Siempre he sido fiel y devota a mi razón, siempre escojo la vía segura y practica, miro al mundo con indiferencia en un intento de que este haga lo mismo conmigo, no suelo ser muy linda con las personas pues me cuesta confiar en ellos. Soy la clase de chica que se niega a los arcoíris por evitar la lluvia y ahora, siento querer danzar en ella.
Por eso he hecho el veredicto de que he perdido la cordura completamente y mi diagnostico causal tiene nombre: Ashton Fletcher Irwin. O bien, como debo llamarlo, Sr. Irwin, mi querido profesor.
Para una chica simplona de 17 años como yo, mantener una relación amorosa con su profesor de Historia Universal Contemporánea, bien, no era algo que precisamente formara parte de sus planes. Hasta hace unos días el simple hecho de considerarlo me hubiese escandalizado pero ahora no existe cosa alguna que desee más y por la que esté tan dispuesta a abandonar mi pequeño mundo seguro más que él. Así que he decidido que si estoy loca, es cosa mía.
Cuando abro los ojos me doy cuenta de que ha amanecido, y que he pasado la noche en el sofá. Ashton no está y cuando la duda comienza a asaltarme de si lo que ocurrió fue real noto que estoy envuelta en un abrigo, que no es precisamente mío, el aroma del perfume impregnado en este me es reconocible: Ashton.Definitivamente real. Me he de haber quedado dormida, Dios sabrá a qué hora se habrá marchado él. Aún es muy temprano, el sol apenas llega a pintar el amanecer pero a pesar de la poca luz yo veo todo iluminado, distinto. En tal atmósfera optimista me pongo de pie y me dispongo a prepararme para el colegio.
Antes de salir de casa me veo al espejo y hay algo diferente, soy yo en el mismo soso uniforme del colegio, mi cabello está sujeto en media cola de caballo tal como suele estar siempre, tengo las mismas facciones y la misma estatura, soy yo, pero sé que es diferente: esta mañana me siento feliz.
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- ¡Buenos días Doña Yaya! – saludo a la cocinera del colegio mientras entramos al mismo tiempo al patio principal del colegio.
- Buenos días hija – me dice – Llegando temprano como siempre.
- No me gusta romper con los horarios…
Doña Gladys, o como es mejor conocida: Yaya, es una señora ya algo mayor, de estatura media y un muy bonito cabello rubio y rizado, pero que está condenado a esconderse tras la malla que usa en la cabeza. Yo he podido apreciar su cabello porque en las mañanas como hoy, cuando me la encuentro temprano a la hora de entrar lo trae suelto. Algunas personas, especialmente de los más apretados, ven a los empleados del cole a las cocineras, al conserje o los de mantenimiento por encima del hombro, me hice amistad con doña Gladys en una ocasión en que Pamela le acuso de mal servicio. Lo que realmente ocurrió es que en el paquete del almuerzo a Pamela le había tocado arroz blanco, pero ella lo que quería era pasta, Doña Gladys no accedió ante sus caprichos de cambiarle el plato, la bruja ardilla en un ataque de ardilla rabiosa lo soltó y todo se regó por el suelo y exigió después un platillo nuevo a repuesto. Doña Gladys se negó y terminaron trayendo a la ahora ex prefecta Montoya. Pamela lloriqueó y dió una versión muy distinta a lo ocurrido. Me cabreó. Mi abuela paterna fue cocinera en un cole, así es, mi padre al igual que yo no nació en una cuna de oro. Al ver a Pamela montándole tal problema a Doña Gladys me hizo sentir como si ella fuese mi abuela, y me puso a pensar cuantas veces la pobre debió bancarse a crías mimadas como Pamela intentando hacer su voluntad. Así que me puse de pie y metí las manos al fuego por Doña Gladys. Desafortunadamente la cosa no salió a nuestro favor, Doña Gladys fue obligada a servirle a Pamela y a mí por “meterme donde no me llaman” palabras de la prefecta Montoya, me puso a limpiar el desastre que Pamela dejó con la comida anterior. Pero al final eso no me importó pues desde entonces Doña Gladys y yo nos creamos una amistad. La prefecta Montoya fue movida del colegio al finalizar ese semestre y en su lugar llego el prefecto Guillermo, el prefecto actual. Y Pamela y yo… bien, ahora que lo pienso, sin intención alguna mía quizá, soy de esas pocas personas que no marcha al paso de Pamela, es más, siquiera parece importarme su opinión. Pero no es con intención especial, suelo ser así con la mayoría de las personas. Más ahora estoy de nuevo en contra de ella, hoy son las elecciones de mi clase para presidente. Bien, quizá ese sea mi extraño destino.
- Que tenga un lindo día Doña Yaya – le digo despidiéndome de ella.
- Gracias hija, ten un lindo día también y ve a contagiar esa sonrisa que traes en cara, luego me cuentas a que se debe ese buen humor – bromea y me guiña un ojo. Yo solo río y giro los ojos en blanco. No me había dado cuenta de que no había dejado de sonreír, parece que mi subconsciente se niega a guardar secretos.