Narra Leonardo:
-¿Y mamá?- pregunté frunciendo mi ceño.
Jason abrió la boca para contestar, pero luego se calló.
-Fue a hablar con Vaska- soltó Perry.
Jason la fulminó con la mirada.
-Oh... ¿Leo no podía saberlo?
-Siempre metes la pata, Perry- gruñó Jason.
-¿Por qué fue a hablar con Vaska?
-Porque mamá te veía muy mal... y el padre de Vaska dijo que ella también estaba mal.
Bufé.
-¡Pero no vayas!- me detuvo Perry.
-Ya da igual- gruñó Jason- ya metiste la pata.
Salí de la casa rumbo a la casa de Vaska.
Narra Vaska:
-Cuéntame, cariño- insistió Madeline.
-Le fallé- sollocé.
-¿Por qué dices eso? Jamás había visto tan feliz a mi hijo como lo estaba contigo... admito que si se confundía mucho por tus emociones raras... pero estaba feliz, eres el reto más lindo que le ha puesto la vida.
-Pero él no se merece eso- sollocé- él es bueno.
Soy tan bipolar... hace unas horas pensaba que era el hijo de puta más desgraciado del mundo... y ahora es el mejor y no se merece a alguien como yo.
¿Cuándo aclararé mis emociones?
-Pero... sé que el pasado es pasado. Pero no puedo vivir con el temor de que él se vaya con otra chica...
-Pero él te ama... sé que quizá ahora no te haga ruido esa simple frase, que significa mucho en realidad. Pero yo conozco a mi hijo, y te ama un montón, Vaska... se conocen hace... ¿3 meses? ¿4? ¡Pero te ama como a nadie!
-Quizá es cierto que me ama... pero... seamos sinceros, él me da razones para estar celosa. Es muy coqueto, quizá no se da cuenta, pero... ¡No lo sé! No puedo vivir con esos celos... no ahora...
-Pero no lo odies- acarició mi mano- él está muy afectado pensando que jamás querrás hablar con él de nuevo.
Suspiré.
-No lo odio...
Tocaron la puerta y enseguida se asomó Leo.
-Hijo, interrumpes una conversación muy importante- gruñó Madeline.
Sequé mis lágrimas y miré a otro lado.
-Mamá, déjame a mi hablar con ella.
Madeline se paró y se fue con una sonrisa de disculpa.
Leo se sentó a los pies de mi cama.
Miré a otro lado.
-Mírame, Vaska.
Aguanté las lágrimas.
-Por favor, mírame cuando te hablo.
Lo miré, tenía los ojos aguados.
Se me partió el corazón en mil trizas. Si el llora juro que me desmorono.
-Discúlpame- rogó.
Negué.
-No tienes de qué disculparte- la garganta me ardía mucho.
Pestañeó rápido para que las lágrimas no se le escaparan.