48.

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Caminaba despacio. Había pasado casi una semana desde aquello y mi aspecto no había hecho más que empeorar.
¿Mi solución a los problemas? Encerrarme en mi habitación y dejar de pensar en Mauro durante varios días, en general, olvidarme de todo.
¿Y ahora qué hacía? Ahora me dirijía a su casa, a hablar con él porque me lo pidió. No sabía si podríamos volver, no sabía si Mateo me vería bien para que nuestra relación siguiera sin ese maldito espacio que lo único que había provocado estos días eran mis náuseas constantes.
Llegué hasta la puerta, agarré todas mis fuerzas y toqué al timbre, intentando relajarme por cada paso que oía. A los segundos, volví a verle y fue como la primera vez que lo hice.
Estaba bien, no como yo, y más tranquilo.
- Hola.
- Hola.
Respondí casi sin fuerzas, todas las había perdido al llamar y ahora las mantenía en mis piernas, que en cualquier momento se dejarían caer.
Me dejó pasar, sin decir nada más. Y yo entré sin mirarle a no ser que fuese de reojo. Después, le seguí hasta su habitación.
Allá se sentó en su silla como solía hacer cuando estábamos juntos acá. Y yo me senté en la cama, aunque siempre me la pasaba tumbada acá en el pasado.
- ¿Qué tal estás?- preguntó mirando por la ventana.
- Bien, ¿Y vos?
- Bien.
Odiaba nuestros silencios, este tipo de silencios. Cuando estábamos juntos, eran distintos. En el pasado no hacía falta hablar para entendernos y ahora parecía que ni así lo conseguíamos.
- ¿Que querías?- me atreví a preguntar.
- Saber como estabas.
- ¿Para eso me...?
- Te echaba de menos.- me interrumpió, haciendo chocar nuestros ojos en un gran desafío que no sabía si iba a estar a la altura.- De verdad.
- Yo también a vos.- me faltaba poco para tirarme a sus brazos.
- Quería hacerme el fuerte, quería abrirte la puerta para gritarte que no hacías más falta y que te podías ir. Pero...
- ¿Pero?
- Pero cuando te miré fue como aquella primera vez, cuando aún estabas con...
- Mateo, por favor.- hablé débil, pero no susurrando, sino suplicando.
- No estás bien, pero aún así me has dicho que sí. Y yo tampoco, pero también te he mentido. Parece que somos los dos unos mentirosos.
- Eso parece.
- ¿Qué tal con él?
- ¿Con quién?
- Con Duki.
Se me hacía extraño oír su nombre así porque para mí siempre fue Mauro. Pero se me hacía más raro que él lo nombrase.
- No hablo con él, tampoco pienso en...
- Pensaba que habíamos dejado las mentiras en la puerta.
- Y así es.
- ¿Así?
- Cuando pierdes lo que quieres, te das cuenta de todo y así es más fácil.
- Así que al final tenía razón.
- ¿En qué?
- Necesitábamos este espacio para estar bien.
- Tenías razón.
Frunció el ceño y apoyó sus codos en sus rodillas sin dejar de mirarme. Su expresión cambiaba de alguien pacífico a alguien completamente confundido
- ¿Cómo que tengo razón?
- Sí, la tenés.
- Pero vos nunca decís eso.
- ¿El qué?
- Que los demás tienen razón.
Recordé por primera vez después de días aquella noche. Recordé a Mauro confesándose y no sabía si era por la droga o el momento, pero realmente aprendí de aquello.
- Alguien me ayudó a ver qué fui una pelotuda en ese sentido.
- Y en muchos más.
- En general, una egoísta.
- Se podría resumir en eso.
- Ya...
Suspiró y bajó por primera vez la mirada. La primera ronda del desafío la gané yo, ahora llegaba la segunda.
- Yo te quiero igual, ¿Sabes?
- ¿Igual que cuando no digo que tenés razón?
- Aunque vos le quieras a él.
- Mateo, no le quiero.
- Pero piensas en él.
- Obvio que pensaba en él, era mi ex y todo fue muy traumático por las dos partes. Pero me di cuenta, encerrada en mi habitación, que nada de eso tenía sentido porque no podía seguir con mi vida, porque no podía tenerte a vos.
- O sea que...
- Que le olvidé, le olvidé de verdad para sólo fijarme en alguien. Para sólo pensar en alguien.
- ¿En Martina?
Fruncí el ceño y por primera vez desde la huída del boliche, le volví a ver sonreír. Rió levemente y suspiró.
- En vos, Mateo, yo te quiero a vos.
- Y yo a vos.
- ¿Entonces que haces allá sentando?
- Esperándote, como siempre.
Sonreí y él volvió a hacer lo mismo, dejando su espalda descansar en el respaldo de la silla. Me deslicé lentamente por la cama, no muy segura porque ya no estaba segura de nada.
Caminé lento, manteniendo mis ojos en los suyos, manteniendo la calma por primera vez.
- ¿Tengo que seguir esperándote, Lucía?
- No, ya no más esperas, Mateo.
Dije antes de apoyar mis manos en sus rodillas, acercándome a él para llegar a tocar nuestras frentes.
Nuestros ojos se clavaron en los del otro como puñales y nos sonreímos como si fuéramos unos masoquistas. Después, volvimos a sentirnos como los viejos tiempos, cuando nos besábamos de verdad.

No Me Llores (Duki)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora