Ochenta y siete.

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Cuando regresamos en otoño a Alexandria, ambos habíamos notado que Leo se la pasaba pegado a mí, más de lo que estaba acostumbrado

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Cuando regresamos en otoño a Alexandria, ambos habíamos notado que Leo se la pasaba pegado a mí, más de lo que estaba acostumbrado. Fue bastante extraño, ya que el amor lo repartía en partes iguales y la verdad es que no sabíamos que más hacer.

Una mañana, yo me desperté con los ánimos por el suelo, aparte de que tenía muchas náuseas y si me levantaba de la cama un momento iba a dar directo al piso por lo mareada que estaba.

Daryl fue quien se encargó de Leo, incluso me llevaron de desayunar, pero mi estomago no estaba listo para recibir alimento sin que saliera por donde entro unos segundos más tarde.

—ven, Leo, dejemos descansar a mamá – Daryl le abrió los brazos para poder cargarlo

—mami, ¿hemanita te hashe esho? – Leo ya estaba listo para saltar hacia su papá

—¿Qué dijiste, mi amor? – yo a duras penas podía levantar la cabeza

—sí, hemanita – señalo su propia pancita

Daryl me vio de una forma bastante extraña, por mi parte tuve que encogerme de hombros porque al igual que él, tampoco sabía de qué estaba hablando.

—ven Leo – repitió Daryl –. ¿Quieres ir con el tío Rick a jugar un momento con RJ?

Leo asintió efusivamente y antes de salir de la habitación, Daryl articulo "hablamos ahora" amenazando con volver luego de dejar a nuestro hijo con Rick.

Tuve unos minutos, unos largos minutos para pensar respecto a los síntomas y sobre los comportamientos que tuvo Leo durante este periodo. Si bien, lo de los mareos me paso cuando nos enteramos de que él venia, no creía que fuera posible otro embarazo, nuestra vida amorosa resultaba buena, pero intentábamos llevar un poco más de cuidado.

¿Qué iba a hacer con otro bebé?

Apenas sabía cómo mantener con vida a uno, para ahora volver a empezar.

[...]

—Michonne te manda esto – dijo Daryl entrando a la habitación, otra vez –. Dice que le sobro una

Daryl agito la cajita de prueba de embarazo en su mano. Yo seguía sin saber cómo hacían para seguir consiguiendo esas cosas a estas alturas del apocalipsis.

—¿Qué se supone que les dijiste? – soné más asustada de lo que debía

—Leo llego diciendo que tú y su hermanita estaban mal – se encogió de hombros –. Tuve que decirles que estabas enferma

H E R O || Daryl DixonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora