34. Sí, maestro

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•Hoy he subido también el capítulo 33, así que no te olvides de leerlo antes de empezar este. ¡Gracias! •

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Era ya tarde cuando Astaroth se sentó sobre el césped con su cuerpo flaco y esmirriado encogido, con el pelo largo cubriéndole parte de la cara. Sus ojos negros sabían exactamente dónde estaba enterrado el hombre que buscaba, aunque en su cabeza no tuviera muchos recuerdos sobre él. Sabía que era Julio, su antiguo yo, un fuerte joven de pelo rubio, quien lo había colocado allí para que nadie fuera capaz de profanar su tumba, pero desconocía la razón de su preocupación.

Desconocía con gran intensidad por qué la historia de aquella pareja lo había llevado hasta allí y por qué no podía quitarse esa canción de la cabeza.

Desconocía por qué hizo lo que hizo después. Pero se sintió tremendamente satisfecho al ver cómo una flor crecía sobre la tumba. Una flor preciosa. Una flor tan inmortal como el mismo Astaroth.

Aquella noche se acurrucó junto al gladiolo, se cubrió con las alas negras y fingió dormir hasta que salió el sol.

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Después de la triste historia sobre Bella, ciao, me cuenta otras anécdotas que me hacen reír. No le cuesta mucho sacarme unas cuantas carcajadas, básicamente porque llevo cuatro copas de vino y estoy mareado por el alcohol. Tengo que mojarme la cara con agua helada después de recoger la mesa para no actuar como un idiota ebrio durante lo que queda de noche.

Me mojo también el pelo, echándome el flequillo hacia atrás, y la nuca y el cuello. El aire helado que entra por la ventana me ayuda en la tarea. Pero los brazos que me rodean desde la espalda ejercen en mí el efecto contrario. Me mordisquea la oreja, provocando cosquillas por todo mi cuerpo, pero sobre todo en la zona entre mis piernas. Me muerdo el labio y echo la cadera hacia atrás, consiguiendo que su dureza se pegue lascivamente a mi trasero.

—Hyuk —suspiro.

Empieza a fingir embestidas suaves, a la par que me desabrocha lentamente la camisa desde el botón de abajo y me besa la mandíbula. Entorno los ojos, ido. Sé que llevo horas resistiéndome para poder hacerlo con la nata que hay en la nevera, pero ahora mismo no me siento capaz ni de moverme. Solo quiero que me lo haga ya, aquí, contra la encimera si es necesario.

Por eso mismo ladeo la cabeza, dejando mi cuello a su disposición. Como no sé qué hacer con mis manos, me limito a estirar los brazos y las apoyo en la encimera.

—¿Tantas ganas tienes de que te folle, muñequito?

Termina de abrirme la camisa y baja una mano hasta mis pantalones, que desabrocha también antes de colar los dedos bajo mi ropa interior. Mi gemido es toda la respuesta que necesita. El primero de todos los que le siguen. Gemidos que no oculto ni contengo. Me quejo cada vez que roza las marcas de sus colmillos al besarme, pero lo contrasto con los soniditos de placer que se me escapan ante el movimiento de su mano alrededor de mi miembro. Su mano, grande. Sus dedos, largos. Y él, que hace la fuerza necesaria para que me retuerza sin parar.

Pero, de pronto, me suelta. Me toma las muñecas obligándome a soltar la encimera y me hace echar los brazos hacia atrás. Con esto consigue que le resulte más fácil y rápido quitarme la camisa, que luego lanza al suelo. E inmediatamente después se hace con el borde de mis pantalones y tira de él hacia abajo. Me coge el tobillo izquierdo y luego el derecho, ayudándome a quitármelos, y los tira con la camisa.

Me muerdo el labio, ahora más avergonzado que excitado por lo que acaba de hacer.

Y entonces me quita los bóxer de un tirón y vuelvo a la razón original de mi calor.

Hugs with the Devil [EunHae +18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora