25. Piccolino

12K 1.4K 1.4K
                                    

Marcus Alejandro se encontraba mirando el pacífico y oscuro bosque cuando notó una mano sobre su hombro. Era ese rubio sin perspectiva de futuro que, gracias a su futuro suegro, se había convertido en su compañero de vigilancia. Lo miró de reojo sin dedicarle una sola palabra.

—Lamento lo de ayer —pronunció la voz grave de Julio mientras el rubio se colocaba a su lado.

—¿Te arrepientes de lo que me dijiste? —lo miró por fin.

Julio se sentó sobre una alta roca, apoyo la espada entre sus piernas y dirigió sus ojos claros al frente tal y como él había estado haciéndolo segundos atrás.

—No, lamento haberte hecho llorar. Hay demasiadas personas en el mundo como para pensar que todos los hombres son guerreros implacables.

—¿Así que me pides perdón pero luego vuelves a insultarme?

—No ha sido un insulto —Julio lo miró con extrañeza.

Los labios de Marcus Alejandro se curvaron hacia arriba con diversión. Al contrario que él, el rubio no se comunicaba con los demás más que cuando era necesario, comía solo y desaparecía en los ratos libres. Nadie sabía nada de su vida antes de aquello, solo el general Claudio tenía la obligación de conocer a sus soldados. ¿Acaso Julio había estado solo toda su vida?

Se sentó a su lado, imitó la posición con su propia espada y suspiró.

—No sería el primero en morir. Pienso luchar hasta perder mi último aliento para volver a casa con Claudia.

Hubo un largo silencio entre ellos después de aquello. Solo los animales que rondaban el campamento, los ronquidos de algunos hombres y las voces de los que vigilaban otras áreas se escuchaban a su alrededor. Se mantuvieron mirando al frente durante horas, simplemente respirando, simplemente pensando.

Cuando se cansó de estar sentado, Marcus Alejandro se puso en pie y empezó a caminar. Julio le siguió poco después.

—Van a ser unas noches muy largas —le oyó mascullar.

Estaba completamente de acuerdo.

Y no se equivocaron demasiado. Noche tras noche, se veían en el mismo sitio. Se saludaban, se quedaban mirando hacia el bosque y se despedían cuando llegaba el relevo, aunque seguían durmiendo uno al lado del otro. Esto último era irrelevante para ambos. Marcus Alejandro solo podía pensar en volver a abrazar el cuerpo de su prometida. Julio solía tumbarse boca abajo e ignorar todo lo que no fueran ordenes de sus superiores.

No fue hasta pasadas un par de semanas, mientras paseaban cada uno en una punta del área, que oyeron un ruido. Se juntaron rápidamente, con las espadas listas y los ceños fruncidos.

—¿Pasos?

—No oigo ninguno. ¿Y tú?

—Tampoco.

Los dos cogieron aire. Los dos avanzaron hacia la valla. Los dos esperaban encontrarse con un soldado enemigo al que abatir y, sin embargo, solo se toparon con un pequeño conejo que salió corriendo en cuanto les vio y desapareció después en la oscuridad.

Julio resopló, sentándose en la piedra mientras él se echaba a reír.

—Vamos a defender a nuestro pueblo de un malvado conejo, ¿eh? Seguro que nos lo agradecen.

—Qué gracioso —dijo con sarcasmo.

Marcus Alejandro ignoró su tono. Comenzó a caminar delante de él, blandiendo la espada contra el aire con la risa atascada en las mejillas. No podía dejar de pensarlo. Se debían de haber visto tan ridículos.

Hugs with the Devil [EunHae +18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora