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Las temporadas en la cabaña en ocasiones se alargaban más de lo que habíamos planeado. En absoluto era por no querer estar junto a nuestra familia, pero de vez en cuando necesitábamos la privacidad que nos daba esa pequeña casita.
Aquella noche, una fuerte lluvia azoto la región. Los truenos eran fuertes, el olor a tierra mojada invadía la atmosfera, mientras que yo me acurrucaba junto a Daryl para ver por la ventana.
—¿crees que esto dure mucho? – cuestione viendo la fuerza del viento
—supongo que toda la noche... ¿te dan miedo los truenos? – él acariciaba mi brazo con su pulgar
—no, no es eso, pero si la temporada de lluvia va a llegar, será mejor que volvamos a Alexandria – sugerí, aunque en verdad no quisiera eso
—no hace falta, la casa podrá con las tormentas
Asentí, colocando mi cabeza sobre su pecho.
Estábamos observando como el cielo de vez en cuando iluminaba la penumbra que nos regalaba el bosque, hasta que una sombra me hizo prestar atención a un punto especifico.
—¿viste eso? – le cuestione a Daryl
—¿Qué? seguro es un caminante o un animal
—no se veía como algo así...
Me moví, agarrándome de la orilla de la ventana para estar más atenta a lo que ocurría afuera. Daryl intentó quitarme de ahí por si algún rayo caía cerca de la cabaña, sin embargo, la sombra volvió a hacer su aparición.
Era como si estuviera jugando a las escondidas yendo de un árbol al otro y a juzgar por su agilidad, no me resultaba creíble que fuera solo un caminante.
El cielo volvió a iluminarse dejando a la sombra completamente expuesta ante nuestros ojos. Era un niño, como de ocho años completamente empapado, se quedó estático cuando vio que había sido descubierto.
Me levante rápidamente, colocándome las botas que estaban junto a la puerta, tome mi abrigo y las dagas para salir a por él.
—¿A dónde crees que vas? – Daryl me detuvo
—a por el niño, no voy a dejarlo solo
—Maxie, puede ser una trampa – giro un poco mi cuerpo para que lo viera de frente –. Nosotros salimos y ellos entran
—bueno, quédate y cuidas el refugio – le guiñe –. No voy a dejarlo ahí si no tiene a nadie
—no vas a cambiar de opinión, ¿verdad?
Negué, así que no le quedo de otra que dejarme ir. Al salir de la cabaña, maldije el hecho de que ya no existieran los paraguas, no alcanzaba a ver más allá de unos cuantos pasos y me iba guiando solo por el contorno de la casa.