58.

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Mateo estaba delante de mí, entre la oscuridad de la noche, apoyado en su coche mientras fumaba. ¿Fumaba?
Me acerqué a él y cuanto más me acercaba, más parecía cambiar de aspecto, como si toda la oscuridad de la calle le tiñera el pelo de negro. A punto de llegar a él, levantó la mirada del suelo y fijó sus ojos en mí, tirando el cigarro al suelo.
Iba a abrazarle, no parecía molesto, aunque en realidad no tenía ninguna expresión. Pero, cuando ya estaba abriendo mis brazos, él se metió en su auto y arrancó.
Me dirigió una última mirada y delante de mí, sin esperar a que saliera de allá, aceleró sin que le importe atropellarme.
El coche estaba cerca, demasiado cerca, fugaz y casi invisible al ser de pintura negra. Y de repente, cuando la chapa del auto tocó mis piernas, mis ojos se abrieron y a la vez mi boca, buscando aire.
Sentí peso arriba de mí, no mucho pero me inmovilizaba cuando yo intentaba girarme recién despierta de aquella pesadilla.
Oí un gruñido detrás de mí y allá fue cuando paré y me intenté relajar. Estaba durmiendo con alguien porque...porque estaba viviendo en casa de Mauro. Con la pesadilla se me olvidó.
Me relajé y poco a poco mi cuerpo ya no estaba tan tenso como al principio.  Volví a sentir su respiración en mi cuello y al mirar abajo me encontré con su brazo abrazándome. Sonreí mirando sus tatuajes y puse mi brazo arriba del suyo para agarrar su mano.
Enrredé mis dedos en los suyos, él seguía dormido. Levanté un poco el brazo y me giré poco a poco antes de soltarle y dejar su brazo otra vez en mi cintura.
Estaba a pocos centímetros de él, casi se tocaban nuestras frentes. Dormía con la boca abierta y se sentía bien tenerle tan cerca.
En un momento, su brazo apretó el abrazo hasta pegarnos más y yo puse mi pierna sobre la suya, dejando mis manos en su pecho.
Volví a dormirme después de aquello, está vez sin pesadillas, tan sólo sintiendo como alguien al que le importaba me abrazaba y me tranquilizaba sin saberlo. Era como si todos mis problemas se anularan cuando le veía.
Cuando mis ojos se volvieron a abrir, está vez más despacio y tomándose su tiempo para acostumbrarse a la poca luz que pasaba por la ventana, seguíamos igual, él durmiendo plácidamente delante de mí y abrazándome como si quisiera irme de su lado y él lo evitaba.
Aún así, no tenía más sueño y estando así se me hacía imposible levantarme porque tenía demasiada fuerza en el abrazo. Sólo me quedaba despertarle.
Una de mis manos subió desde su pecho hasta su pelo para comenzar a acariciarlo lentamente, susurrando su nombre cerca de él para ver si reaccionaba aunque no le tenía mucha fé porque siempre costaba despertarle.
- Mauro...
Me acerqué más si era posible y subí un poco mi tono de voz, dejando de susurrar. Él cerró la boca, pero no hizo nada más. Sonreí ante tal escena, pero ya comenzaba a tener hambre.
- Mauro.
- Déjame.
- Levántate.
- No quiero.
- Pues deja que me vaya.
- Nunca.
Dijo como si nada para luego seguir durmiendo. Suspiré y la otra mano subió a sus mejillas para presionar con dos de mis dedos, apretando sus labios. Estuve así mientras decía su nombre y él sólo frunció el ceño.
- ¿Y si te tiró del pelo?
- Nos cagamos a piñas.
Reí levemente y él sonrió antes de que volviese a apretar sus mejillas. Chasqueó su lengua y se giró, quedando boca arriba, dejando de abrazarme para poner su brazo en la frente y evitar la luz de la mañana.
Resopló y sonreí, dejándole. Me senté en la cama sin dejar de mirarle, viendo cómo volvía a cerrar los ojos.
- Dale, ya es...
- Te he dejado ir, dejá de romper las bolas, Lucía.
Reí levemente y me levanté de la cama. Fui al salón arrastrando los pies, frotando mi cara con mis manos.
Agarré uno de los cojines del sofá y fui de vuelta a la habitación para tirárselo. Se quitó el brazo y me miró después de que el cojín pasara rozando su cabeza.
- Sos mala hasta para eso.
- Sis mili histi piri isi.
- ¿Te retaste a ser una pelotuda desde primera hora?
- ¿Ti ri...?
- Lucía.
Me miró con cara de bronca, pero yo reí y desaparecí de allá antes de que me devolviera el golpe. Bajé a la cocina y agarré lo primero que encontré para hacerme un desayuno, después fui al baño y allá me recogí el pelo en un desordenado moño antes de volver a desayunar.
Cuando terminé, todo sea por no molestar más a Mauro, me tumbé en el sofá y me olvidé de él para buscar algo bueno que ver.
A los pocos minutos, oí unos pasos bajar por las escaleras e ir a la cocina. Segundos después, vino a donde yo estaba para apartar mis piernas del sofá y sentarse donde estas descansaban, dejando luego que las pusiera encima de las suyas.
- Perdón por lo de antes.
- Una mañana distinta.- dijo sin dejar de mirar el televisor. Le miré y sonreí.
- Y las que te quedan.
Y ahí ya desvió su mirada para mirarme. Lo hacía de una forma extraña, quizás porque estaba recién levantado. No recordaba como era tenerlo así.
No recordaba como era dormir con él sin sexo de por medio, tan sólo abrazados, tan sólo descansando de todo el día. No recordaba tener que despertarle con alguna pelotudez porque sino era imposible. Y por supuesto, no recordaba esa mirada de él, tan pura y simple como a mí me gustaba. Como la que me enamoró.
- Ojalá queden muchas.

No Me Llores (Duki)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora