Capítulo 9

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Los últimos días de la semana Amelia no pudo ver a Víctor, puesto que su castigo era estricto. Él se mantenía encerrado en su habitación y la sala del piano, lugar donde tomaba su almuerzo, dejando las puertas siempre con llave. La Señora Mercedes consideraba que su hijo se volvió altanero, falto de respeto con sus mayores e insoportable con la servidumbre, en resumen, un niño mimado que debía corregirse. A Amelia le prohibieron verlo o hablar con él, así que no podía acercarse al lugar de su confinamiento, esto hacía que lo extrañará, puesto que lo necesitaba para saber que la decisión que tomó era la correcta.

Era sábado por la noche, la familia de Amelia estaba en su casa, cenando un sabroso caldo que preparó la Señora Mariana, cuando alguien toca a su puerta. Don Teodoro al abrir, ve a Juan, que traía un pequeño manojo de Flores en la mano.

— Vaya!, qué sorpresa tenemos por aquí, pasa muchacho, ve a cenar con nosotros — le invita Teodoro al joven que se encontraba en la entrada.

— Gracias, señor, pero venía a hablar con usted

— Por supuesto, pero no te quedes afuera, pasa y toma asiento. Amelia, coloca otro puesto en la mesa

Rápidamente, Amelia se levanta, busca otra silla y su madre comienza a servir otro plato de caldo acompañado de un trozo de pan.

— Amelia, traje estas flores para ti — dice Juan, entregándole el manojo de flores.

— Gracias, Juanito — responde Amelia, depositando las flores en un jarrón con agua y regresa a la mesa.

Juan también toma asiento en la mesa, estaba nervioso por hablar con los que posiblemente serían sus futuros suegros.

— Señores, vengo a mostrar mis respetos. Deseo cortejar a Amelia con la bendición de ustedes.

Los padres de Amelia sonreían al ver el nerviosismo del muchacho.

— Bueno, no lo sé, ¿qué dices tú, Mariana? — habla Teodoro con un tono juguetón, acomodándose un mechón rubio que caía por su frente.

— Creo que es un buen joven, aunque no ha probado el caldo y no sé si le gusta lo que cocino yo o Amelia.

Inmediatamente, Juan comienza a comer del caldo, llevándose rápidamente las cucharadas a la boca.

— Está muy sabroso, señora Mariana

Teodoro y Mariana estallan en carcajadas, ellos estaban felices de que el hijo de sus amigos quiera desposar a Amelia.

— Está bien muchacho — Dice Teodoro, dándole unas palmadas en la espalda — me gustaría que vinieras con más frecuencia para que hablemos como hombres sobre tus intensiones

— Señor, quería pedirle permiso para que pueda dar un paseo con Amelia mañana, después de la misa

— ¿A dónde y quién los acompañará?

— Solo pensé en caminar por el parque cercano al lago

— ¿No pretenderás salir a solas con una muchacha que aún no es tu esposa? — pregunta Teodoro ya sin sonreír.

— No señor, por eso he venido antes — responde Juan atemorizado

— En ese caso, saldremos también de paseo por el parque. Diles a tus padres, podríamos hablar con ellos mientras los vigilamos.

— Sí señor, les diré. Muchas gracias — Juan sonríe y sigue cenando de la sopa, mientras miraba alegremente a la bella joven que estaba en la mesa frente a él.

Ese domingo en la mañana, fueron a la iglesia como de costumbre y la familia de Juan se sentó al lado de la familia de Amelia. Al terminar la eucaristía, Juan le ofrece su brazo a Amelia, para iniciar su paseo, mientras los padres y hermanos de ambos estaban atrás de ellos a una distancia prudente para darle privacidad.

Un Amor Tan IntensoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora