Cap 122 Promesas

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Punto de vista de Erica

El doctor Wilson me baja el vestido por las caderas y Rex suelta un gemido de decepción. Me ruborizo y trato de no mirar a los ojos a nadie en la habitación. Me acomodo el vestido alrededor del cuerpo, me siento en la cama y espero a que el médico me dé alguna información sobre mi embarazo. Pero el médico no me habla. Se acerca y habla en voz baja con Alice.
Intento oir su conversación, pero sus voces no son más que susurros. El doctor Wilson asiente a Alice y se da la vuelta para salir de la habitación. Rex se aparta y abre la puerta lo suficiente para que el doctor se cuele por ella. Justo antes de salir, el doctor Wilson echa un vistazo por encima del hombro y me lanza una mirada de lástima. Me pregunto qué se habrán dicho Alice y él.
No tengo tiempo de reflexionar mucho. Alice se acerca a la cama y me apunta con el dedo directamente a la nariz. —Estas son las normas—, dice mientras me señala con el dedo. -Comerás tres veces al día y merendarás entre horas. Comerás lo que te den-. Al parecer, el ejercicio es importante durante el embarazo. Así que una vez al día darás un paseo con Rex a tu lado. Si te niegas a hacer alguna de estas cosas, serás castigada en consecuencia. Si intentas correr, serás castigada: ¿Me has entendido?-
—No lo entiendo—, admito. —¿Por qué me tienes prisionera sólo para tratarme amablemente?—.
—Realmente eres la mujer más estúpida—, Alice se ríe de mí. -
Debes tener un embarazo sano. El niño debe nacer sano—.
—¿Y qué hay de la niña?— le pregunto.
—Por lo que a mí respecta, es desechable—, dice Alice mientras se aleja varios pasos de mí.
No puedo evitar un fuerte grito ahogado. —No puedes hablar en serio. También es tu nieta. Será tan nieta tuya como lo será el niño.
Es tan parte de tus hijos como lo será el niño-.
Alice me agarra la barbilla y clava sus garras en mi piel. -Dejaron de ser mis hijos en el momento en que me traicionaron y te aceptaron como su pareja.
Sacudiendo la cabeza con incredulidad, le quito la mano de la barbilla de un manotazo. —¿Cómo puedes ser tan cruel?
—Mis hijos debían gobernar las cuatro manadas como una sola—, me gruñe Alice. —Tú lo has arruinado todo—.
Antes de que pueda responder, Alice sale de mi pequeña habitación dando un portazo. Rex sigue de pie junto a la puerta con una sonrisa socarrona en la cara.
Cruza la habitación hacia mí y se detiene a unos metros de mí.
Alarga la mano y me pasa un mechón de pelo por detrás de la oreja. Me estremezco bajo su contacto y me sube la bilis a la garganta.
—Por favor, no me toques—, digo en voz baja.
—No te preocupes, Luna—, dice sonriendo. —Prometo no tocarte hasta que me lo supliques—.
—Preferiría morir—, le siseo a Rex.
—Eso ya lo veremos—, se ríe Rex. —Te garantizo que me estarás suplicando dentro de una semana—.
La puerta de la pequeña habitación se vuelve a abrir y Alice entra furiosa. —Te dije que no la tocaras—, regaña a Rex.
—Sí, señora—. Rex me guiña un ojo antes de salir de la habitación.
—Siempre supe que eras una puta—, Alice se ríe de mí. -Espero que puedas mantener las piernas cerradas hasta que lleguen los bebés—.
Alice cierra de golpe la puerta de mi nueva prisión y oigo el. chasquido de la cerradura. Me pongo en pie de un salto y corro hacia la puerta, tirando del picaporte con todas mis fuerzas. La puerta no se mueve. Me doy cuenta de lo que está ocurriendo y empiezo a sollozar. Doy la espalda a la puerta, me apoyo en la dura madera y lloro a lágrima viva.
Sé que debo mantenerme fuerte, pero todo mi cuerpo me dice que me rinda. En mi mente se agolpan las ideas sobre cómo escapar de este lugar. Cada una es más ridícula que la anterior. No podré escapar sin poner en peligro a mis hijos.
Me acuno el estómago con las manos y me deslizo por la madera de la puerta hasta el suelo. Sé que los trillizos no querrían que me rindiera. Me toco la marca de la luna creciente del cuello y siento un hormigueo. Casi como si llamara a mis compañeros.
Entonces recuerdo que no se trata de un vínculo de pareja ordinario entre nosotros cuatro. Se me considera una criatura mitica entre los nuestros. Tiene que haber algo que pueda hacer para ponerme en contacto con mis compañeros.
Cierro los ojos e intento comunicarme con ellos a través del vínculo. Para mi sorpresa, no me encuentro con un bloqueo, lo que significa que mis compañeros deben estar cerca. Chicos—, llamo a través del vínculo. Chicos, ¿me oís? Si me ois, estoy en una cabaña rodeada de árboles altísimos. Eso es todo lo que puedo deciros. Pero, por favor, venid a buscarme—.
Me encuentro con un silencio absoluto. Las lágrimas corren por mis mejillas. Espero que los trillizos hayan oído mi mensaje y sepan dónde buscarme. Estoy muy enfadada conmigo misma por no haber prestado más atención a lo que me rodeaba.
Me levanto del suelo, me acerco a la cama y me hago un ovillo.
Acuno el vientre entre los brazos y susurro en silencio a los pequeños que crecen en mi vientre.
—Haré todo lo que esté en mi mano para manteneros a salvo-, les prometo. —Y prometo llevaros a casa con vuestros papis—.

Maldecida con los trillizos alfa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora