73. En casa

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Atravieso Seúl sobre mis pies desnudos. No sé cuántas horas tardo en llegar a una calle que reconozco. Tal vez solo haya tardado unos minutos. Estoy muy confuso ahora mismo, además de muy cansado. Quiero comer, beber, dormir, lavarme y mirarme en un espejo para saber cómo luzco; no en ese orden. Tal vez incluso me afeite. No estoy seguro de ello. Presentarme con este aspecto delante de mis seres queridos acabará mal, pero ¿acabaría bien si apareciera con otro aspecto? Soy prácticamente un zombie.

Estoy tan hambriento como uno.

Al ser el día y la hora que es, nadie me presta atención cuando paso descalzo, en traje y lleno de tierra mojada por delante de sus narices. Un chico borracho incluso se acerca a chocarme los cinco, pero me quedo mirándolo fijamente mientras su intensa peste a alcohol llena mis fosas nasales. Se mantiene con la mano levantada un rato, hasta que se da cuenta de que no voy a hacer lo que quiere que haga.

—¿Y a ti qué te pasa? —me gruñe antes de volver con sus amigos.

Los miró a todos desde la distancia. Luego me vuelvo hacia la carretera y continúo mi camino. En cualquier otra circunstancia puede que les hubiera pedido ayuda, pero dudo mucho que puedan hacer algo más que ofrecerme alcohol. A mi estómago vacío no le sentiría nada bien. Me lo presiono con una mano durante el resto del trayecto.

Tengo la sensación de que me pierdo varias veces. Cuanto más avanzo, más vueltas me da la cabeza. Por momentos creo que voy a desmayarme y a despertar de nuevo en el cielo, pero no sucede. Cuando po fin logro distinguir la puerta cerrada del restaurante en el que trabajo... trabajaba, mi corazón se agita, haciendo que me duela el pecho. Acelero el paso sobre el durísimo y sucio pavimento.

Está cerrado, como era obvio. En el cristal hay dos carteles, el que te avisa de que tienen instalado un sistema de seguridad carísimo y el que te avisa de que no abrirán hasta septiembre. Me pregunto por qué no han bajado la persiana metálica y pego mi rostro a la puerta. Tal vez haya alguien dentro. ¿Me reconocerá mi jefa si le pido algo de comer o me echará creyendo que soy un vagabundo? Creyendo no. Lo soy. Es muy posible que Heechul se haya mudado, así que ya no tengo techo bajo el que dormir ni trabajo con el que ganar dinero para comprar comida.

Mi estómago gruñe. Lo abrazo para tranquilizarlo y retrocedo, dándome cuenta en el proceso de que puedo ver mi reflejo en el cristal gracias a la luz de la farola que tengo detrás. No estoy tan delgado como esperaba, aunque he perdido mucha masa muscular y se me nota en la cara. El tinte rubio me llega por la mandíbula y la barba es poco más que una sombra, aunque la siento como la de un vikingo.

Me froto los ojos con las manos y me largo de allí. Tengo que encontrar a Heechul.

Hyukjae vendrá en cuanto note que mi alma ha vuelto a la vida.

O eso espero.

Tomo el mismo camino que tomaría con el coche porque es el único que me sé de memoria ahora mismo. Esto hace que inevitable recuerde a mi precioso coche con los cristales recién puestos aparcado frente a la puerta de la iglesia. Me gustaría volver a conducirlo pronto. Espero que no se hayan deshecho de él. ¡Todavía estoy pagándolo! Bueno, estaba. ¿Cómo se supone que voy a acostumbrarme a hablar en pasado?

¿Cómo se supone que voy a asumir este viaje en el tiempo? Si tan solo pudiera regresar a abril de hace tres años, evitaría lo de Yoona. Si no hubiera ido a su funeral, no me habrían matado, ¿verdad? Y tampoco habrían muerto Uriel o los especialistas.

El problema es que no hay ninguna máquina del tiempo. Solo una gran diferencia en cómo pasa el tiempo en el cielo y cómo pasa en el mundo humano. Debería haberme bebido la sangre de Astaroth en cuánto he salido de hablar con papá. Tal vez así solo habrían pasado unos meses.

Hugs with the Devil [EunHae +18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora