24. Propiedad

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El día que Marcus Alejandro le pidió matrimonio al amor de su vida nada salió como había planeado. Por una parte, ella aceptó, feliz de que saber que iba a pasar el resto de sus días con el hombre al que había querido desde la infancia. Por otra, el general apareció allí sin previo aviso.

Se encontraban en su preciado bosque, en los alrededores del lago, abrazados, cuando el caballo del general Claudio frenó en seco junto a ellos.

Filipo V de Macedonia estaba movilizando sus ejércitos, y eso solo podía significar una cosa: la guerra iba a comenzar. Él lo supo mientras soltaba a su prometida. Claudia lo supo mientras le rogaba a su padre que la dejara ir con ellos. El general solo meneó la cabeza y se disculpó con su hija.

Marcus Alejandro partió de su hogar con el anillo de compromiso en el dedo anular, seguro de que algún día, por tarde que fuera, volvería para formar con ella una familia.

El campamento en el que se asentaron era grande y poderoso, montones de soldados comprometidos a no permitir que Macedonia gobernara la República romana se aseguraban de protegerlo día y noche. Era raro que alguien se atreviera a atacarlo, pues Filipo V ni siquiera había llegado todavía a su territorio y los asaltantes no tenían valor suficiente. Gracias a esto, ellos tuvieron un tiempo para entrenar, conocerse y aprender las técnicas de ataque y defensa que su futuro suegro les explicaba.

Marcus Alejandro no lo pasó tan mal allí, excepto por lo mucho que extrañaba a su amada. Dormía con otros soldados en una cabaña, al lado de un chico de pelo claro con el que no había hablado una sola vez en sus primeras semanas.

Aquella noche fue la excepción.

Julio, que era rubio, con los ojos verdes y la piel bronceada, le oyó mientras se levantaba de madrugada para observar la luna. A Marcus Alejandro le gustaba pensar que Claudia también estaba mirándola, que ella era su intermediaria, la única que podía entender la magnitud de su amor.

El chico se paró a su lado de brazos cruzados y suspiró.

—Deberías dejar de hacer esto —le dijo, con la voz rasposa—. No vas a volver.

Marcus Alejandro, sorprendido, dejó de mirar al cielo para fijarse en su compañero.

—¿Cómo estás tan seguro?

—La guerra va a comenzar. Si no mueres en esta batalla, lo harás en la siguiente, o en la de después —se encogió de hombros—. Va a pasar, estamos aquí para eso.

Marcus Alejandro frunció el ceño. Tratando de no despertar a los demás y de no llamar la atención de aquellos que vigilaban el perímetro, señaló a Julio y bajó la voz.

—Yo estoy aquí para defender la República, no para morir. Voy a casarme con ella cuando vuelva —le enseñó el anillo—, y ningún soldado amargado va a decirme lo contrario.

Julio resopló.

—Oigo palabras salir de tu boca, pero en el fondo piensas como yo.

—De eso nada.

—Tu expresión me lo afirma.

—¿Mi expresión? —Marcus Alejandro se cruzó de brazos con indignación. Alzó una ceja y se acercó más a su compañero— ¿Qué expresión?

—Tu expresión de impotencia. Sabes que morirás y aun así intentas negártelo a ti mismo con esa estúpida idea del amor. El amor no sirve para nada.

—El amor es lo mejor que me ha pasado nunca.

—Y por eso eres débil y serás el primero en morir —sonrió—. Cuanto más ames, menos durarás en la batalla. Por eso yo terminaré siendo uno de los héroes en esta guerra.

Hugs with the Devil [EunHae +18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora