Cap 126 Entregar al niño

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Punto de vista de Erica

[Advertencia: este capítulo puede ser difícil de leer para algunos.]

Se siente como si hubiera estado en la pequeña habitación, en la pequeña cabaña durante meses. Pero en realidad, no sé cuánto tiempo llevo aquí. Intenté llevar la cuenta de los días cada vez que salía a pasear, pero al final perdí la cuenta. Tumbada boca arriba en la cama, espero a que entre alguien. Cualquiera.
Mi barriga es tan grande que ya no me veo los pies, pero sé que están hinchados. Los siento tensos y me cuesta moverlos. Los pequeños cachorros que crecen en mi vientre son muy activos y patalean y se mueven constantemente. Es como si quisieran salir de la prisión en la que están encerrados.
Un suave golpe en mi puerta me hace saber que Alice está al otro lado. A medida que he ido creciendo, se ha vuelto más tolerante conmigo. Intenta no estresarme demasiado y habla con los bebés de mi vientre.
—Entra—, grito mientras intento ponerme de lado.
Alice entra con el médico a su lado. Han dejado de traer a un pícaro con ellos. Supongo que piensan que ya soy demasiado grande para escaparme.
—Es hora de tu revisión semanal—, dice Alice alegremente al entrar en la habitación. Se detiene al ver que estoy de espaldas.
Corriendo hacia mí, me ayuda a ponerme de lado tirándome del brazo. —Sabes que es malo para los bebés que estés mucho tiempo boca arriba—, me grita.
—Me he quedado atascada—, gruño mientras intento incorporarme.
—Deberías tener más cuidado—, me regaña Alice.
Intento no poner los ojos en blanco porque aún tengo miedo de que me castigue. El médico se acerca a mí y me sonríe amablemente. -Has crecido bastante—, dice mientras me mira de arriba abajo.
—Puedes repetirlo—, gimo.
Mientras hablo, los bebés oyen mi voz y empiezan a rebotar en mi vientre. Es como si uno de ellos estuviera en mis costillas y el otro me diera patadas en la vejiga para divertirse. Ninguno de los dos se siente cómodo.
—¿Puedo ir al baño antes de empezar? Suplico. Lo último que quiero es que alguien esté hurgando ahí abajo mientras tengo que hacer pis.
—Por supuesto—, dice el médico mientras me ayuda a ponerme en pie. Coloco lentamente un pie hinchado delante del otro y me dirijo
al baño.
Mientras hago mis necesidades, sé que tanto Alice como el médico me esperan al otro lado. Hace meses que no puedo ir sola al baño.
Al levantarme del retrete, el líquido empieza a correr por mis piernas. —Mierda—, grito en voz alta, pensando que me he meado encima.
Entonces, un dolor agudo me recorre el estómago y sé al instante que algo va mal.
Me arrastro hacia la puerta con las bragas aún enrolladas en los tobillos. —Grito a través de la puerta. —Creo que algo va mal—.
Otra oleada de dolor me atraviesa el estómago y me doblo intentando sujetar mi enorme barriga con los brazos. La puerta se abre de golpe y casi me tira al suelo. Retrocedo unos pasos dando tumbos y consigo recuperar el equilibrio.
—¿Qué pasa?—, dice Alice entrando en el cuarto de baño.
Observo en silencio cómo Alice examina el cuarto de baño. Sus ojos se posan en el suelo y jadea cuando ve el charco de líquido en el suelo. El doctor Wilson está en la puerta con cara de asombro.
—Creía que teníamos al menos un mes más—, dice mientras frunce las cejas en señal de confusión.
—Parece que no—, le responde Alice al doctor.
Mi mirada se desvía entre los dos, intentando entender lo que dicen. Pero no puedo pensar con claridad mientras una oleada tras otra de dolor se extiende por todo mi cuerpo.
Aprieto los dientes y me apoyo en la bañera del cuarto de baño. -
¿Puede alguien explicarme qué está pasando?—. jadeo.
—Estás de parto, tonta—, me sisea Alice.
Levanto los ojos para mirar al médico, que intenta sonreírme para apoyarme. —Todo irá bien—, susurra mientras entra en el pequeño cuarto de baño. Empieza a llenar la bañera de agua caliente mientras yo intento respirar cada contracción.
Cada contracción es más intensa que la anterior y no estoy segura de cuánto tiempo más podré permanecer de pie.
Alice me pasa el vestido por la cabeza y me hace un gesto para que me meta en la bañera. —El agua me aliviará el dolor—, me dice casi con amabilidad.
Con el doctor Wilson a un lado y Alice al otro, me ayudan a entrar  en la bañera y me sumerjo en el agua. El agua alivia un poco el dolor que siento. El doctor Wilson se sitúa en el extremo de la bañera y comprueba mi estado.
—Estás lista para empujar—, me dice con semblante serio. —La próxima vez que sienta una contracción quiero que haga fuerza y empuje—.
Asiento con la cabeza y respiro hondo varias veces para prepararme para la siguiente oleada de dolor. El estómago empieza a apretarme y sé que viene otra contracción. Aprieto los dientes y empujo con todas mis fuerzas. El agua que me rodea empieza a teñirse de sangre mientras pujo. Una mirada de preocupación cruza la cara del doctor Wilson antes de decirme que empuje de nuevo.
Vuelvo a empujar y siento como si un fuego me quemara por dentro antes de que algo salga. El doctor Wilson saca a mi bebé del agua. —Es la niña—, dice mientras le entrega el bebé a Alice.
—Por favor—, le ruego. —Déjeme ver a mi bebé.
Alice ignora mis súplicas y deja al bebé en el suelo a su lado. Miro por encima de la bañera y veo a mi niña de pelo negro retorciéndose y gritando en el frío suelo del cuarto de baño.
—Entrega al niño—, dice Alice en tono amenazador.

Maldecida con los trillizos alfa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora