ojos verdes cenizos hacia mí. La cara la llevaba roja como tomate, cosa que hacía lucir con mayor facilidad sus pecas, y un rizo rebelde, rojo igual que su cara, caía sobre su frente.

—nena, he recorrido cada centímetro de tu cuerpo – me incorpore para quedar algo más cerca – y dudo que haya algo que me desagrade

—¡Daryl! Hoy amaneciste muy... no sé, diferente – con la mano que no estaba sosteniendo la sábana sobre su pecho, tomo mi cara para dejar una caricia sobre mi mejilla – ¿todo está bien?

—sí, solo que siempre sueles huir así, enredada en alguna manta y no entiendo, tu sabes bien lo que me provocas – arquee una de mis cejas, ella imito la acción

—no, se me olvido justo ahora – bromeo

—¿de verdad? – vi hacia donde quería llevar la situación

—sí, así que tal vez vas a tener que recordarme – esbozo una sonrisa un tanto coqueta

—creo que puedo hacer algo por eso

La atraje de nuevo a mí, su risita estallo cuando lancé la sábana a otro lado y mientras repetíamos lo de la noche anterior, le recordaba que me encantaba tal cual era, cada parte de ella era perfecta.


[...]


Aquel día estaba prevista una tormenta. Desde que salimos de casa el cielo estaba gris, el viento soplaba con fuerza y junto a Rick decidimos que era mejor cancelar la expedición que se había planeado el día anterior. Eso no significaba que los quehaceres en Alexandria se detuvieran, siempre había algo por arreglar, por cosechar, por plantar o lo que fuera.

—te veo en la noche, voy a ir a ayudar a Carol con unas cosas del huerto y luego me dijo que me enseñaría a hacer sus famosas galletas – Maxie se mordió el labio, emocionada – sé que no le da esa receta a cualquiera

—tú no eres cualquiera – objete

—para ella puede que si – se encogió de hombros – suerte con lo que vayas a hacer tú, te quiero

—te quiero

Comenzó a avanzar hacia el huerto, pero luego se detuvo, corrió en mi dirección y estampo sus labios con los míos. Pude sentirla sonreír mientras nos besábamos, se alejó con una sonrisa bien puesta, yo continue con mi camino hasta encontrarme con Rick.

—nunca imagine verte así, tan enamorado – dijo él en cuanto estuvimos más cerca

—no me veo tan distinto

—desde el día que te conocí en el campamento de Atlanta hasta hoy, si que has cambiado – me aseguro – sobre todo ahora que estas con Maxie

—bueno, supongo que las circunstancias hacen que uno se adapte – me encogí de hombros

—la amas, no puedes negar eso – sonrió, satisfecho

—vamos a trabajar

Rick negó divertido por la situación, aunque era verdad, amaba a Maxie y sabía que era bastante obvio, sobre todo para la gente con la que habíamos convido desde que todo esto inicio.

H E R O || Daryl DixonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora