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El sol pegaba justo en mi cara, haciéndome olvidar por un momento del frío de este tiempo. Pero, aunque yo intenté dormirme e ignorarlo, mis ojos no aguantaron más y se abrieron poco a poco a causa de la luz.
Cuando mi vista se volvió nítida mis ojos estaban fijos a él. Dormía con la boca abierta, tenía el pelo revuelto,una de mis piernas encima de la suya y una de sus manos bajo la almohada. La otra, en mi cintura.
No pude evitar sonreír recordando las veces que me desperté así como él y como le costaba despertarse sino era a cambio de besos.
No quería alejarme de allá, no quería mirar el teléfono. En general, no quería alejarme de él ahora mismo.
Todo parecía estar bien, él parecía estar bien, yo parecía estar bien. Era como si el mundo se hubiese parado está noche para dejarnos descansar de nuestro alrededor esta mañana. Por lo tanto, quería este momento eterno hasta que se hiciera un agujero en el espacio tiempo.
Por fin me sentía en paz, mirándoles sin querer tirarle mi zapatilla o besarle hasta ahogarme. Simplemente, le miraba sabiendo que era el único que me entendía y estaba conmigo aunque como él me dijo ayer, pensara que tenía la razón. Por primera vez sentía de verdad que alguien me trataba como alguien a quien no tener por las consecuencias y le podías decir todo lo que habías guardado. Sólo él lo había hecho.
Poco a poco, el calor se hacia más presente de lo demás y la habitación se iluminó completamente. Entre los finos mechones que caían en mi cara vi como abría sus ojos para sonreír al darse cuenta quién estaba delante de él.
- Hola.
- Hola.
Respondió con su voz ronca a mí susurro. Me gustaba su voz así, aunque en general él la solía tener grave y eran otras sustancias las que lo acentuaban.
- Deberíamos irnos.
- Deberíamos.
Volvió a sonreír al oír lo que había dicho, posiblemente sintiendo que por primera vez era sincera porque lo estaba siendo conmigo misma desde ayer.
- Lucía.
- ¿Qué?
- Me estás mirando.
- Sí, ¿Y qué?
- Que me estás mirando como siempre quise.
Sonreí al oírle e intenté no sonrojarme como una nena y aguantar sin ninguna expresión en mi rostro. Lastima que la sonrisa siempre delate.
- Mi vieja seguro que te quiere ver.
- Si tenés hambre dilo y ya vamos eh.
Él rió levemente, negó y tapó un poco su cara con la almohada, cerrando unos segundos sus ojos para luego fijarlos en mi otra vez, sonriendo. Parecía tan relajado que me transmitía lo mismo.
No podía evitarlo, creo que en mucho tiempo no habíamos estado así y necesitaba tenerle lo más cerca que podía y no estropeará el momento. Así que, comencé a moverme en el colchón, a acercarme a él bajo su atenta mirada hasta que mi cabeza acabó por debajo de la suya, apoyando su mentón en ella.
Podía sentir como sonreía aunque no le mirase, aunque lo único que sí sentía era como estiraba sus brazos para rodearme con ellos. Mi cabeza, después de tanto lío, se sentía ordenada.
- Lucía.
- ¿Qué?
- Tengo hambre.
Reí levemente, tapando mi cara con su pecho, que se movía por su risa. Separé sólo mi cabeza para mirarle a pocos centímetros. Una corta distancia, unos ojos que subían y bajan su mirada desde ellos a los labios del otro, pero no nos dábamos en lujo de hacerlo. Algo parecía decirnos que era mejor así por ahora.
Sus brazos poco a poco se resbalaban hasta soltarme y mi cuerpo se alejaba a su vez hasta que cada uno estaba separado del otro sin tocarnos.
Pasó sus manos por su cara y yo me giré para sentarme en el filo del colchón, mirando el suelo mientras pensaba en lo de ayer por primera vez desde que desperté. Oí como suspiraba y segundos después estaba a mi lado, sentado y mirando también al suelo.
Carraspeó su garganta y sin mirarme se levantó para pasar un par de veces sus manos por su pelo antes de volver a extenderme la mano para levantarme. Le sonreí y acepté una vez más.
El primero en salir fue él y yo iba detrás, pensando ahora en su familia. Bajamos las escaleras y le seguí hasta la cocina.
- Mau...¡Lucía!
Detrás de él, escondida en su espalda, agarrada a su camiseta como si me fuera a perder, me asomé a mirar a Sandra sonriendo y dejando lo que estaba haciendo para venir corriendo a abrazarme.
- Buen día.- dije antes de que sus brazos me rodearán. Junto a los de Mauro, eran los mejores. Parecía que venía de familia.
- ¿Qué hacés acá?
- Ayer nos encontramos de fiesta y dormí acá, pero sin...
- Que pena que Candela salió temprano, seguro que le hubiera gustado verte.
- Se queda a desayunar, ma.- respondió Mauro por mí, haciendo sonreír más aún a su madre.
- Entonces no digo nada.
Sonrió y miró a su hijo antes de soltar por fin mis hombros, dejando de acariciarlos con la dulzura con la que lo hacía mientras hablaba. Ella siguió cocinando y yo caminaba por la cocina como si fuera la mía porque aunque el recuerdo era lejano, me acordaba de donde estaba todo.
- ¿Cuándo te vas entonces?
- No lo sé.- dije mirando mi desayuno, notando los ojos de Mauro sobre mi.
- Entonces cuento con vos para la comida.
Sonreí levemente y seguí comiendo en silencio. Me gustaba estar acá, me gustaba su familia y para mí eran como de la mía.
No sabía cuándo tenía que irme, tampoco quería hacerlo y por suerte hoy era domingo. Sabía que estarían asustados, sabía que probablemente Mateo le preguntó a mis viejos y estos comenzaron con sus investigaciones y que pronto sabrían de Mauro y yo, aunque sólo sepan que nos saludamos o nos vieron juntos en algún momento.
Así que, prefería mantenerme a salvo acá que salir afuera y explicar que había pasado porque ni yo sabía cómo hacerlo.
- Lucía.
- ¿Qué?- levanté mi mirada y Mauro sonrió mientras su madre reía.
- Mi vieja te pregunto que cómo estaba tu familia.
- Ah, perdón, están bien.
Él negó levemente con la cabeza, ocultando su risa en una sonrisa con sus labios apretados. Terminé de desayunar y sin esperar a Mauro, fui a su salón para dejarme caer y hundir en su sofá.
- ¿Y tu viejo?
- Saldría con mi hermana.
Dijo mirándome al llegar. Apartó mis piernas para sentarse y colocarlas encima de las suyas, me miró, sonrió y se quedó mirando hacia el frente como si nada, ignorando mis ojos sobre él.
De repente, la puerta sonó y al abrirse aparecieron los que faltaban. Primero fueron a saludar a Sandra, sin darse cuenta de nuestra presencia y después a Mauro, sin verme por el respaldo.
- Hola.- me asomé y los dos me miraron sorprendidos.
- ¡Lucía!
Candela vino a abrazarme y reí mientras casi me asfixiaba con su abrazo bajo la mirada de su padre, que nos sonreía.
- ¿Qué tal? ¿Qué hacés acá?
- Vine de visita.
Dije sonriendo y él sonrió más aún antes de asentir e irse con Sandra. Todo esto me recordaba a cuando éramos pareja.
Parecía el principio de nuestra relación.

No Me Llores (Duki)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora