Cap 124 Uno más de más

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Punto de vista de Erica
Doy vueltas toda la noche en la cama, que me parece demasiado pequeña y vacía. Me he acostumbrado a dormir junto a mis compañeros y sin ellos a mi lado siento como si mi mundo se derrumbara a mi alrededor. Sin ventanas en mi habitación, no puedo saber qué hora del día es. Una pequeña luz brilla por debajo de la puerta y oigo pasos justo al otro lado.
No llaman a mi puerta hasta que la cerradura hace clic y se abre.
Rex entra con una bandeja de comida y cierra la puerta de una patada. Deja la bandeja en el borde de la cama y se sienta a mi lado. Su piel me roza el hombro y me dan ganas de vomitar. Me aparto de su alcance y miro la bandeja de comida que hay al final de la cama.
Está llena de huevos, bacon y patatas fritas. El estómago me ruge con fuerza y se me hace la boca agua. Rex se ríe y empuja la bandeja en mi dirección.
—¿Cómo sé que no has envenenado esto?— pregunto levantando una cejas.

—¿De qué serviría envenenarlo?—. Rex se ríe a carcajadas. —Te necesitamos sana—.

Miro la comida y mi estómago vuelve a rugir con fuerza. No recuerdo la última vez que comí algo. Con avidez, tiro de la bandeja hacia mí y cojo un trozo de beicon del plato. Doy pequeños mordisquitos al borde del beicon, sin apartar los ojos de Rex. Aún no he decidido si se puede confiar en él o no.
—Cuando termines de desayunar, tengo que llevarte a dar un paseo—, dice Rex. En sus ojos hay un brillo del que no me fío del todo.
—¿Esto es bacon de pavo?— digo arrugando la nariz.
—Es más sano que el tocino de cerdo—, dice Rex encogiendose de hombros. Me quita el beicon de la mano y se lo mete en la boca.
—Eh—, protesto. —Eso era mío-.
Rex se ríe a carcajadas. —No es que te lo fueras a comer de todas formas. Además, si no te acabas el desayuno te castigarán—.
—¿Por qué te preocupa que me castiguen?—. pregunto entre bocados de mis huevos. —Me imaginaba que te morirías de ganas de que cometiera un desliz—.
Rex se pone rígido a mi lado. — A decir verdad—, dice Rex con la boca llena de mis hashbrowns. —La violación no es exactamente lo mío. Preferiría que vinieras a mí voluntariamente—.
Resoplo de risa y me atraganto con mi zumo de manzana. —No me acercaré a ti voluntariamente—.
—Eso ya lo veremos—, dice Rex con una sonrisa de satisfacción.
Inclinando la cabeza hacia un lado, le enseño a Rex la marca que brilla en mi cuello. —Ya tengo tres compañeros—, le digo. —Mi tarjeta de baile está llena—.
—¿Qué es uno más?—, dice mientras me guiña un ojo.
—Uno más de más—, me río.
Miro el plato que tengo delante y veo que se ha acabado toda la comida. Tengo que dar las gracias a Rex por limpiar mi plato. Quizá no sea tan malo.
—¿Estás lista para nuestro paseo?— Rex me pregunta.
—¿Tengo elección?— Gimo. Tengo el estómago demasiado lleno y lo último que me apetece es pasear por el bosque con un desconocido.
—Me temo que no—, dice Rex, y casi puedo oír un deje de culpabilidad en su voz.

Mete la mano en el bolsillo y saca un par de esposas plateadas. Le miro horrorizada. —¿Para qué son?
—Para asegurarme de que no huyes—, Rex se niega a mirarme a los ojos. —Luna Alice insiste en que estés esposada a mí durante nuestros paseos—.
—Sabes que ya no es Luna—, le digo bruscamente mientras me coloca una de las esposas alrededor de la muñeca.
Me agarra suavemente de la mano y me pone en pie. —Es nuestra Luna—, me dice con las cejas fruncidas.
—¿Cómo puedes decir eso?— le pregunto. —Ella desprecia a los pícaros—.
Rex ladea la cabeza y me mira confundido. —No lo dices en serio
—, dice en voz baja. —Nos ha acogido y nos ha vuelto a convertir en una manada—.
No puedo evitar soltar una carcajada. -Os está utilizando. ¿Cómo estás tan ciego para verlo?—.
—No—, grita Rex en señal de protesta. —Ella se preocupa por nosotros—
De nuevo resoplo de risa. —Yo fui una vez una pícara y ella me trató más bajo que la mugre—.

Rex no me responde, pero me doy cuenta de que está sumido en sus pensamientos. Mientras piensa, me saca a rastras por la puerta de la pequeña cabaña.
Me detengo en cuanto mis pies descalzos tocan la hierba cubierta de rocio y dejo que mis dedos se muevan entre las briznas de hierba. Respiro hondo y trato de memorizar lo que me rodea. El sol apenas brilla sobre las copas de los árboles, proyectando un tono anaranjado sobre el cielo matutino. Llevo tanto tiempo a oscuras que tengo que entrecerrar los ojos ante el sol naciente porque me parece cegador.
No tengo tiempo de saborear la sensación de estar por fin fuera antes de que Rex me arrastre por el césped delantero de la cabaña hacia la arboleda. Tropiezo con mis pies tratando de mantener ell ritmo.
—¿Puedes ir más despacio, por favor?— Le ruego a Rex. —Creo que voy a vomitar. El desayuno recién comido me revuelve ell estómago y me hace sentir muy incómoda.
Una vez bajo la copa de los árboles, Rex se detiene. Apoyo las manos en las rodillas intentando recuperar el aliento.
—Cuéntame todo lo que sepas sobre Luna Alice-, dice Rex con cara de confusión.
-¿Por qué te importa lo que sé?—. Me río. —Ya has elegido tu bando—.
—Pero, ¿y si he elegido el bando equivocado?—, dice Rex con una mirada extraña en la cara.
Me muerdo el labio inferior, intentando averiguar qué está pasando. Por primera vez, miro de verdad al granuja que tengo delante. El sol de la mañana brilla en su piel. No está sucio como el canalla que se sentó a mi lado en el coche. Lleva el pelo bien peinado y no tiene la piel cubierta de barro.
—¿Qué quieres saber?— Le pregunto.
—¿De verdad odia a los pícaros?—. pregunta Rex y puedo ver cómo se le calienta la cara de vergüenza.
—Más que a nada—, le digo a Rex.
Rex suelta un gruñido frustrado y dejo que me lleve cada vez más lejos en el bosque. Mientras caminamos le cuento todo lo que sé sobre Alice y lo mal que me trató cuando acudí a su manada en busca de ayuda. Le explico cómo prometió a sus hijos a otras mujeres cuando supo que yo sería su pareja. Rex camina a mi lado y escucha todo lo que le digo.
Justo cuando estamos a punto de volver a la cabaña, el chasquido de una rama llama nuestra atención. Rex se da la vuelta y me coloca detrás de él. Una pequeña figura sale de detrás de un árbol y se me corta la respiración. Alice nos ha estado siguiendo todo este tiempo. Ha oído todo lo que he dicho.

—Sabía que no eras de fiar-, le gruñe a Rex.

Maldecida con los trillizos alfa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora