8.

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- ¡Lucía!

Oí a lo lejos. Me giré y no encontraba a nadie entre tanta oscuridad. De nuevo, oí mi nombre, esta vez más cerca. Miré a todos lados y al volver a girarme, me encontraba rodeada de fuego.

Poco a poco el calor aumentaba y se hacía difícil respirar, pero no por el humo, sino por el ataque de ansiedad que estaba teniendo al verme rodeada de todas esas llamas que no se apagaban y se acercaban cada vez más y empezaban a quemarme.

- ¡Ayuda!- grité como último recurso.

Pero nadie respondía. Me agaché y abracé a mis piernas, escondiendo mi cara en ellas.  A mi espalda ya le había empezado a tocar el fuego y aguanté el dolor apretando mi mandíbula.

- ¿Por qué me dejaste así, solo? Yo pensaba que era para siempre...que me querías, pero me dejaste por el primer pibe que pasó. Vos, vos fuiste la culpable de todo y yo...yo un simple peón en tu juego diabólico.

Oía justo delante de mí, pero no podía ver quien era porque me era imposible destapar mi cara, que era la representación de mi dolor. Y, además, no podía saber de quien era la voz, parecía distorsionada.

De repente, dejé de sentir el calor para sentir frío, que desapareció el suelo y que me faltaba el aire. Abrí mis ojos y me encontraba bajo el agua, casi sin aire y lejos de la superficie. Comencé a nadar lo más rápido que podía, pero no me movía de donde estaba. La angustia se hizo dueña de mi cuerpo y perdí el poco aire que me quedaba mientras veía como me alejaba de la superficie. Pero lo peor estaba por llegar, cuando sentí a alguien agarrarme de los tobillos y tirar de mí hacia abajo.

- ¡Lucía!

Mis pulmones se vaciaron y ya no pude hacer nada más que cerrar los ojos, dejando de sentir ese agarre en los tobillos para notar como, débilmente, alguien tiraba de mí ahora hacia arriba.

Y abrí los ojos, sentándome rápidamente en mi cama mientras buscaba el aire que me faltaba. Rápidamente encendí la luz y miré a todos lados de mi habitación. Poco a poco, me fui calmando hasta respirar mejor y estar más tranquila al saber que todo fue una pesadilla.

- ¡Lucía! ¡Lucía!- miré hacia la ventana confundida, ¿No fue una pesadilla?

Me levanté y arrastré mis pies hasta donde se oían las voces, asomándome a ver quien era. Me encontré con un Mateo con pinta de ebrio a las seis de la mañana gritándome. La remera le sobresalía de los pantalones negros que llevaba y su zapatos estaban desatados, además de todo el pelo revuelto y un par de botellas de cristal de lo que parecía alcohol en el suelo.

- Mateo, ¿Qué haacés acá?

- Dale, vení de fiesta conmigo.

- Shh, callate, está la gente durmiendo.

- ¿Y qué? Vos no.- sonrió y suspiré.- Dale, bajá.

- Quiero dormir.

- ¡Lucía, amor de mi vida, bajá a ver a tu otro amor de tu vida!

- ¿Otro amor de...Mateo, estás en pedo?

- No, no...bueno sí.

- Dale, andá a dormir.

- No quiero, te quiero a vos.

Resoplé y cerré la ventana. Busqué mis zapatillas de andar por casa y bajé hasta la puerta para salir fuera y encontrarme con él.

- Mateo, volvé a tu casa y dormí, ¿Sí?

- No quiero.

- Pero yo sí.

- No sos mi vieja, ¿Vale?

- Lo sé, sé que no lo soy, Mateo.- suspiré y apoyé mis manos a los costados.- ¿Con quién fuiste de joda que te dejó solo y se fue?

- Dejá de romperme las bolas, Lucía, fui con mis amigo, nada más.

- Dale, vamos a casa.- me acerqué a él pero e alejó.- Mateo.

- ¡No sos mi madre!

- Lo sé.

- ¡Y no debo obedecerte!, porque...porque no sos mi vieja y ella es la única que puede darme órdenes!

- Mateo...

- Y así será porque mi vieja ya no está acá para decirme si debo o no emborracharme ni si debo ir mañana a limpiar el coche, ¡Porque mi vieja está muerta!

Durante toda esa frase sus ojos se aguaron y contuvo el llanto, pero mientras decía lo último su voz se rompió, las lágrimas fueron incontrolables y sus piernas se debilitaron. Solía tener estos ataques y solía repetir siempre eso, que sus viejos ya no estaban para él. Cuando lo conocí pensé que lo tenía superado, pero durante nuestras vacaciones en Europa tuvo varios ataques de pánico durante las noches, después de tener pesadillas sobre todo lo que le ocurrió.

Me acerqué a él corriendo y le abracé aunque estuviera en el suelo frío por la noche. Poco a poco, mientras lloraba en mi hombro y se aferraba a mi pijama, fue recuperándose hasta poder levantarse y dejarme llevarle a mi casa, ya que siempre se encontraba mejor acompañado que solo.

Ya en mi habitación se quitó la remera y los pantalones y se acostó a mi lado, abrazándome y sollozando en mi pecho hasta dormirse mientra le acariciaba el pelo con una mano y con la otra le hacía pequeños círculos en su hombro desnudo.

Él me necesitaba tanto como yo a él y eso sólo lo sabemos nosotros dos. Todos afuera piensan que yo soy la débil de esta relación, la que más ha sufrido antes de conocerle por Mauro. Pero, cuando nos quedamos solos, cuando el sol desaparece, acá yo soy la fuerte y él es el que suele pedirme ayuda entre sollozos para dormir mejor.


No Me Llores (Duki)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora