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Desperté sin él cerca. Me giré en la cama para encontrarme completamente sola.
Suspiré y me senté frotando mi cara con mis manos a la vez. Busqué mi teléfono en la mesilla y miré la hora.
Era demasiado temprano para que se levantara. Suspiré de nuevo y lo volví a dejar para después levantarme y caminar hacia fuera.
Aún me quedaba una hora para laburar, pero no tenía sueño. Aún despertándome, le buscaba con la mirada por la casa y agudizaba mis oídos por si escuchaba algún ruido que me demostrase que estaba acá. Pero no, no había nadie conmigo en aquella casa.
Fui a la cocina y sin ganas me hice un simple desayuno con lo que había, apartando las botellas de alcohol de la encimera.
Me fui con el desayuno al sofá y en silencio comí sin nada en mi cabeza después de tanto tiempo. Aunque pensar en eso me hizo volver a ahogarme en todas las opiniones y dudas que tenía.
¿Debería oír lo que me decían los mellizos y Mateo o olvidarme de todo y seguir lo que mis viejos querían? Sí, no sabía de ellos desde el hospital y por lo tanto no sabía su opinión, pero no hacía falta, sabía que decirles simplemente la razón por la que Mateo y yo terminamos causaría una crisis familiar como las del pasado.
No podía desmentir que pensar en volver con Mauro no me causaba una mezcla de curiosidad e ilusión, al final al cabo era Mauro, no otro pibe. Pero también me daba miedo, porque siempre salía mal y por mucho que lo intentábamos no hacíamos más que hacernos daños.
Por mi cabeza, por mucho que intentara evitarlo, siempre pasaban las escenas de las dos últimas discusiones. Aunque la primera vez no hubo una discusión en sí, simplemente se dejó y ya, porque me engañó, pero la segunda fue la más dolorosa de todas. Por suerte estaba Mateo cerca para ayudarme a superarlo.
¿Y Mateo? ¿Tan rápido me voy a olvidar de alguien que aún me hacía daño? Por dios, hay noches que sueño con él y en todos me abandona. Se me hacía tan raro el pensar que no se cumplirían nuestros planes de futuro.
Cuando me di cuenta, ya había terminado de comer y había pasado demasiado tiempo pensando en todo. En lo de siempre.
Me levanté del sofá y fui a cambiarme arriba. Parecía que Mauro nunca estuvo acá porque no había nada suyo de por medio, ni siquiera sus zapatillas de siempre.
Bajé ya con todo y fui a esperar el colectivo para ir a laburar como todas las mañanas desde mi "recuperación".
No me había dado cuenta hasta entonces que hace una semana estaba encerrada en mi cama, llorando a oscuras por un pibe y todo lo que tenía que ver con él. Por el mismo pibe que me aconsejó estar con el que le engañé.
¿Qué?
Siempre había entendido a Mateo, pero aún no sé porque hizo eso. Llegué, ignoré lo que me pasaba y saludé a todos con una sonrisa mientras me sentaba y comenzaba a hacer lo de siempre.
Era aburrido, hoy más que nunca. Aunque sabía que estaba bien, me preguntaba porque se había levantado tan temprano y la única respuesta que le daba era que no quería verme.
Genial, se enfadó por una pelotudez. Si él hubiera visto a una ex suya no me lo diría, no tenía por qué hacerlo yo.
Comí sola y el resto del día lo pasé igual, chateando mientras podía con Tomás. Con Martina aún no, porque sabía que estaba bien gracias a Mauro. Pero mis otros amigos no los veía desde hace una semana, así que necesitaba hablar más con ellos.
Terminó el día y llamé a un taxi para volver. Las luces de la casa estaban apagadas, aún no había vuelto o a lo mejor lo hizo y se volvió a ir. Posiblemente estaría en casa de alguno de su crew de fiesta.
Cené sola, pidiendo algo a domicilio por no ponerme a cocinar de lo cansada que estaba.
Dejé todo, me puse una película y la vi mientras comía. Sola y con las luces apagadas.
Aunque llevaba días acá, era una casa nueva y estar sola y a oscuras siempre me producía miedo y más cuando no era mí casa.
Así que, por no andar con miedo toda la noche, cuando terminó la película puse música y la tuve de fondo mientras me metía en la cama hasta que apagué la luz de la habitación para dormir. Sola.
Dormí tan sólo media hora o eso era lo que decía la hora de mi teléfono cuando lo miré asustada por oír un ruido abajo. Estaba sola, no había nadie para hacer ese ruido.
Era estúpido, pero me tapé hasta arriba hasta que oí a alguien toser. Entonces, aunque mi cabeza me decía que Mauro había vuelto, una parte de mí pensó que alguien se coló y lo siguiente que hice fue levantarme para esconderme detrás de la puerta. No podía ser más estúpida.
Oí alguien pasearse por la casa hasta ir al baño. Allá le oí vomitar y entonces me relajé. Si alguien venía a robar, no vomitaría.
Salí despacio a asomarme por la puerta mientras la luz del baño iluminaba el pasillo. Mauro estaba apoyado en el marco de la puerta, con su mano en su boca y en general mal aspecto.
- Mauro...- susurré para que me viera la silueta, asomándome por la puerta y viéndole con cuidado.
- Lucía.
Sonrió y se acercó tambaleando un poco, aunque su cara parecía haber cambiado. Cuando llegó a la puerta, la abrí más y él sonrió como un bobo antes de abrazarme.
Olía a alcohol, mucho. Le agarré como pude, ya que más que un abrazo se estaba dejando caer conmigo y si no lo aguantaba caeríamos al suelo.
- Mauro.
- Perdón, bebí un poco.- se apartó y sonrió, aún con sus manos en mis brazos.
- ¿Un poco?
- Sí, bueno, un poco mucho, pero tranqui, estoy bien.
- No lo dudo, pero...
- Ya, déjate de preocupar por mí.
- Yo...
- Ya me dijiste que no lo hacías, ¿Recordás? Seguí durmiendo que yo no molesto.
- Mauro.
- Yo me voy al sofá a drogarme y ya fue, todo bien, wacha.
- Mauro.
- ¿Qué?
- Callate.
Dije antes de forzarle a sentarse en la cama. Mirándome con sus ojos brillosos y su sonrisa de borracho intenté no expresar la ternura que me daba por muy bobo que pareciera.
- Me dijiste que no te preocupabas por mí.
- ¿Cuándo?
- En tu casa, cuando fui a verte de noche.
- ¿Fuiste a verme? Pensé que...
- No podía dormir y lo único que pensaba era en que vos eras experta en eso y no sólo por el sexo sino por...
- Mauro.
- Me dijiste que no te importaba que me drogase porque yo no...
- No lo dije en serio, ¿Sí? No lo pensé.
- ¿En serio?
- Obvio, idiota.- sonreí levemente y me agaché para estar a su altura. Hasta ese entonces no me había dado cuenta que nuestras manos estaban agarradas y ahora mismo encima de sus rodillas.- Yo me preocupo por vos, sino te hubiera dejado y no hubiera dicho tú nombre.
- Pero...
- Pero nada, Mauro, dejá de decir boludeces.
- Pensé que no, por eso tampoco me contaste que te había pasado.
- Porque no quería decirlo, no porque eras vos.
- ¿Segura? Porque a mí me pareció que no querías decírmelo a mí.
- Mauro, no quería decírselo a nadie porque no sabía cómo.
- Pero luego me dejaste de hablar.
- Porque vos lo hiciste.
- ¿Te das cuenta que parecemos dos pibitos?- preguntó sonriendo y yo hice lo mismo.
- Siempre lo fuimos.
Apretó nuestras manos y le miré fijamente a los ojos que se iluminaban por si solos y por la luz del baño que se quedó encendida. Parecía que me había hipnotizado por ese misterio que su cara me dejaba ver, mitad oscura, mitad un poco iluminada.
Parecía que le definía.
Sin darme cuenta, ensimismada en sus ojos, acabé cerca de ellos como si me hubieran atraído como el imán al metal o la música a la serpiente.
Me miraba atento, sin ninguna expresión más que su sonrisa producida por el alcohol. Su cuerpo estaba relajado, lo sabía por qué podía notar su lenta respiración chocar con la mía, acelerada por tenerle tan cerca y no saber reaccionar.
¿Que me decía mi cuerpo? Una parte deseaba alejarse y correr como una tarada por todo Buenos Aires. Otra parte quería quedarse allá durante días, con él en la habitación sin necesidad de más.
Sus manos apretaban con fuerza las mías como si me fuera a soltar cuando en realidad el tacto de estas era lo único que me relajaba en aquel momento.
Cuando sus ojos rompieron la tensión bajando su mirada a mis labios mi cuerpo se debilitó y se rindió ante él, sintiendo como todo mi interior se derretía ante eso.
Una última sonrisa por su parte y sus labios tocaron los míos con la misma desesperación que con la que yo los acepté y seguí el beso.
Sus manos me soltaron para subir a mí cara y agarrarla por los lados mientras que yo ponía las mías en sus rodillas, apoyándome en ellas.
¿Quién lo diría?

No Me Llores (Duki)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora