52 | Nathan

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Me moría por estar con él, esa era la verdad en mi corazón. Pero aún así había algo que me seguía deteniendo. Liam era demasiado bueno para mí, no sentía que podía darle todo lo que quería y se merecía. Él se había fijado en la persona equivocada y yo me había fijado en la mejor persona del mundo. Que mala combinación.

Dios, me estaba doliendo tanto. Tenía ganas de llorar. ¿Así se supone que duele el amor? Que porquería. Esto había estado evitando desde siempre pero al final me terminó alcanzando.

No sé cómo hice pero lo terminé convenciendo para que se fuera. No quería que me viera llorar. Y escucharlo insistir y decir que me amaba, irónicamente me estaba haciendo sentir peor. ¿Por qué me amaba? No entendía. ¿Qué tenía de bueno yo? Si siempre había sido un idiota.

Cuando se fue, me tiré en mi cama y lloré como un bebé. Ni recordaba la última vez que había llorado así. Probablemente alguna vez de niño. El puñetazo de Alex era una caricia comparado con el dolor que sentía en el pecho.

Se supone que cuando quieres a alguien y esa persona te corresponde, todo es felicidad y es lo mejor que te puede pasar. ¿Por qué no me estaba pasando eso? No tenía lógica. Definitivamente no entendía nada del amor. ¿Siempre era así de complicado?

No sé en qué momento me quedé dormido y terminé despertando a mitad de la noche ya sin sueño. Había dormido demasiado. Pero me seguía sintiendo para la mierda. Revisé mi celular y tenía varios mensajes de Liam por leer.

Ni los abrí. No quería ver nada. ¿Cómo es que se habían dado vuelta las cosas así de la nada?

Intenté ponerme a estudiar, limpiar la casa, algo, lo que sea para distraerme pero nada funcionaba. Nunca me había sentido tan desesperado y tan deprimido.

Al día siguiente no fui ni a clases ni a trabajar con la excusa de que me sentía mal. Aunque eso no eran tan falso después de todo. Sí lo había intentado, de verdad me había levantado, incluso preparado el desayuno y todo. Pero estando sentado allí en la mesa de la cocina, fue imposible no recordar la última vez que habíamos estado juntos.

Entonces me di cuenta que eso ya había quedado atrás, que no iba a volver a ocurrir. Ya no podría besarlo ni tocarlo más. No sin lastimarlo al menos. No sin lastimarme a mí mismo. Ese pensamiento me destrozó el alma.

Tuve que volver a acostarme porque no me sentía con energías para nada.

Así fue también el segundo día, y el tercero. Me levantaba, pretendía continuar con mi vida y no podía. Al cuarto ya ni me molesté en levantarme.

Sin embargo, más tarde ese día, no me quedó otra que salir de la cama cuando escuché que golpeaban la puerta como loco.

- ¡¡Por Dios!! ¡!No estoy sordo! - abrí la puerta.

- ¡Ah! Entonces estás vivo. - Era Lucas. Entró como si nada sin permiso y cerró la puerta.

- ¿Qué quieres? - pregunté de mala gana. No tenía ganas de ver a nadie.

- Te ves como la mismísima mierda. ¿Estás enfermo?

- Tal vez.

- ¿Podrías al menos contestar el estúpido celular? Desde hace ayer que te estoy llamando.

- Ni sé dónde está. Debe estar tirado por ahí sin batería. No hacía falta que vinieras. Estoy bien.

- ¿Es una broma, verdad? No estás yendo a clases. Tus compañeros dicen que no te ven hace días. Hay todo un rumor de que te peleaste con alguien y que te suspendieron, y viéndote la cara parece que eso es cierto. Michael me envió mensajes diciéndome que tampoco le respondes a él. ¿Qué es lo que te pasa? Me tenías preocupadísimo.

El chico que detestoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora