38. "Hay trato"

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El día que Claudia dio a luz, todos los soldados descubrieron que había estado escondida durante meses, pero ninguno tuvo el valor suficiente para enfrentarse al general Claudio y a la extraña decisión que éste había tomado. Así pues, todos se volcaron de alguna manera en ayudarla con el parto. Aunque la chica insistía en que no le dolía, sus ojos aguados y sus gritos indicaban lo contrario.

Julio tuvo que salir de la habitación para vomitar en el mismo momento que el bebé apareció. El recién nacido lloraba con tanta fuerza que podía oírlo incluso desde la otra punta del campamento. Los nervios le comían el estómago, le aprisionaban el pecho y le impedían ponerse en pie.

Había tenido la esperanza de que ese día no llegara nunca.

Apoyó la sien en el césped, consumido por las arcadas y las lágrimas involuntarias que mojaban sus mejillas. Se dejó caer lentamente en posición fetal. Había aprendido varias cosas en aquellos largos meses. Una de ellas era que quería a Marcus Alejandro como al hermano que nunca había tenido y a Claudia como la hermana que nunca había imaginado. Quererlos tanto significaba ser feliz cuando ellos eran felices, reír cuando ellos reían y llorar cuando ellos lloraban. Abrazarse a ellos cuando Claudia se encontraba mal, lanzar piedras en el lago bajo las luciérnagas del cielo y quedarse dormido mientras el sol se ponía frente a sus ojos cerrados. Contarles sus sueños sobre ese ángel de pelo dorado e imaginar una vida perfecta en la que los tres y el bebé vestían túnicas del blanco más puro que pudiera existir en toda la República.

Pero esto eran solo habladurías, pues en el momento más feliz de la vida de sus hermanos, él había salido huyendo. ¿Cómo iba a ser un héroe de guerra si actuaba de esa manera frente al nacimiento de un bebé?

Apretó la mandíbula, aguantando las ganas de llorar. No pensaba dejar que el miedo lo dominara. Aunque estaba tan asustado...

—El amor es duro, ¿verdad? Con lo fácil que era todo cuando solo te preocupabas de ti.

La voz de una mujer lo sorprendió. Miró a su alrededor desde el suelo, pero no encontró a nadie y se obligó a ponerse en pie entre pequeños balanceos. Todavía estaba intentando mantener el equilibrio cuando sintió una caricia en el hombro desnudo. Se giró de un salto, mareándose al instante. Notó un leve golpe en su pecho y cayó sentado en el mismo lugar donde había yacido minutos atrás.

Pero entonces sí la vio. Era una mujer preciosa. Alta y delgada, vestida únicamente con una túnica negra y un turbante del mismo color, ambos contrastando con su pelo rojizo recogido en un moño y su tez blanquecina. Sus gruesos labios se curvaron en una media sonrisa y uno de sus pies descalzos se estiró hasta que el dedo gordo rozó la barbilla de Julio.

Éste intentó ponerse en pie de nuevo, pero era incapaz de moverse.

—Es-está prohibida la entrada —pronunció con dificultad. Casi no sentía la lengua.

La mujer se echó a reír con ganas. Luego se agachó delante de él y enredó un rizo rubio en su dedo índice. Julio solo pudo clavar las uñas en el suelo.

—¿Sabes qué va a pasar ahora, cariño? Van a morir y tú estarás ahí para verlo —bajó la caricia por su mejilla hasta llegar a su barbilla y le alzó la cabeza—. Los verás morir, a los tres, pero no podrás hacer nada al respecto. Mírame. Sabes que es verdad. Y también sabes que solo hay una forma de impedirlo.

Julio cerró los ojos. Tenía la garganta seca, el corazón había empezado a latirle con más rapidez que nunca y le dolía el estómago. No quería saber de qué hablaba esa mujer. No quería saber ni quién era ni cómo había entrado ni por qué conocía tanto sobre él. Solo quería que desapareciera y volver a la habitación junto a Marcus Alejandro.

Hugs with the Devil [EunHae +18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora