Cuarenta y cuatro.

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Todos en Alexandria estábamos vueltos locos. Judith y Gracie no aparecían por ningún lado, movimos todo de lugar, buscamos en cada casa, en cada edificación en la que se pudieran ocultar, todos los rincones fueron minuciosamente explorados y nada, ni un rastro.

—¡JUDITH!

—¡GRACIE!

Se escuchaba por toda la comunidad, los padres de ambas parecían poseídos por algún demonio y no paraban de arrojar cosas por los aires intentando buscarlas.

—¿Qué tal que usaron tu salida secreta? – me cuestiono Daryl

—no, Gabe la tapo hace dos semanas por la filtración – le recordé – no he salido por otro lado más que por la puerta de enfrente

—no pueden estar muy lejos – Rosita se nos unió – son pequeñas, salgamos y busquemos por los alrededores

—¿Cómo demonios se salieron?

Michonne estaba fuera de sí, Rick parecía que solo actuaba en mecánico y Aaron estaba a punto de tener un ataque de pánico.

—bien, armemos grupos de cinco, salgamos por diferentes caminos y no vamos a regresar sin ellas – Maggie puso orden en la situación – ustedes tres no vienen con nosotros

De inmediato comenzaron a protestar por la decisión. Claro que no querían quedarse en Alexandria y esperar a que otra gente hiciera la búsqueda, pero también entendía a Maggie, no quería poner en riesgo a nadie y viniendo de mí, era decir demasiado.

—no podemos exponerlos a ustedes, tienen que estar aquí para cuando ellas regresen – me atreví a hablar

—Max, no nos digas eso – Aaron casi me suplico – ¿me voy a quedar aquí mientras que mi hija esta allá afuera?

—de acuerdo, pero los vamos a separar, juntos no son una buena combinación – Maggie los amenazo o al menos así sonaba

Hicimos los grupos de cinco, algunas personas se quedaron en Alexandria para cuidar a los demás niños y por si Judith y Gracie regresaban, pudieran avisarnos que estaban en casa.

Nosotros teníamos a Rick, el sheriff intentaba mantenerse tranquilo, pero aquella mirada perdida y la forma en la que inclinaba de vez en cuando la cabeza, con el hacha bien apretada en una de sus manos, nos hacía saber que no llevaba ni una pisca de tranquilidad.

Daryl había decidido que tenerlo a él era lo mejor, ya que sabía de qué manera controlarlo, incluso si tenía que ser de manera física. Scott y Enid eran los otros dos que nos acompañaban, yo iba atrás del todo, buscando algún indicio de las niñas, aunque el rastreador iba enfrente lidereando el grupo.

—aquí hay huellas, parecen ser de un pie más pequeño – menciono Daryl, cerca de la entrada al bosque – luego se pierden subiendo cuesta

—¿crees que hayan ido por allá? – le dije observando las pisadas – no son cuatro, son solo dos pies

—Judith sabe que no se debe de separar – Rick soltó de una forma robótica

—Gracie no podría dejarla – Enid tenía razón, ella no se alejaba de nadie

—quizás más adelante hay otra pista de donde podrían estar – sugirió Scott – avanecemos

—ustedes sigan un par de metros, iré al bosque y me asegurare de que no haya más huellas – nos informó Daryl – Max, te quedas a cargo, ya sabes qué hacer si algo sucede

—de acuerdo, con cuidado, ¿sí?

Él asintió y se adentró al bosque con la ballesta lista por si nuestros amigos los muertos se aparecían en su camino. Nosotros continuamos con el camino por la carretera, Rick lo único que hacía era poner más blancos sus nudillos al aferrarse al mango de su arma.

H E R O || Daryl DixonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora