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Una mano en mi hombro me hizo levantar mi mirada de los papeles que estaba leyendo, aunque llevaba como cinco minutos leyendo la misma línea sin parar.
- Ya se ha pasado la hora, podés ir a casa.
- Ah, ya...
Sonreí confundida a mi jefe y este se fue. No me había dado cuenta de lo rápido que habían pasado las horas mientras leía los documentos para clasificarlos en diferentes carpetas.
Mi cabeza aún seguía allá, en aquel auto, en aquellos ojos y su mirada triste antes de irme.
¿Si le gustó que le dijera aquello? No, a nadie le gustaría que le dijeran que aunque diste todo en una relación aquella persona seguía pensando en la anterior. Pero como siempre, me sonrió e intentó hacerme creer que estaba bien, que aquello no dolió y que si nunca lo hacía, quizás era porque tenía que estar con él.
Sabía que no lo decía en serio, sabía que él no quería eso. Él quería estar conmigo y yo también, pero quizás se rindió y después de lo que le dije fue suficiente para dejarme para siempre y darme su último consejo. Intentar arreglar mi mente antes de volver a una relación y si después de eso sigo viendo a Mauro igual que siempre, tal vez es porque no hay nadie más para mí que él.
Me negaba a aquello. Yo quería a Mauro, obvio, pero todo el amor se disipaba cuando pensabas en las dos últimas veces juntos y como siempre acabábamos igual. No estaba hecha para aquello y si lo estaba, no quería.
Me levanté del asiento y guardé todo antes de irme. Saqué el teléfono mientras caminaba para llamar a un taxi que me llevase a la casa, pero no fue necesario.
- Hola.
- ¿Qué hacés acá?
- Venir a por vos, aunque...
- ¿Qué?
- ¿Podés manejar vos?
Puse los ojos en blanco y él sonrió, apoyado en su auto como si nada. Di la vuelta al coche y subí, sentándome en el asiento a la vez que dejaba mis cosas atrás.
- ¿Qué tal?- preguntó mirándome mientras ponía la llave.
- Bien.
- Pareces...
- Estoy bien.
Dije rápido, pisando lento el acelerador para salir de allá aunque lo último que quería era conducir tal y como tenía la cabeza de dudas.
Él no dijo nada más, sólo miró por la ventanilla y subió el volumen de la radio, lo que al menos ayudó a callar mis pensamientos.
Llegamos y bajamos a la vez. Decidí dejar allá mi maletín porque no tenía ganas de guardar luego todo para mañana hacer lo mismo antes de ir a laburar. Era innecesario.
- ¿Comiste algo?- preguntó abriendo la puerta y negué con la cabeza.- Pedí pizza.
Miré al salón y vi la caja de pizza en la mesa. Después, subí arriba a cambiarme para luego cenar con él, en silencio.
Ninguno decía nada, él tan sólo jugaba con su mirada desviando sus ojos de su celular a mí sin parar, aunque cuando me miraba a mí era tan sólo unos segundos.
Mientras, yo intentaba ignorar su estancia y el sonido del televisor para pensar de nuevo en lo de hoy.
Le echaba de menos, quería volver a verle aunque tan sólo fuera durante un corto periodo de tiempo. Pero le necesitaba cerca.
Cuando fue mi amigo, fue a veces mejor que Tomás, entendiéndome y queriéndote sin importar mis quilombos. Cuando le gustaba, siempre me lo hacía saber sin agobiarme, sabiendo que me tenía que tomar un tiempo por Mauro que al final desaproveché. Y cuando por fin fuimos pareja, fue el mejor en todo. Siempre conmigo, siempre cuidándome, siempre dándome mi espacio si lo necesitaba o acortando las distancias cuando veía que quería. Siempre fue el mejor y yo la peor.
Hasta ahora, después de lo que le hice, se atreve a volver a mensajearme para verme y hablar mejor, sin alcohol de por medio.
Y todo para al final dejarme completamente y decirme que debía de estar con otro que no fuera él. Me lo merecía, eso lo sabía, nunca fui buena con él, no de verdad.
Pues todo lo bueno que hice se opacó con todo lo malo. Todas las mentiras, todas las miradas con Mauro y nuestras dos noches me pesaban como el peor castigo.
- Dale, Lucía, estás mal, lo veo.
- Estoy bien.- no lo miraba, no quería.
- Está bien, como digas.
Se levantó y se fue por las escaleras, desapareciendo, quedándome sola de nuevo.
Resoplé soltando la tensión que llevaba conmigo desde esta mañana y me tumbé en el sofá. Empecé la mañana feliz por verle, acabé triste y confundida por eso mismo.
Apagué el televisor y busqué por la casa alguna manta para dormir allá. No quería subir arriba, aunque al final tuve que hacerlo para ponerme un buzo encima del pijama al no encontrar nada.
Él estaba dormido cuando llegué o al menos lo parecía, pues en la oscuridad no se podía ver nada, tan sólo lo que iluminaba con mi teléfono.
Bajé y me tumbé en el sofá. Quería quedarme despierta y pensar en todo aunque eso significara estar cansada mañana, pero todo esto acabó conmigo y terminé por dormirme a los cinco segundos.

No Me Llores (Duki)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora