Capítulo 5

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Tras pelear más de quince minutos con mi madre para que fuera a descansar a casa, conseguí quedarme solo en aquella habitación.

Miraba a mi alrededor sin aún creer que llevara dos semanas en ese hospital. Había salido con vida de un accidente fatídico. Debería estar contento por ello, pero no me sentía de ese modo. Sentía que no merecía nada de esto. No merecía el sufrimiento ni la atención de mi madre, tampoco la atención de los sanitarios y posiblemente el apoyo de todos los fans que me habían dejado tantas flores, bombones y peluches de corazones. No merecía nada porque no era buena persona. 

Recordé las palabras de aquellas siluetas de esa ensoñación y recordé a aquel hombre que permaneció a mi lado. ¿Qué le habría dicho para que cambiasen de opinión? ¿Acaso mi historial no era lo suficiente aterrador? ¿Acaso había algo bueno en mi vida?

Pensé y al rato comencé a reír. ¿En serio que estaba reflexionando sobre lo que había pasado en un sueño? ¿Algo que no era real? Me reí. Grité de la risa. Después de todo esto debería de ir a un psiquiatra.

- Resulta que llevo razón y el golpe te dejó más tarado de lo que ya estabas.

Mis ojos no lograron creer ver a la persona que apareció en la habitación. Era ella. Mi hermana. Luisana. Mi Lu. Sonreí, aunque  eso no ayudó a cambiar su actitud. Su semblante continuaba serio. Había cambiado. Y mucho. Había crecido y era toda una mujer.

Desde que comenzaron  los problemas y, especialmente aquellos que tenían que ver con nuestra madre, Luisana me borró de su vida. Fuí un tachón en su lista de personas queridas, sobre todo cuando eché de casa a mamá. Peleamos y ella dejó de hablarme. Dijo que, para ella, yo estaba muerto. Lo peor de todo es que a mí me dio exactamente igual perder una hermana.

No supe nada de ella durante cuatro años.  Hasta ahora. Sorprendentemente, estaba acá en la habitación del hospital. Sin un atisbo de sentimiento hacia mí. Nunca me perdonaría lo que había hecho y, siendo realistas y a día de hoy, yo tampoco me perdonaría.

- ¿Qué pasa? ¿También te quedaste mudo? – se sentó en un sillón y comenzó a ojear una revista.

- Ho... Hola – saludé

- Bueno... Algo es.

- ¿Cómo estás?

- Bien – dijo sin mirarme. Después de una breve pausa, me miró y dejó la revista en una mesa cercana- Que conste que estoy acá por mamá. No te mereces nada de lo que estamos haciendo por vos.

- Lo sé – le dije y agaché la cabeza.

Ella me miró. Sus labios estaban apretados como si quisiera sellar su boca para no decirme todo lo que pensaba. Pero era Luisana y la conocía. Cuando Luisana se enfadaba, podía llegar a ser muy peligrosa. Y sabía que tardaría poco en explosionar.

- Tu mundito del rock... - me dijo dando un golpe en la cama. "Explotó", pensé - Ese que tanto amás... – me señaló - Ni una sola persona te ha visitado durante estas dos semanas. Ni tan siquiera se han preocupado en llamar a mamá y conocer tu estado. Nadie - gritó. - Ni tu manager, ni la productora... Nadie de tu mundito te ha visitado Benjamín, ni tan siquiera tu camello joder.

Sorprendentemente, no me extrañó su confesión. Mi mundo se manejaba a partir de negocios y si mi estado no suponía ganar plata, no les interesaba. Y lo entendía. ¡Así es la vida de un artista! Negocios. 

- ¿Felipe? – fue lo único que pude preguntar. 

- Felipe si – esta vez ella fue la que agachó la cabeza. – No sé cómo ese pibe todavía te soporta.

Sentenció. Estaba furiosa. No le faltaba razón. Al fin y al cabo, las únicas personas que había permanecido conmigo eran las personas que más había dañado.

La miré con la esperanza que me devolviera un gesto más tranquilo, más cariñoso. Pero mi hermana era cabezota y guardaba mucho rencor hacia mí.

Al instante, escuché unos gritos que provenían del pasillo del hospital. Mi hermana se sobresaltó y se levantó nerviosa. Quiso salir, pero se detuvo y me miró. Algo le hizo cambiar de opinión y permaneció en la habitación. Suspiró y se maldijo. Parecía que algo no iba bien.

- Esto no significa que te vaya a dar una tregua hermanito – se acercó a mí. – Sonríe cuando lleguen. No las asustes. – me ordenó.

No sabía muy bien de qué hablaba. "¿Asustar a quién?", me pregunté a mi mismo. Enarqué las cejas sin entender nada de lo que pretendía decir y ella juntó sus manos como súplica. Solo bastó unos segundos para darme cuenta. De repente irrumpieron, como dos torbellinos, dos pequeñas niñas de pelo rubio y mirada angelical. Mi hermana las saludó con un abrazo y les pidió que guardasen silencio. El enfermero que las había acompañado se disculpó ante mi hermana al no poder evitar que las pequeñas entraran en la habitación, cosa que mi hermana le restó importancia con una amplia sonrisa.

- Hola tío – exclamaron a la vez las dos pequeñas de apenas 4 años.

- Niñas, con cuidado. Vuestro tío está malito y hay que cuidarlo – les pidió Luisana

- ¿Tito tienes sangre? – dijo una de ella abriendo los ojos como platos. De un salto subió a mi cama y comenzó a recorrer con su mirada todo mi cuerpo. – Me encanta la sangre.

Solo pude reírme ante la ocurrencia de la niña.

- Mi mamá dice que mis besos curan todas las heridas, incluso la más difíciles. ¿Quieres? – dijo la otra niña más tímida. Sus ojos casi se cerraron al sonreír pero podía ver el color azul intenso de su mirada. 

- Me encantaría – le dije con una sonrisa.

La niña se aupó con la ayuda de su madre y con cuidado se acercó a mí para darme un tierno beso en la mejilla. El tacto de su suave piel con la mía me erizó el vello. Era mágico.

- Creo que me he curado por completo. – le dije con sorpresa y las niñas aplaudieron. Luisana rió por primera vez. Me gustaba lo que estaba ocurriendo en ese instante.  - ¿Puedo saber el nombre de estas dos bellezas?

- Yo me llamo Mia – se presentó la niña que acababa de darme ese beso tan especial. De nuevo, esa sonrisa que formaba unos hoyuelos en sus mejillas. 

- Y yo Allegra – dijo la más nerviosa. – Aunque ya te vale que no lo recuerdes tito Benja.- se cruzó de brazos a la vez que miraba a su alrededor. 

Mi sonrisa se desvaneció. Llevaba razón. ¿Qué había hecho? ¿Me había perdido esto? Disfrutar de mis dos sobrinas. Dos soles. Dos niñas que irradiaban felicidad. Energía. Eran pura vida. ¿Por qué?

- Chicas es hora de irnos. – les comunicó a las niñas que pronto comenzaron a quejarse. – Tenemos que llegar a casa, mañana hay cole. Venga despedíos del tío. Con cuidado Allegra – le advirtió la madre.

- Tito el próximo día te hacemos más dibujos porque los peluches son hiper ñoños. – le dijo Allegra.

- Estos dibujos... ¿Los habéis hecho vosotras? – les pregunté y las niñas asintieron enérgicamente.

- ¿Qué creías que te lo habían hecho tus fans quinceañeras? – me preguntó mi hermana con tono agrio. De nuevo, había vuelto a su actitud habitual. – Venga niñas, nos vamos.

- ¡Adiós tito! – se despidió Allegra dando un salto y salió corriendo de la habitación ante la mirada de enfado de su madre. 

Yo me quedé observando a Mía. Estaba inquieta y miraba sus manos. Parece que se vió más segura y me miró. Yo le sonreí como respuesta. La pequeña Mia se acercó de nuevo a mí y, apoyándose en la almohada con una mano, se puso frente a mí y tocó mi cara. Su piel suave paseaba por mi barba pero el tacto áspero parecía no importarle. Se acercó a mi oído con la intención de susurrarme algo. Susurrarme dos palabras. Dos palabras cargadas de ternura y sinceridad. Dos palabras que me dejarían mudo. 

- Te quiero mucho. 

♡ VIVIR O MORIR ♡ 《Benjamila》   ☆ ☆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora