Epílogo

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Me masajeo el cuello mientras cruzo la puerta de la terraza. El cielo está oscuro. El viento me golpea la cara. El olor de la tierra mojada en otoño inunda mis fosas nasales. Éste es la única razón de que me esfuerce en respirar aunque no lo necesito.

Mis compañeros y compañeras del laboratorio en el que trabajo llegan a la baranda antes que yo. Están hablando de cómo van a celebrar el Halloween este año. Todos están casados y tienen hijos, así que el plan es disfrazarse con ellos e ir a pedir caramelos. Los humanos son muy básicos. Todos los años igual. En todos los laboratorios igual. Pueden pasar décadas, pero esa costumbre seguirá intacta.

Me uno a ellos, acepto un cigarro y me río ante una broma que no he escuchado. No tardan mucho en hacerme la misma pregunta de siempre:

—¿Y los jóvenes cómo lo celebráis?

—Qué envidia —suelta uno—. Quiero volver a tener tu edad y poder irme de baretos sin preocupaciones.

—Los veinteañeros tenéis mucha suerte.

—Seguro que el abogado y tú tenéis pensado beber hasta no saber ni cómo os llamáis.

Se echan a reír, envidiosos por una imagen que ellos mismos han inventado. Yo solo asiento. Porque es más fácil que decirles que hace dos semanas cumplí los ochenta y siete.

—Algo así —me acabo el cigarro—. Bueno, pasadlo bien. Nos vemos la semana que viene.

Me despido de ellos y vuelvo al laboratorio. Dejo la bata, tomo mis cosas y salgo del edificio. Echo a andar hacia el aparcamiento con las manos en los bolsillos de mi chaqueta. El mundo ha cambiado mucho.

Yo no.

Las estrellas siguen pareciendo luciérnagas en su disfraz.

En el aparcamiento hay una pareja. La salido con la mano y me miro las uñas pintadas de negro mientras espero a que se vayan. No tengo prisa. Pero, en cuanto su coche desaparece de mi vista, en cuanto estoy solo, chasqueo los dedos.

En un pestañeo, cambio el asfalto y los coches por rocas ardiendo y monstruos voladores. Inspiro profundamente. Este olor es aún mejor que el de la tierra mojada.

Es el olor de mi hogar.

—¡Papi ha vuelto!

Extiendo los brazos y las alas y espero.  El fuerte sonido de las respiraciones mezcladas llega enseguida. Las veo llegar. Quimera vuela con Armida sobre su cabeza mientras los cachorros de que todavía no saben volar corren en manada hacia mí. Soy abuelo. Cuando nos dimos cuenta de que Quimera se había quedado embarazada no nos lo podíamos creer. Hace tres años de eso y aún me sorprendo cuando siete pequeñas quimeras se lanzan sobre mí. Son del tamaño de un perro normal, por lo que puedo soportarlas cuando estoy en el suelo. Ahora, de pie, solo siento que todas saltan intentando llamar mi atención. Me agacho de un lado a otro intentando saludarlas a todas al mismo tiempo.

—El abu jugará con vosotros ahora. Dejad que salude a mamá.

Ladran y lanzan fuego como respuesta. No dejan de perseguirme mientras avanzo hacia mi enana, que me lame la cara en cuanto la abrazo. A su vez, Armida se enrosca en mi cuello. Ella no ha tenido bebés, pero tampoco parece que le apetezca. Está más interesada en comer y dormir.

En el camino hacia mi pequeño rincón del infierno al que llamo "casa" les cuento qué tal me ha ido el día. Vengo todas las noches, pero para ellas siempre ha pasado más tiempo. Mis hijas me escuchan atentamente. Mis nietos y nietas se dedican a morderme y quemarme los pies. No me molesta. Sin embargo, finjo que sí y sacudo las alas.

—Me parece que alguien va a acabar siendo mi cena esta noche —salto.

Salen corriendo al instante. Algunos intentan volar, sin éxito, y siguen ladrando mientras huyen en todas direcciones. Tengo unos dos minutos antes de que vuelvan. Suficiente para chasquear los dedos y aparecer en mi sofá. Soy hay una casa en todo el infierno. Es grande, lo suficiente para que vivamos mi bomboncito y yo y Lucifer y Kyuhyun. Al principio no parecía que el resto estuviera de acuerdo con ello, pero ahora les parece tan normal como que su rey salga con un humano.

Hugs with the Devil [EunHae +18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora