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La luz se pegó a mis ojos hasta hacer mi cabeza doler mientras me despertaba. Resoplé y me giré para evitar que me siguiera dando en la cara.
Volví a relajarme, aunque la cabeza me seguía doliendo y sabía que así no podría volver a dormirme.
Suspiré, rindiéndome. Abrí mis ojos y tardé segundos en acostumbrarme a la luz del día, aunque mi cabeza decidió dolerme aún más.
Me senté en la cama sintiendo como tenía la misma ropa que ayer y todo el maquillaje esparcido por toda mi cara. Pasé mi desordenado pelo hacia atrás con mis manos y me quedé allá sentada, mirando un punto fijo sin pensar en nada.
Hasta que, por suerte, salí de aquello al pestañear rápido. Bajé de la cama lentamente y de la misma forma caminé hacia la cocina, arrastrando mis pies mientras buscaba a Mauro con la mirada.
No había nadie en la casa, estaba completamente sola y no sabía dónde tenía pastillas para el dolor de cabeza. Busqué por todos lados mientras se hacía mi café, lo único que tomaría porque lo demás seguramente lo devolvería.
De nuevo, me rendí y decidí tomarme el café antes de subir arriba y arreglarme para comprar esas pastillas. El dolor se hacía insufrible y por cada paso maldecía salir ayer de joda.
Compré en alguna farmacia cercana la pastilla y volví a la casa, sacando mi teléfono del bolso al sentir como vibraba por una llamada. Quizás era Mauro.
- ¿Sí?
- Decime que vos tenés la misma resaca que yo.- era Tomás.
- No sé, ¿Querés morirte?
- Sí, por favor.- sonreí.
- Entonces sí.
- No vuelvo a beber, lo juro.
- Tomás, lo vas a hacer.
- Pero no rompas las bolas, Lucía, mirá cómo estamos, déjame mentir al menos.
- Dale, podés mentir.- volví a sonreír y levanté mi mirada para ver a Mauro en la puerta de su casa, abriéndola.- Ché, te dejo, luego hablamos.
Tenía pensado entrar de nuevo en su casa porque tenía la llave que me dio cuando viví acá, ya que no sabía a dónde ir con esta resaca. Por suerte, no estaría sola.
- Mauro.
Se giró a mirarme y siguió en silencio abriendo la puerta. Cuando entró, siguió andando sin esperarme.
Resoplé, seguramente estaría enfadado, pero no sabía por qué. Ni siquiera sabía que hacía en su casa y no en la mía.
Entré, cerré la puerta tras de mí y fui a la cocina, donde estaba comenzando a fumarse un cigarro mirando por la ventana.
Yo saqué un vaso y lo llené de agua antes de tomarme la pastilla, sin mirarle y esperando que me hablase.
No dijo nada, tan sólo fumaba, así que me di la vuelta y fui a su habitación para agarrar mis cosas e irme a mi casa ahora que con la pastilla se me iría un poco el dolor de cabeza.
- Lucía.- me giré para verle apoyado en el marco de la puerta.
- Estás enojado, ¿Verdad?
- Te tuve que traer borracha del boliche.
- Nadie te pidió que...
- No, Lucía, se supone que no beberías tanto después de lo que te pasó.
- Ya fue, no lo volveré a hacer más, sólo era ayer.
- Ya, obvio que sí.
- ¿No confías en mí?
- Me dijeron que te vieron con Mateo.
- ¿Mateo?
- Si, fuera del boliche.
- No me acuerdo, sólo recuerdo estar bailando con Cam...
- Como te vas a acordar, si vomitaste hasta en la calle, tarada.
- Dale, no es la primera vez, dejá de romper las bolas, ya soy mayor.- desvié mi mirada de él a mis cosas, no quería discutir teniendo la resaca que tenía.
- ¿Mayor para volver al hospital?
Me volví a girar para verle con los brazos cruzados y una cara de bronca que pocas veces había visto. Suspiré y me senté en la cama.
- No me acuerdo de lo de Mateo, no sé por qué bebí tanto y perdón, ¿Sí?
- No es por mí, Lucía, no me importa tener que acompañarte a casa borracha o bien. Lo único que me importa es que cuando te despiertes nada te haya pasado, ¿Entendés?
- Sí, ya, lo sé, me pasé.
- Demasiado.
- Perdón, ¿Sí?
Chasqueó su lengua y se acercó a mí para sentarse a mi lado, sin hacer nada, tan sólo mirando su cigarro.
- Está bien, no soy tu papá para decirte que tenés que hacer, me gusta que te diviertas pero sólo cuídate, ¿Sí?
Asentí y levantó su mirada para sonreír levemente antes de besarme lentamente, con todo el tiempo del mundo hasta que nos quedamos sin aire.
- Ahora que te tengo no quiero perderte.
Susurró y sonreí mirando sus ojos antes de besarme de vuelta, pero por menos tiempos. Después, se quedó sentando viendo cómo agarraba todo por fin y salía de la habitación.
- Toma, gil.
- Gracias, pelotudo.
Sonreí al verle que me había parado en la puerta de la entrada para darme uno de sus buzos y así no pasar frío.
- Ah y por favor, no vuelvas a emborracharte con una chimba mía, luego la manchas.
Sonrió y me guiñó el ojo mientras yo me colocaba la capucha del buzo. Le saqué la lengua en forma de burla y rió levemente antes de acercarse a mí para abrazarme por la cintura y besarme de vuelta como la otra vez.
- Llámame cuando llegues a casa.
- ¿Tanto me vas a extrañar?
- Siempre que no estás.
Sonreí y asentí antes de besarle, abrazándome también con mis brazos alrededor de su cuello, pasando mis dedos por su pelo mientras él me apretaba más a él con sus brazos, ignorando el frío de la calle que pasaba por la puerta abierta.
- Te quiero, shorty.- susurró cuando nos separamos, aún con las frentes unidas y nuestros ojos mirando los labios del otro. Sonreí al oír aquello.
- Yo también te quiero, pelotudo.
Sonrió y nos separamos lentamente hasta que salí de su casa pensando en lo que dijo.
No podía haber otro momento, no, tenía que ser conmigo de resaca y después de discutir. Así éramos.

No Me Llores (Duki)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora