Cap 116 ¿Bebés?

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Punto de vista de Erica

Debería correr. Sé que debería correr, pero me siento como si estuviera pegada al sitio. Puedo sentir mi nerviosismo llenando el aire a mi alrededor. No puedo ocultar lo que siento. Ahora que estoy embarazada es mucho más difícil controlar mis emociones.
Respiro hondo varias veces, intentando calmar mi ansiedad.
-¿Podemos cambiar?—, le pregunto a Envy, sabiendo que seré mucho más rápida en forma de lobo.
-No mientras estés embarazada—, responde Envy. Sería peligroso para los bebés—.
-¿Los bebés? respondo yo.-
Pero antes de que Envy pueda responderme, las figuras que salen del bosque se acercan a mí. El sol poniente se refleja en el pelo de una de las personas que caminan hacia mí y un destello rojo brilla intensamente bajo la luz.
—Ámber—, gruño en voz baja.

La otra persona que camina con ella va cubierta con una capa negra y, debido a la puesta de sol, no puedo distinguir el rostro bajo la capucha. Me trago el nudo que se me hace en la garganta cuando las dos figuras se acercan.
Amber lleva una sonrisa malvada en la cara mientras se acerca a mí. —Vaya, vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí?— Dice en voz alta.
—Amber—, digo lo más dulcemente que puedo, intentando mantener los nervios bajo control. —¿Qué te trae hasta aquí?—.
—He venido a recoger lo que es mío—, dice en tono serio.
Mi pecho se ríe a carcajadas. —¿A qué has venido?—. Me río.
—Estoy aquí por mi pareja, por supuesto—, dice Amber mientras se detiene a pocos metros de la cabaña.
—Debes estar equivocada—, le gruño. —Bryce es mi compañero.
Inclino la cabeza hacia un lado y le enseño la marca brillante de la luna creciente que tengo en el cuello. Ámber da un paso atrás, sorprendida, al ver mi marca incandescente.
—El oráculo dijo que sería mío—, dice Amber mientras mira a la persona con capa que está a su lado.
La risa vuelve a burbujear en mi pecho. —Este oráculo no es más que un fraude—, grito en voz alta, pero las palabras me parecen mentira.
Ámber jadea ofendida. —¿Cómo te atreves a hablar así del oráculo? Ella es el orgullo de nuestra manada—.
Dando un paso adelante, Ámber deja que sus garras se extiendan desde la punta de sus dedos y sé que está lista para luchar. Sólo espero poder sobrevivir luchando como humana. Justo cuando Amber está a punto de abalanzarse sobre mí, la persona de la capa se adelanta y tira de ella hacia atrás.
—La necesitamos viva—, dice la figura en voz baja e inmediatamente reconozco a quién pertenece la voz.
-Alice—, digo con una mueca en los labios. —¿No se supone que estás en la Manada Oeste?—.
—Esa es Luna Alice para ti—, me suelta.
—Me temo que no, intento sonar segura. —Ahora te supero en rango—.
Bajando lentamente su capucha, Alice me revela su rostro. Tiene los ojos hundidos en la cabeza. Su pelo, normalmente bien peinado, está desordenado en lo alto de la cabeza. La capa que lleva está hecha jirones. Parece que lleva huyendo varias semanas.
—Después de que mi hijo matara al Alfa de la manada del Oeste. Ya no era bienvenida allí—, Alice gruñe en mi dirección. —Así que volví a mi manada natal—.
—Tus hijos no mataron al Alfa de la manada del Oeste—, me río entre dientes. —Yo lo hice.—
Alice me gruñe antes de dar varios pasos hacia delante. —Me lo has quitado todo—, dice con lágrimas en los ojos. — Ahora yo voy a quitarte algo a ti.
—Me gustaría ver cómo lo intentas—, digo finalmente encontrando fuerzas para ponerme en pie.
De repente, un hedor nauseabundo llena el aire. Huele a carne podrida. —Picaros—, susurro para mis adentros mientras echo un rápido vistazo a los árboles que rodean la cabaña.
—No pensarías que vendría sola, ¿verdad?—. Alice se ríe mientras mira a Amber. Con un chasquido de dedos, Alice convoca a un ejército de pícaros de entre los árboles. Los pícaros empiezan a rodear el porche de la cabaña del oráculo. No tengo escapatoria, a menos que consiga entrar en la cabaña. Dando vueltas, intento girar el pomo de la puerta de la cabaña, pero está cerrada con llave. Cerrando los puños, golpeo la puerta tan fuerte como puedo.

—Bryce—, grito a través de la puerta. —Bryce, te necesito.
Ayúdame—
La mano fría y húmeda de uno de los pícaros me hace girar. Mira mi cuerpo de arriba abajo antes de pasar su dedo por mi mejilla, haciéndome estremecer de asco.
—No me toques, joder—, le gruño mientras le aparto la mano de la cara de un manotazo.
—Será divertido romperte—, dice el pícaro y la bilis me sube a la garganta.
—Ya, ya, chicos—, la voz de Alice viene de detrás de ellos. —No podemos jugar con ella hasta que dé a luz al heredero de las cuatro manadas—.
—¿De verdad creéis que voy a entregar a mi bebé?—. Pregunto sorprendida.
—¿Crees que te vamos a dar a elegir?—. Alice replica con una sonrisa malvada dibujada en sus labios. -Ahora, ¿te vas a venir fácilmente o vamos a tener que maltratarte un poco?—.
Pienso en la pequeña vida que está creciendo dentro de mí y la preocupación invade mi cuerpo. Si no me entrego fácilmente, podrían hacerle daño a mi hijo nonato.
—Sabes que los trillizos no dejarán de buscarme hasta que me encuentren—, le digo a Alice.
Ante la mención de sus hijos, la sonrisa maligna que se dibuja en sus labios flaquea un poco. —No son hijos míos—, dice finalmente.
—Amber, será mejor que vuelvas a la casa de la manada. Bryce necesitará consuelo cuando descubra que su compañera ha desaparecido-.
Dos de los pícaros que están de pie más cerca de mí, me agarran por los brazos y me llevan a Alice. Ella saca una jeringuilla de dentro de su capa y al instante sé que es acónito.
-No puedes—, grito. —Le harás daño a mi bebé—.
—Tenemos que enmascarar tu olor, idiota—, gime Alice antes de clavarme la aguja en el cuello.
El líquido arde en mis venas mientras recorre mi cuerpo. Llamo a Envy en mi mente, pero no hay respuesta. Mis rodillas se debilitan y ceden bajo mi peso. Uno de los picaros me coge en brazos y echa a correr por el bosque.
Intento mirar por encima de su hombro hacia la cabaña que desaparece en la distancia, pero siento los ojos pesados y me invade la oscuridad.

Maldecida con los trillizos alfa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora