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Bajé del taxi cansada. Había sido un día largo y además tuve que esperar a que Martina viniera a por mí, pero al final, acabé por subirme a un taxi y llegar lo antes posible para comer.
Pagué al hombre que manejó y al mirar la casa no había ninguna luz encendida. Quizás estaba durmiendo o a lo mejor salió a la casa de algunos de sus amigos.
Suspiré y caminé lentamente hasta la casa. Agarré la copia de las llaves que me dejó cuando comencé a salir por el trabajo y abrí la puerta.
Ningún ruido, ninguna señal de que estuviera en casa. Dejé mis cosas en el salón y fui a la cocina. No había nada para cocinar.
Aún más agotada y hambrienta que antes, agarré mi teléfono y pedí algo para cenar mientras me tumbaba en el sofá. De repente, oí un ruido en la parte de arriba.
Me levanté despacio y caminé hacia las escaleras. Quizás no estaba y había alguien más. Estaba a oscuras y nada segura de que era él.
Fui despacio a la habitación y me asomé para ver que no había nadie en la cama. No estaba sola.
Me tensé y me paralicé pensando que igual estaba detrás mío. Quizás ahora me giraba y me encontraba lo peor...
- ¡Lucía!
- ¡Ah!
Salté del sitio cuando le oí gritar a la vez que me agarraba por atrás. Puse mi mano en el pecho cuando sentía que mi corazón saldría en cualquier momento por la boca. Me giré y él se iluminaba con el celular a la vez que reía.
- La concha de tu madre, Mauro, me asustaste.
- Me di cuenta.- dijo riendo.
- Te odio, te odio, te odio.- repetía golpeándole mientras él intentaba defenderse e iluminarse a la vez, sin parar de reír.
Le miré indignada, con mis brazos cruzados mientras él se seguía riendo, incluso tosía al no poder respirar bien.
- Dale, fue una joda, no pongas esa cara
- Esta cara de orto la voy a poner cada vez que te vea.- le saqué el dedo del medio y comencé a caminar para irme de allá. Pero, él me agarró justo a tiempo.
- Dale, no te enojes.
- ¿Te crees gracioso, Mauro? Casi me muero.
- No fue para tan...
- ¿A no? ¡Si había alguien estaba sola, gil!
- Y bueno, vos sabés defenderte.
- ¿Eso crees?- pregunté y se paró a pensar. Pelotudo.
- Dale, Lucía, no te iba a pasar nada.
- No sabés lo mal que lo pasaba sola por las noches mientras vos estabas de fiesta.
Su sonrisa desapareció lentamente para cambiar su rostro a uno serio. Poco a poco, yo me iba relajando.
- Perdón, ¿Sí?
- Ya, claro.
- No seas así...
Tiró de mi hacia él lentamente hasta que nuestros cuerpos chocaron con suavidad. Me sonrió a la vez que me abrazaba por la cintura y yo giré a un lado mi cabeza para no mirarle.
- Dale...
- Andate a la re concha de...- me giré y él me calló con un beso que no pude ni evitar ni negar.
Mi cuerpo paralizado comenzó a reaccionar y se relajó cuando sus brazos me rodearon sin parar de besarme. Pasé mis manos por  sus hombros hasta dejarlas detrás de su cuello, enredando mis dedos en su collar y su pelo según la mano.
- ¿Estás mejor?
- Calla y bésame, gil.
Sonrió e hizo lo que le dije, acercándome a él lo suficiente para darse la vuelta y comenzar a caminar juntos hasta la habitación.
No se preocupó por la luz, tan sólo siguió andando y llevándome a la cama hasta caer juntos y sin parar de besarnos.
Sus manos dejaron mi cintura para pasar debajo de mi ropa y quitarme la parte de arriba rápido. Sonreí entre beso y beso y yo tiré de su remera hacia arriba para quitarla a la vez que desabrochaba mi sujetador.
Me hizo rodar para quedar arriba y serle aún más fácil quitarme el pantalón sin quitar sus labios de los míos hasta que esto pasara. Después, hizo su camino normal desde mis labios hasta mi cadera para luego subir de nuevo acariciando con sus manos todo mi cuerpo.
Quité su pantalón y dejé que el se adelantará para desnudarme antes que yo a él.
La habitación se llenó de nuestras respiraciones jadeantes, de los susurros y gemidos que no podíamos ni queríamos ocultar ya que estábamos solos y sin nada que ocultar. Ahora éramos completamente libres.
Sus manos nunca dejaron de acariciarme. Mis labios intentaban nunca dejar de besarle aunque a veces necesitaba alejarme para tomar aire.
Me aferraba a él o al colchón mientras que nuestros cuerpos parecían derretirse juntos. Rápido, el frío de la noche desapareció para que pareciera que en esa habitación había comenzaba un incendio imparable.
Mi cadera se movía a su ritmo. Sus manos agarraban las mías para aferrarse a ellas y aguantar ahí los gemidos que no soltaba.
Mordía levemente mi cuello, yo el lóbulo de su oreja con suavidad, haciéndole reír levemente sin parar en ningún momento.
Mi cuerpo estaba relajado hasta que todo se tensó. Mis piernas se aferraron a él más, mi espalda se arqueó levemente y eché mi cabeza hacia atrás para buscar aire ante lo que se venía.
Sus labios sellaron por última vez mi cuello antes de apretar más el agarre de nuestras manos, que estaban arriba de mí, cada a una a un lado.
Su cuerpo se dejó caer encima del mío mientras este iba dejando de temblar. Los gemidos se convirtieron en suspiros y podía sentir su corazón ante su desnuda piel pegada a la mía.
Alejó su cara de mi cuello para mirarme, apartando el pelo de mi cara para sonreírnos mientras respirabamos rápido.
Después, me volvió a besar, pero más despacio y tranquilo que antes, tan sólo queríamos disfrutarnos mejor.
Y finalmente, se apartó de mí. Cayó a mi lado, con su mano en el pecho, dejando la otra aún agarrada a la mía. Le miré y sonreí.
Cuando iba a acercarme a su hombro para besarlo antes de quedar mi cabeza en él oí el timbre de la puerta principal.
- La cena.
Dije y nos miramos en silencio antes de comenzar a reír como dos pibes. Negó con la cabeza y me levanté despacio para agarrar su remera e ir así a pagar al repartidor, ya que me quedaba grande.
Le sonreí al abrir la puerta, extendiendole la plata. El pibe me miró y sonrió antes de darme el pedido. Después, se fue riendo y yo cerré la puerta para volver arriba, donde Mauro se había tapado con las sábanas y estaba a punto de dormirse.
Me senté a su lado, cruzando mis piernas como los indios para dejar ahí mi pedido y abrirlo lentamente.
- Mauro.
- ¿Qué?- preguntó sin abrir sus ojos, iluminado por las luces de la calle.
- ¿Y tu celular?
- En el suelo, supongo, ¿Por qué?
- Por no ir a buscar el mío.
Asintió lentamente y divisé su teléfono justo a los pies de la cama, a punto de caerse. Lo agarré y me metí en Youtube para ver cualquier vídeo mientras cenaba, con el volumen al medio porque sabía que a Mauro no le importaba.
- Gracias.- le oí decir en un susurro. Paré el vídeo, quité la cena que ya había terminado y me tapé también con más sábanas.
- ¿Por qué?- pregunté ahora yo.
- Por esta bienvenida.
Abrió sus ojos, me sonrió y yo le imité antes de ver cómo volvía a dormirse y yo hacía lo mismo.

No Me Llores (Duki)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora