72. Cielo

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Abro los ojos, pero no como uno los abriría al despertar, sino como se abren después de parpadear.

Me encuentro de pie en una habitación. Delante de mí hay un armario de madera con puertas dobles, a mi derecha una mesita de noche y detrás de mí una cama de matrimonio con sábanas azules. A la izquierda, una cómoda sobre la que descansan un puñado de fotografías que conozco más que de sobra. Es la habitación de mis padres. La habitación en la que me colaba a dormir cuando era pequeño y tenía una pesadilla.

Recuerdo que más de una vez entraba y me encontraba la habitación igual que ahora, vacía, con la cama hecha, pues yo me iba a dormir pronto y mis padres se quedaban viendo la televisión juntos en el salón. Entonces apretaba los puños y salía corriendo detrás de sus risas.

Ahora mismo solo hay una. Una risa masculina que también conozco aunque hace años que no escucho.

Mis pies empiezan a moverse sin mi permiso. Me llevan por el pasillo, me hacen pasar por delante de la cocina y me obligan a cruzar el umbral hacia el salón. Avanzo por un lado de la mesa central hasta colocarme detrás del sofá. En la pequeña televisión aparece mamá bailando conmigo durante mi séptimo cumpleaños.

Y en el sofá está papá riéndose.

—Papá...

Me parece una fantasía hasta que se levanta y da media vuelta para mirarme. Está confuso, tanto como yo, pero aun así los dos corremos hacia el mismo lado y nos abrazamos. Me da igual que sea mentira. Lo único que he querido todos años es eso y, si me dejan tenerlo por fin aunque solo sea durante un par de minutos, lo aceptaré.

Me aferro a su camiseta del pijama con la misma fuerza que él se aferra a mi traje. Ninguno de los dos respira. A ninguno de los dos nos late el corazón. Lo único que sé es que estamos temblando y que no queremos separarnos. Pero lo hacemos.

Sus manos ásperas me toman de las mejillas y sus ojos cansados me recorren de arriba abajo una y otra vez antes de quedarse fijos en los míos.

—¿Eres tú de verdad?

Asiento despacio. Las lágrimas se agolpan en mis ojos y me los froto rápidamente para borrarlas. Estoy en el cielo.

He muerto a manos de un ángel y he subido al cielo.

No sé si hacer que me encontrara con mi padre es algo que ellos tenían planeado. Si lo es, probablemente debería temer e incluso sospechar del hombre que tengo delante, pero parece tan sorprendido de verme allí que dudo que él tenga algo que ver. Al menos voluntariamente.

Lo tomo de las muñecas y hago que me suelte para poder entrelazar nuestras manos. Aprieta con fuerza y sacude la cabeza.

—¿Qué haces aquí? —pregunta, arrugando el poblado entrecejo.

—Es una historia muy larga —murmuro.

Él es quien me suelta a mí ahora. Me limpia las lágrimas que se me han escapado y me sonríe. Contengo la necesidad de volver a abrazarlo.

—Al menos cuéntame por qué eres rubio.

—Porque me gusta —digo sin más—. Tú... ¿siempre estás aquí? ¿Es algo así como el lugar en el que estás pasando toda la eternidad? Nuestra casa en Mokpo.

—Sí. Desperté aquí hace... bueno, no recuerdo cuánto tiempo, y aquí me he quedado.

—¿Y no has intentado salir?

Miro el vestíbulo por encima de mi hombro. Está tan cerca que todavía puedo oler la peste a ajo de la comida de nuestra vecina.

—No quiero salir, cariño. Aquí tengo todo lo que necesito —me señala la televisión—. Son mis recuerdos más felices.

Hugs with the Devil [EunHae +18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora