46.

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Les miré mientras reían y me hicieron sonreír. Al final me quedé a comer con ellos, aunque Mauro luego se tenía que ir porque él tenía una vida donde yo no estaba y tenía que seguir grabando sus canción. Así que, mientras intentaba seguir la conversación con su familia, pensaba que iba a hacer.
Si iba a mi casa estaba segura de que me encontraría a Mateo y si voy a la de mis viejos... simplemente no era una opción.
No quería ver a Mateo porque aunque haya pasado una noche desde mi crisis, no estaba segura de poder enfrentarlo sin soltar todo lo que tenía en mi cabeza.
- No sé en que estás pensando pero la cuchara no se va a mover.
Salí de mis pensamientos para girar mi cabeza hacia Mauro, que me sonreía con diversión. Sin darme cuenta había dejado de hablar con ellos y me había quedado mirando fijamente a mí cuchara.
- Una pena, pensaba vender mis talentos ocultos.
- Bueno, tenés otros.
Me volvió a sonreír y rió, tomando la atención de su familia mientras yo le fulminaba con la mirada.
- ¿Qué chiste te contó?
- Eh...
- ¿Vos sabés el de un pe...?
- Mauro, lo sé, lo siento.
Su madre y su hermana rieron viendo cómo se cruzaba de brazos porque no le había dejado terminar el chiste. Lo conocía ya y no estaba mentalmente bien para seguir fingiendo con la gente.
- Bueno, dale, contá vos uno.
- No, me niego rotundamente.
- Dale, Lucía, seguro que es bueno.
- No, no, de verdad, yo no soy graciosa.
- Sólo cuando no lo intentas.
- ¿Qué?- dejé de mirar a Guille, el padre de Mauro, para mirarle a él.
- Que sólo sos graciosa cuando no lo intentas.
- Como lo sabe él eh...
Susurró Candela, mirando su plato mientras su padre comía como si nada y Sandra nos miraba con una sonrisa de madre orgullosa. Ay dios.
Por fin dejaron ese tema de lado y siguieron hablando de sus cosas que sí tenían gracia, no como las mías por mucho que Mauro dijera lo contrario.
Terminamos de comer y ayudé a Sandra a lavar todo mientras Mauro y Candela peleaban por el salón para segundos después reír como si nada.
Después, me quedé hablando con Sandra un rato antes de subir a la habitación de Mauro para buscar la ropa del día anterior.
- Mau...ro.
Abrí la puerta sin pensar, como solía hacer todo en esta vida. Se estaba arreglando para salir, pasando sus manos por su pelo cuando yo entré, tan sólo con un boxer.
- Ni que fuera la primera vez que me ves así.
- Bueno, pero una no se lo espera.
Rió mientras negaba con la cabeza, buscando alguno de sus pantalones. Yo me senté en la cama con mi ropa a mis pies, mirándole mientras me volvía a adentrar en mis pensamientos o más bien recuerdos.
Recuerdos de las tantas veces que le había visto así, vistiéndose para irse o desvistiendose al llegar. Recuerdos de todos esos momentos donde me prestaba algo suyo, alguna prenda suya o cualquier otro accesorio.
- ¿Querés una foto?
- ¿Qué?
- ¿Te pasa algo? Te quedaste mirando la cuchara para ver si la movias y ahora a mí para una foto.
Sonreía colocándose una de sus cadenas de oro como si nada, como si fuese normal tener todo eso.
- Sólo...pensaba.
- Te podés venir eh.
- ¿Qué?
- Que podés venir conmigo si lo que no querés es volver.
- Si te digo la verdad, no sé qué es lo que quiero en general.- él sonrió y miró a todos lados buscando algo.
- Bueno, pues tenés los veinte segundos que tardaré en ir a por mí teléfono al salón para pensarlo.
Buscó en sus pantalones para luego darme una última mirada y comenzar a salir afuera.
- Mauro.
- ¿Qué?- se giró un momento antes de salir de la habitación.
- Perdón pero estaba pensando tanto en mover la cuchara que no me di cuenta de lo que dijiste antes, ¿Cuándo decías que era graciosa?- pregunté y él sonrió.
- Cuando nadie te ve.
- Y si nadie me ve, ¿Por qué lo sabes?
- Porque entre tanta gente yo soy el único que te mira de verdad.
Dijo antes de relamer su labio inferior e irse. No sabía cómo lo hacía, pero sabía decir lo correcto en el mejor momento.
Suspiré mirando mi ropa en el suelo y mi teléfono se encendió. De nuevo, otra llamada de Mateo.
No se merecía esto, no se merecía preocuparse por una piba que en dos días no sabría ni como se llamaba. Miré al suelo para evitar que ver su nombre en aquella pantalla me hiciera llorar en un día que había empezado bien. Me levanté del suelo, tapé la pantalla dándole la vuelta al teléfono y me cambié lo más rápido posible.
Ahora que me veía así, que ya no me importaba ni mi aspecto, no sabía si correr y huir también de Mauro, sin decir nada, tan sólo pasar la puerta de la habitación y segundos después la de la entrada. Tirar el teléfono en el camino a casa y tumbarme en un banco a esperar que el tiempo solucione los problemas que ni yo sé cuáles son.
- ¿Lo pensaste ya?- salí de mis pensamientos y me giré para verle, desviando mi mirada de la ventana.
- No me decidí.
- Entonces tenés dos opciones, ir con él o quedarte acá hasta que vuelva.
- Creo...creo que...
- Yo creo que no podés huir siempre de él, así que alguna vez tendrás que hablarle.
- Pero...
- Te conozco y sé que ahora no querés saber nada, pero dale, Lucía, todo trae consecuencias y sí ya diste un paso ayer dándote cuenta de lo pelotuda que podés llegar a ser, podés cambiar ahora y aceptar las consecuencias que te vengan.
- A veces te prefiero drogado.
- Ayer estaba drogado.
- Ya, por eso mientras te confesabas me decías cosas bonitas, ahora ni eso.
Rió levemente, agarró sus cosas y se fue sin decir nada. Suspiré, miré una vez más mi teléfono y lo agarré para salir de allá.
- ¿Ya se van?- preguntó Sandra, haciendo parar a su hijo para ver si iba detrás de él.
- Sí, ya nos vamos.
- Ah bueno, entonces te espero cuando Mauro vuelva.
- No, no...yo me voy con mi familia ya.- Mauro alzó las cejas, supongo que no se esperaba que al final aceptara mis consecuencias, como él dijo.
- Bueno, entonces otro día te veré.
Me abracé con ella y me despedí gritando para que todos me oyeran, saliendo detrás de Mauro.
- ¿Te llevo a casa?
- Puedo ir sola.
- Tardarás andando.
- Entonces...
Sonreí y él negó con la cabeza, volviendo a pasar su lengua por su labio inferior antes de lanzarme las llaves del auto.
Sonreí aún más y nos cambiamos los sitios para acabar él de copiloto y yo agarrando el volante.
- ¿Es tuyo?
- No, de un amigo, se lo quité ayer y hoy iba a devolvérselo.
- Entonces primero me bajo yo.
Dije ya en la carretera con las ruedas en movimiento. Le miraba de reojo encender su cigarro diario y bajar la ventanilla para, aunque entrase el frío, echar el humo fuera.
Poco a poco nos acercábamos a mi casa, así que antes de llegar decidí frenar por si Mateo estaba allá.
- Como en los viejos tiempos.- habló, soltando a la vez el humo.
- Como en los viejos tiempos.
Nos miramos, nos sonreímos y sin que haga falta decir nada abrimos nuestra puerta y salimos, quedándonos en frente delante del auto.
No sabía que decirle, no sabía que decirme, sólo valían nuestras miradas que no se desviaban ni cuando el humo se cruzaba entre nosotros.
- ¿Nos vemos pronto?
- Nos vemos pronto.
Él sonrió, yo también, y dejé que pasara para subirse al auto. Ya dentro, le volví a sonreír y él mientras apoyaba su cabeza en el respaldo del asiento, soltando una vez más el humo por su boca, mirándome cansado aunque dedicándome una pequeña sonrisa antes de que me fuera.
Ya cerca de mi casa vi su auto allá y me fui preparando mentalmente para verle. Segundos después, mis predicciones se hicieron ciertas y estaba sentado en el pavimento, esperando a que abriera o apareciera por algún lado de la calle.
Nos miramos, le sonreí, él no.

No Me Llores (Duki)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora